La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 1 de julio de 2017

La versión cubana de “El lago de los cisnes”

"Black and White" (2014), gema del gran fotógrafo cubano-ucraniano Artyom Shlapachenko. En la foto aparece la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba Grettel Morejón en el personaje de Odile
Por Leonardo Venta

            En la Mayor de las Antillas, la pionera en la interpretación de la dualidad Odette-Odile –cisne blanco y cisne negro– fue Alicia Alonso, cuando todavía era estudiante de danza clásica. Su profesor, el ucraniano Nicolai Yavorski, el primer director de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana, fundada en 1931, coreografió especialmente para ella una versión de “El lago de los cisnes”, cuyo estreno fue el 10 de mayo de 1937, en el habanero Teatro Auditorium –en la actualidad Amadeo Roldán–  junto a los alumnos de Pro-Arte y teniendo como partenaire al bailarín invitado Robert Belsky, de los Ballets Rusos de Montecarlo, quien bailó bajo el pseudónimo de Emilio Laurens.
            La Alonso –después de su estreno como alumna en este ballet– tuvo que esperar a 1940 para bailar por primera vez el pas de trois del primer acto, junto a la legendaria Nora Kaye y Leon Danielian, el mismo año en que el neoyorquino Ballet Theatre exhaló su primer suspiro como compañía.
            Cuatro años después, en la versión que estableciera el American Ballet Theatre, la mítica bailarina cubana se puso el emplumado níveo tutú de Odette, en el grand pas de deux del segundo acto; y ya para 1948, acompañada por Igor Youskévitch, se ataviaba con el tutú negro para comenzar a escribir su propia leyenda: la de las irrepetibles bordadas “6” pirouettes de la variación, los encentrados 32 fouettés y las osadas 'vaquitas' de la coda.
            El 21 de marzo de 1941, Irina Barónova y Paul Petrov, como parte de los Ballets Rusos del Coronel de Basil, bailaron el segundo acto de "El lago de los cisnes" en el Auditorium de la capital cubana. El 28 de octubre de 1948, el Ballet Alicia Alonso incorporó el segundo acto a su repertorio, con la Alonso y Youskévich en los papeles de Odette y Sigfrido.
            Pocos días después, el 31 de octubre, la prestigiosa pareja interpretó el pas de deux del "Cisne negro". En 1946, Youskévich había iniciado una carrera brillante con el Ballet Theatre. Notables conocedores de la danza clásica han reverenciado su fuerza dramática y pureza interpretativa. Erik Bruhn, "danseur noble par excellence", dijo que sólo se interesó por el papel de Albrecth después de ver a Youskévich bailarlo. A finales de los años 1940, el gran bailarín ucraniano ya era el partenaire regular de Alicia Alonso.
          En 1953, la maître y coreógrafa inglesa Mary Skeaping montó “El lago de los cisnes” para el Ballet Alicia Alonso, según la versión de Nicolai Sergueiev. La première tuvo lugar en el antedicho teatro Auditorium, en 1954, con la Alonso, Royes Fernández y Charles Dickson, en los personajes de Odette-Odile, el príncipe Sigfrido y el hechicero von Rothbart, respectivamente.
            A la estela de los grandes partenaires que escoltaron a la mítica cubana, se unieron el bailarín británico de origen irlandés Anton Dolin –con quien tuve el honor de departir en La Habana de los años setenta–, André Eglevsky, el mencionado Youskévitch, John Kriza, Erick Bruhn y Royez Fernández, es decir, la crema de la crema de los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo en el olimpo de la danza clásica.
            La coreografía original de “El lago…”, creada por Marius Petipa y Liev Ivanov, con el seductor colorido y lirismo orquestal de Piotr Ilich Chaikovski, ha llegado a nuestros días modificada. Eso implica la necesidad de un excelente trabajo de reconstrucción del original, una esmerada recreación del estilo y de los modos expresivos de la época en que fue ideado.
            La Alonso, como parte de su constante esfuerzo por integrar, preservar y potenciar los elementos definitorios de los grandes clásicos dentro del repertorio del Ballet Nacional de Cuba, ha retomando detalles originales de este ballet, haciendo énfasis en la credibilidad y fidelidad a la trama inicial, contrastando los actos primero y tercero –terrenales– con la atmósfera etérea de los llamados actos blancos.
            En su versión del primer acto, entre otros recursos, no desestima el metateatro. En los actos  segundo y cuarto, caracterizados por su pureza incorpórea, hace énfasis en la línea recta: triángulos, diagonales y cruces en filas. A su vez, los cisnes cubanos se distinguen por las bien pronunciadas muñecas de las manos quebradas, sugiriendo la pequeña cabeza de la idealizada ave de plumaje blanco, cuello largo y flexible.
            En la representación cubana del "Cisne negro" resalta un retador rigor técnico, algo de esperar en un montaje realizado por una autoridad del virtuosismo como lo ha sido Alicia Alonso. Una peculiaridad admirable en esta versión es la famosa secuencia de "sautés arabesque sur le pointe en penché", conocida en el argot balletístico de la Isla como ‘vaquitas’, o saltos sobre la punta avanzando hacia atrás.  
            En la puesta de la compañía caribeña, el tradicional cuarto acto es sustituido por un epílogo que lo enlaza al tercero, sin la necesidad de interrupciones, lo que confiere fluidez al desarrollo de una trama en la que el hechizo edificante del amor y el bien prevalecen sobre las fuerzas del mal. “Se trata de rescatar la esencia del romanticismo y el clasicismo –ha afirmado la Alonso–, haciéndolos viables para el público de hoy, lo cual, a mi juicio, es la mejor forma de respetar los clásicos”.
            A esta excepcional mujer, alma de la llamada escuela cubana de ballet, le debemos además el estreno como pieza de concierto del adagio del segundo acto de “El lago de los cisnes". No solía representarse de manera aislada. Si bien, durante una visita en 1975 del Ballet Nacional de Cuba al Teatro de la Ópera de Maracay, Venezuela, la Alonso decidió bailarlo. “… al llegar allí con mi compañía encontré tal entusiasmo por verme bailar y recibí tantas y tan cariñosas solicitudes  para que lo hiciera, que debí buscar una solución", leemos en Alicia Alonso: "prima ballerina assoluta", imagen de una plenitud (testimonios y recuerdos de la artista). "Y ésta fue incluir, como parte del concierto, el adagio del segundo acto de 'El lago de los cisnes', ballet que personalmente no bailaba desde hacía cerca de tres años, a causa de mi reciente operación de los ojos (…) al disponerme a bailarlo aisladamente, con toda la atención puesta sobre este adagio, debí replantearme de inmediato su interpretación y resolver algunos aspectos que no me habían dejado totalmente satisfecha antes”, agrega en el mencionado texto. Aquellos que tuvimos el privilegio de verla interpretar esta gema de tules y suspiros danzarios, teniendo ella más de cincuenta años de edad, estamos precisados a admitir la genialidad antológica de su interpretación, fuera de los límites de toda concepción humana.  
            La excepcional acogida a su representación de este adagio, a una edad en que casi todas sus contemporáneas tenían que conformarse con mirarla desde una butaca, le obligó a seguir bailándolo en programas de conciertos. El tempo de la música se tornó más lento con el propósito de enfatizar la amorosa expresividad romántica entre la princesa cisne y su noble pretendiente. “He podido observar que en los últimos años ha surgido la tendencia en algunos intérpretes a incluir este fragmento en conciertos y a bailarlo en un tempo más lento, lo cual me ha hecho muy feliz, al comprobar que mi intención ha sido comprendida”, afirma la imperecedera Odette cubana.
            Al exponer su concepción del Cisne negro, la Alonso confiesa la intensa sensualidad que encierra el personaje dentro de la expresión clásica. Aunque aclara que “en ningún caso Odile es una 'femme fatale' a la manera hollywoodense, error en que incurren algunas intérpretes”. Otro contraste que pespunta con extremo refinado cuidado en la puesta cubana es el momento en que Odile se separa del Príncipe súbitamente, segundos después de haber experimentado un compartido efluvio de sensual ternura en el adagio, reafirmando –a través de la instintiva evasión– su condición maléfica, al mismo tiempo que –el soplo idílico que le precediera– sugiere vulnerabilidad ante los pronunciamientos amorosos del noble acompañante.
            Odile evoluciona gradualmente en su intensidad interpretativa, partiendo de una cierta mesura, recelo arrogante –en búsqueda de la aceptación de todos en la fiesta de palacio, y especialmente de Sigfrido–,  hasta desplayarse en la siniestra célebre refinada burla, al finalizar el tan aplaudido pas de deux.
            La versión cubana sortea el peligro de la sobreactuación en la representación de Odile, así como equilibra el imperioso virtuosismo técnico –que corre siempre el riesgo de transformarse en maniobra circense– con los desafiantes requerimientos interpretativos del difícil papel. Además procura integrar los elegantes matices de Odile –alejándola de la caricatura y los aspectos efectistas– a la técnica, la música y la interpretación de un personaje, que según la muy conocedora Alonso, tampoco es un demonio puro.     

4 comentarios:

  1. Es un enorme placer, Leonardo, poder ofrecer mi trabajo fotográfico a tus hermosas palabras!

    Mil abrazos y que vengan muchos más.

    Artyom S.

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  2. Mis respetos y admiración para Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba. Pero no quiero perder la oportunidad para expresar mis puntos de vista sobre el final de este clásico. En la versión de la Alonso, los cisnes vuelven a ser doncellas, con lo cual se cambia la idea original y se edulcora con un final feliz. Sin embargo, no hay una solución estética. Es completamente desconcertante que los cisnes se conviertan al final en doncellas. ¿Por qué? Porque esas doncellas son personajes nuevos, desconocidos hasta ese momento. El espectador no siente ninguna identificación con ellas, son elementos ajenos a la trama del ballet. Por otro lado, desde el punto de vista meramente estético, el deslucido y horrendo vestuario con que aparecen estas desconocidas doncellas nos deja completamente decepcionados. Al final tenemos la sensación de que nos han dado gato por liebre y nos preguntamos: ¿Qué ballet estamos viendo? ¿El lago de los cisnes?

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  3. Artyom, más que el placer de contemplar tu obra de arte en mi ciberpágina, es un privilegio para mí que un artista de tu magnitud engalane este modesto espacio. Nuevamente, infinitas gracias.

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  4. Estimado Lucho, aunque no convengo con su opinión, se la agradezco. "El lago de los cisnes" es el clásico cuento de hadas. Su trama responde al género de lo fantástico, relacionado con encantamientos, fenómenos sobrenaturales y extraordinarios.
    Me gustaría saber qué usted quiere decir con "no hay una solución estética". Sinceramente, no entiendo qué persigue al concertar esos dos términos.
    Por otra parte, determinar qué es estético y qué no lo es, pudiera ser un asunto de percepción. Y las opiniones se respetan. Por eso, le agradezco la sinceridad de su comentario. Además, le confieso, me ha hecho reconsiderar la versión de Alicia Alonso.
    Bien es cierto que lo bello y lo "horrendo" –retomando el desmesurado calificativo que usted ha plasmado para referirse al vestuario de las doncellas– son relativos.
    Estimado Lucho, dentro del género de lo fantástico, todo es admisible. Es más, tiene lógica –si eso es lo que usted procura– que los sufridos cisnes, una vez liberados del hechizo se transformen en felices doncellas.
    En cuanto al "horrendo vestuario" en la versión cubana, le digo: prefiero un ballet bien bailado –técnica e interpretativamente–, acompañado por una excelente orquesta en vivo, escenografía y utilería apropiadas, un primoroso vestuario, un acogedor teatro, una persona amada sentada a mi lado y, ¿por qué no?, una audiencia colmada de entusiastas balletómanos con quienes identificarme.
    Como puede sospechar, esa función hipotética pudiera compararse –por su inverosimilitud, si soslayamos el componente ilusorio– con el acto de metamorfosear cisnes en doncellas. En ese caso, olvide la orquesta, la escenografía, la utilería, la sala de teatro, la persona amada, los balletómanos, el bello vestuario, y déme solamente un ballet bien bailado.

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