La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 9 de marzo de 2011

El Lezama de la plástica

"Pareja", Portocarrero
Por Leonardo Venta

“Como pintor dispongo de un mundo que me es afín. Un mundo que fluye desde la niñez. Un mundo que ciñe y ordena. Ese mundo es Cuba. Es su paisaje y sus pueblos y ciudades. Es el gran colorido de sus fiestas. Son sus santos insistentes que afirman un no sé qué de coraje ancestral en nuestra Isla. Es la extraordinaria varonía de nuestro pueblo a través de la historia sucesiva. Y es también el señorío de su vegetación bajo un sol radiante. Todos esos sentimientos me asisten cuando pinto”.
René Portocarrero, 1978

Apasionado por temáticas que exploraba hasta el dulce agotamiento, estrechamente fundido con el sentir de la generación de poetas cubanos del "grupo de Orígenes", René Portocarrero develó con su pincel la mágica virtud y el meridiano esplendor de La Habana, ciudad que le vio nacer, en 1912, así como sus alborozados carnavales, sus confidentes vitrales, sus sorprendidos ángeles, sus criollas deidades, sus barrocas casas y catedrales, sus aliabiertas mariposas y ornamentadas mujeres.

Sobre su obra –que nutre importantes colecciones privadas, un cuadro suyo fue la primera pintura moderna que logró filtrarse en la colección de la reina Isabel, y exhibiciones permanentes, desde el Museo de Arte Moderno de Nueva York hasta el Museo de Arte Moderno de París–, afirma Adelaida de Juan, en Pintura Cubana: Temas y Variaciones:

A partir de la década de 1940, surgen nuevas visiones de la ciudad. Además de la ciudad nocturna de Víctor Manuel, se inician los         numerosos acercamientos que hace Portocarrero. Primero son los Interiores del Cerro, en los cuales el ornamento de la arquitectura y el    mobiliario enroscan y engloban toda la composición, incluyendo la figura humana. Luego, en la década del cincuenta, ya es la ciudad todo
y no sólo un barrio; pero es ciudad que se ha adelgazado y afinado hasta convertirse casi en plano arquitectónico. Su color es delicado y triste y su esquematismo, mera sugerencia de una ciudad despersonalizada.

De Portocarrero, Eloisa Lezama Lima, expresa en el Prólogo a Paradiso, equiparándolo al barroquismo de la obra de su hermano:

  Si la obra de Lezama Lima pudiera perpetrarse gráficamente sería René Portocarrero, su contemporáneo pintor cubano, el que simultaneare su misma trayectoria: las catedrales de Portocarrero pueden guardar símbolos e imágenes del poeta. Los espacios de esas catedrales barrocas se concentran en arcos cuyas claves de     bóvedas reconocen el gótico y a través de cuyos ventanales se deja escuchar el enemigo rumor de la poesía. Si repasamos la crítica de Lezama Lima a la obra de Portocarrero, descubriremos cómo sus técnicas se relacionan con las del autor de Paradiso.

Nadie mejor, entonces, que el propio Lezama para pintar poéticamente la esencia de este artista, que perpetuó con su infinita palpitante colorida brocha el hechizo de la mítica, sufrida y alegre Habana:

Portocarrero ha realizado una hazaña silenciosa, sus vigilias y sus ensoñaciones han fortalecido la dignidad de los hombres que preparan las excursiones y las romerías subterráneas. Su espera y sus configuraciones nos dan una esplendida lección cubana de acumulación temporal sin prisa y de cumplimiento espacial en el más sensorial esplendor de las formas. Y todo ha sido dicho y hecho con delicado y recio temblor. Temblorosamente, como dice la vieja canción china, como si estuviese ante un profundo abismo, como si se aventurase sobre una delgada capa de hielo.

La irresistible policromía del arte de Portocarrero no logró salvarlo de un fosco y rígido monocromático descenso de excesos. En 1985, en la sala de cuidados intensivos donde por última vez se le atendía, los galenos, para mitigar su insaciable sed de alcohol, consintieron en suministrarle media botella de ron diaria. Su amante por décadas, Raúl Milián –también destacado artista, en cuyos cuadros el Stravinsky amigo, en una visita a La Habana como director de orquesta, reconociera una inusual musicalidad–, lo había precedido en su muerte mediante el suicidio.

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