La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 12 de julio de 2013

Posmodernismo e identidad latinoamericana

Según el filósofo Jean-François Lyotard, "el posmodernismo es acostumbrarse a pensar sin moldes ni criterios".

Por Leonardo Venta

Latinoamérica emerge como nueva protagonista transcultural, ligada a su híbrida condición de ‘otredad’ frente al modelo europeizante ancestralmente dominante. Lo que precisa una reformulación del discurso latinoamericano.

Entiéndase por posmodernismo el movimiento cultural que irrumpe ostensiblemente a partir de 1970, se proyecta hasta el momento actual, y se opone al funcionalismo y al racionalismo modernos; cuestiona, asimismo, todos los valores establecidos; desafía el discurso oficial y la cultura institucional, y pone en tela de juicio la circunspección que había instituido la modernidad.

En literatura, existen disímiles rasgos estéticos manejados por el posmodernismo, como la ironía, el empleo de un lenguaje connotativo impreciso, el uso de estructuras fragmentadas, además de acentuadas disposiciones anticanónicas. En cuanto a los personajes, a través del cincel del escritor posmoderno, se alteran sus funciones tradicionales en la narrativa y el teatro. El héroe, por ejemplo, es descentrado, marginal, disfuncional.

De la misma forma, el posmodernismo despliega un estilo ecléctico que alude, en una suerte de pastiche paródico (imitación o plagio), a estilos anteriores. Términos claves de este movimiento son la ironía y el relativismo, que inclusive cuestionan y autoreflexionan sus propios valores.

La ironía y la parodia aunque no significan exactamente lo mismo, colindan en el discurso posmoderno. Puede existir ironía entre los propios personajes de una obra, y entre el narrador y éstos. La ironía posmoderna promueve un acercamiento crítico donde el humor se torna sarcástico, ácido, creando un distanciamiento evaluativo y reflexivo entre el espectador y la obra, todo lo contrario a la función habitual hilarante, placentera, elusiva, de la risa.

Un acercamiento posmoderno puede asimismo actuar como un sistema estético que clausura la esperanza, invitando al lector a replanteársela, repensarla en calidad de expectativa troncada. Diversos autores latinoamericanos – refiriéndonos a un contexto más nuestro – tasan nuestra realidad como una especie de ironía, donde muchos emigramos huyendo de la miseria, de los gobiernos oligárquicos y terminamos expuestos a circunstancias culturales, económicas y sociales matizadas por la discriminación, la enfermiza nostalgia por el suelo natal, la colisión cultural con un nuevo medio discrepante, y la desvalorización emocional que implica el sospecharse inferior en la escala de valores de un entorno ajeno.

A su vez, lo posmoderno se mofa de la añoranza de un pasado glorioso, de esos grandes momentos de imperio, de logros entendidos como notables en el ayer histórico. Los pulsa y precisa como un museo de inutilidades. Los límites fluctúan, lo alto y lo bajo se entremezclan en un momento determinado.

El filósofo francés Jean-François Lyotard llama “grandes narrativas” a ciertos discursos posteriores a la modernidad, como son la ciencia, la educación y la ideología. La ideología comprende, a su vez, las subcategorías de los partidos y la religión. El posmodernismo clausura las grandes narrativas como fórmulas que justifican algo, en su calidad de discursos funcionales que persiguen manipular nuestras mentes en cierta dirección.

La postura posmoderna se proyecta en contra de las reglas y los preceptos. Asimismo, se deshace del tiempo y el espacio. Precisa develar el entresijo, ahonda en la ambivalencia, el simbolismo, la desfragmentación. Una trama lineal no reflejaría la legitimidad de una ambiciosa propuesta. El posmodernismo no cree en el progreso. No propone aspiraciones. Donde no se llega a ninguna parte, ni en la religión, ni en las convicciones políticas y sociales, ni en ningún otro de los grandes relatos, no puede existir una esperanza de mejoramiento.

No obstante, es inapropiado afirmar que la posmodernidad sea pesimista. Si bien, nos hace repensar nuestro optimismo, nos informa. No nos impone lo que debemos creer, más bien nos estimula a desperazarnos del espejismo fabricado por el discurso oficial, establecido por los vencedores, por las tradicionales clases en el poder. Por eso, el posmodernismo nos parece pesimista al compararlo con otras enfoques que proponen aparentes soluciones. En sí, nos ofrece ‘libertad total’ ante la realidad, cualquiera que sea su esencia.

Otro perfil posmoderno de gran interés es la celebración de lo local – para nosotros, de lo latinoamericano –, en contraposición con las grandes ideologías del occidente, desafiando los llamados valores universales. El sujeto carece de la tan tradicionalmente exaltada identidad, en crisis por razones de género y etnias, entre otras. Se cuestionan las definiciones tradicionales, se husmea la ambivalente esencia que palpita en el fondo del ser, ambigua, compleja, descentrada, contradictoria, propia del héroe que no es héroe, de lo que puede significar lo contrario de lo que se presumía.

Lo posmoderno invierte los atávicos valores positivos para metamorfosearlos en negativos, y viceversa. En tanto, revaloriza el origen, esa nostalgia del pasado que se da a través de contactos bastardos. ¿Cómo se aplica ese concepto de hibridación al contexto de América Latina? Los estudios latinoamericanos, especialmente en Estados Unidos, han suscitado una imagen nuestra como “otredad”, “minoría”. ¿Hasta qué punto es eso cierto? ¿Somos realmente lo incógnito, lo desconocido? ¿Seres inferiores en busca del llamado sueño que nos ofrece un entorno superior diseñado por otros con intención de perpetuidad? ¿Nos lo creemos?

Lyotard responsabiliza a las tecnologías de la información con su abrumadora dispersión de materiales aparentemente anónimos, como responsables, en parte, de la existencia de una cultura posmoderna. En el mundo actual se genera una nueva sensibilidad caracterizada por la fragmentación y dispersión del saber, la sobresaturación de los efectos que desvirtúan los códigos que antes establecían lo supuestamente real y válido, para convertirlos en espectáculos de sí mismos, en imágenes de su propia esfumación.

No hay murallas que puedan contener el himeneo entre la cultura popular y la mal llamada cultura superior. La información está cada día al alcance de más personas – consideremos las facilidades que provee el Internet –, los mensajes impresionantemente múltiples trastornan privilegios de formas o contenidos. Todos los discursos pugnan por su propio espacio, coinciden y se superponen en ese Aleph que llamamos ordenador, computadora o computador.

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