La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 19 de marzo de 2011

El Arcipreste de Hita

Por Leonardo Venta


“…tampoco es justo irse al extremo opuesto… viendo en el Archipreste de Hita no sólo un clérigo libertino y tabernario, como realmente lo fué a juzgar por las confesiones de sus versos, sino un precursor de Rabelais, un libre pensador en embrión, un enemigo solapado de la misma Iglesia a quien servía. Para atribuirle tan odioso papel, no hay fundamento sólido: sus versos religiosos, especialmente las cantigas en loor de Nuestra Señora, respiran devoción y piedad sencilla: y en cuanto a los ataques contra la curia pontificia de Aviñón… no hacen pensar en Lutero, ni siquiera en Wiclef y en los Lollards ingleses, sino en el Petrarca, de cuya acendrada y celosa ortodoxia no ha dudado nadie”

Marcelino Menéndez y Pelayo


Poco se sabe acerca del Arcipreste de Hita: su nombre, Juan Ruiz, citado en la estrofa 19 de su Libro de Buen Amor, “... por ende yo, Juan Rruys, Açipreste de Fita...”, y en la estrofa 575, “Yo Johan Ruyz, el sobredicho arçipreste de Hita”. Se conoce que es original de Alcalá de Henares, cerca de Madrid, como el gran Cervantes: “Fija, mucho vos saluda u no que es de Alcalá”.

Se afirma, asimismo, que “conpuso seyendo preso por mandato del Cardenal don Gil, Arçobispo de Toledo”. Sin embargo, no se ha llegado a un total acuerdo sobre las causas de tal prisión, y hasta se especula que bien pudo haber sufrido una cárcel simbólica o espiritual. "También ha supuesto alguien", dice Menéndez y Pelayo, "que la licencia de los versos y la soltura de las costumbres del Archipreste pudieron influir en la dura prisión en que por espacio de trece años le tuvo el Arzobispo de Toledo...”. Tal opinión resulta desacorde con el carácter de su Libro de Buen Amor, que más bien parece una obra picaresca sin la menor señal de arrepentimiento. Lo que a nadie le cabe la menor duda es su notabilidad como poeta, no sólo en España sino en toda Europa medieval. Su Libro de Buen Amor, un vasto poema de más de 1 500 exuberantes estrofas en “cuaderna vía”, la combinación métrica y estrófica propia del mester de clerecía, así lo justifica.

Nunca antes se había constatado en castellano la prodigalidad de un vocabulario como el que felizmente derrocha el Arcipreste en su obra, la cual se ensancha hacia una dimensión en que las normas de la clerecía, arte cultivado por los clérigos o personas doctas de la Edad Media, por oposición a las de juglaría, poesía de los cantores populares, colindan: "por vos dar solaz a todos, fablévos en juglería".

La obra maestra del Arcipreste revela las consecuencias desfavorables del amor mundano, al que tilda de loco, y resalta las ventajas del buen amor o amor de Dios, con múltiples tonalidades de humor, que nunca rayan en la vulgaridad. Sin embargo, el mensaje es ambiguo. Los críticos discrepan sobre si el autor escribe para moralizar o para divertir, o si aúna ambos propósitos. Somos partidarios de la última opinión: "Enpero, porque es umanal cosa el pecar, si algunos, lo que non los consejo, quisieren usar del loco amor, aquí fallarán algunas maneras para ello", leemos con sonriente asombro de la pluma de este desbordante clérigo.

El mismo Juan Ruiz sugiere tantas interpretaciones de su obra como lectores, en una época tan remota como la Edad Media, lo que ciertamente nos expide al libro La muerte del autor (1968) de Roland Barthes, en que el crítico y semiólogo francés resalta la ingente importancia de la recepción del lector, al interpretar la multiplicidad de los significados del texto no en su origen, es decir, el escritor, sino en su destino, el lector.

El Libro de Buen Amor, escrito en forma autobiográfica (aunque no es autobiografía), como toda buena literatura, abraza con gracia elementos reales y fantásticos, con la jovialidad de un autor para el cual la burla no es amarga saeta destinada a lacerar sensibilidades, ni mucho menos a comprometer su propia fe cristiana; más bien al reírse de las vulnerabilidades de clérigos y monjas, lo hace de las suyas propias.

El Arcipreste, que aparenta no tomar en serio lo que dice, nos sorprende y conmueve con sus sinceras plegarias a la Virgen y a Cristo, así como al arremeter, sin traicionar su rizoma satírico, contra la responsable de cortar el hilo de la existencia: “!Ay muerte! ¡Muerta seas, bien muerta y / malandante! … No miras señorío, familia ni amistad, / con todo el mundo tienes la misma enemistad, / no existe en ti mesura, afecto ni piedad, sino dolor, tristeza, aflicción, crueldad”.

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