La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 24 de febrero de 2013

José Martí, el modernista

“Retrato de José Martí”, óleo sobre lienzo a tamaño real, obra de Raúl García Huerta y sus alumnos, donado al Centro Histórico Cultural Cubano de Tampa, el 19 de mayo de 1991
Por Leonardo Venta

“¡Oh, Cuba! ¡Eres muy bella, ciertamente, y hacen gloriosa obra los hijos tuyos que luchan porque te quieren libre; y bien hace el español de no dar paz a la mano por temor de perderte, Cuba admirable y rica y cien veces bendecida por mi lengua; mas la sangre de Martí no te pertenecía; pertenecía a toda una raza, a todo un continente; pertenecía a una briosa juventud que pierde en él quizá al primero de sus maestros; pertenecía al porvenir!”.
Rubén Darío

Cada año, alrededor del 28 de enero, se le nombra y se le lee sin menguar la admiración que despierta su grandeza literaria y múltiples virtudes. Este 2013, en el 160 aniversario de su natalicio, no hay excepciones. El legado de José Martí sigue vigente.

Todo lo que se diga sobre el Apóstol de Cuba resulta poco para detallar su grandeza como escritor, orador, periodista, pedagogo, embajador, filósofo, dramaturgo, patriota, abogado, hombre. En marzo de 1870, con sólo 17 años de edad, fue condenado a seis años de trabajos forzados por haber escrito una carta reprobando la conducta anticubana de un compañero de estudios.

Este hecho definió su vía crucis hasta la muerte en Dos Ríos a la edad de 42 años. “Cuando muere lo hace en una batalla para despedirse con misterio y hoy que le celebramos la aparición, rindiéndole las gracias, seguimos tocándolo y reconociéndolo despacio para justificar el surgimiento de su germen, como si lo igualáramos a la semilla que necesita de su tierra”, afirma el otro José cubano universal: Lezama Lima.

El Martí redentor sacrificó su dicha personal y la de su familia, sus comodidades, bienes materiales, así como la continuidad y depuración de su creación literaria por amor a la libertad. No fue un escritor de torre de marfil, almidonado, sino un sagrario de amor. La belleza de la obra martiana no responde a una voluntad de estilo planeada, tal como lo confiesa en el prólogo a su Ismaelillo, dedicado a su hijo José Francisco, que entonces tenía tres años: “Tal como aquí te pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido. Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos han pasado por mi corazón. ¡Lleguen al tuyo!”.

Prestigiosos literatos, entre ellos, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Gullón, Ivan A. Schulman, Federico de Onís, lo señalan iniciador más que precursor de los rasgos más relevantes de lo que posteriormente iba a constituir el sistema estético del Modernismo. La prosa poética martiana constituye – especialmente durante el período de 1877 a 1882 – una de las máximas aportaciones a ese – el primer – movimiento literario hispanoamericano.

 Su lirismo sedujo e influyó decisivamente en Darío. Juan Ramón no titubea al señalar la presencia martiana en el poeta nicaragüense: “…Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos enteramente. ¡Y qué bien dado y recibido!”. Puede leerse un acertado análisis sobre el tema en Iniciación de Rubén Darío en el culto a Martí: Resonancias de la prosa Martiana en la de Darío, de Manuel Pedro González; y en Breve historia del modernismo, de Max Henríquez Ureña. Además, el estudio “Poética y estilo de José Martí”, de A. Roggiano, demuestra cómo las institutoras ideas de Martí fueron luego incorporadas a la esencia de la estética modernista.

En una publicación mexicana, Martí expresó en 1876: “Es ley que ya termine la fatigosa poesía convencional, rimada con palabras siempre iguales que obligan a una semejanza enojosa en las ideas. No se hacen versos para que se parezcan a los otros…”. En su “Revista Venezolana”, expresa en 1881: “La frase tiene sus lujos, como el vestido… es fuerza que se abra paso esta verdad acerca del estilo: el escritor ha de pintar como el pintor. No hay razón para que el uno use de diversos colores y el otro no”. El texto – escrito para la publicación quincenal fundada por el Apóstol cubano durante su breve estancia en tierra de Bolívar – es un manifiesto estético del estilo martiano, el cual coincide cabalmente con la esencia modernista, en su búsqueda de la originalidad y la armonía en la forma y el contenido. “Se habla hoy un dialecto poético, del que creo bueno ir saliendo, porque sofoca y desluce la poesía. La poesía ha de estar en el pensamiento y en la forma”, afirma Martí.

Si la frase “El arte es azul”, de Víctor Hugo, inspiró el Azul dariano, donde el propio bardo centroamericano se autoproclama iniciador del Modernismo; seis años antes, el Ismael bíblico ya reposaba sus “guedejas rubias” sobre la “almohada de rosas” del Ismaelillo martiano, en un poemario que un pensador de la magnitud de Pedro Henríquez Ureña calificara iniciador del Modernismo en la lírica americana.

Si bien existe una generalizada polémica sobre la paternidad de este movimiento literario, no procuramos medir fuerzas, mucho menos ajustar cuentas, entre dos titanes de las letras hispanoamericanas; hacerlo sería traicionarlos, traicionarnos, desairar la memoria de aquel único encuentro en el neoyorquino Hardman Hall, donde el genio de Prosas Profanas, entre los brazos del diminuto ciclópeo poeta-héroe antillano, le escuchó decirle: ¡hijo!

Pedro Salinas, en su libro La poesía de Rubén Darío, afirma que al autor de Azul “... nunca le interesó el activismo político”. Lo cual explica cómo pudo dar a conocer por doquier la nueva escuela poética; mientras el autor del Ismaelillo, consagrado a sus deberes con la patria, enfrentó grandes obstáculos para explayar su vocación literaria. El misterio de la grandeza de José Martí como escritor radica, según Juan Marinello, “en aquella pugna agonal de clamores y relámpagos en que bracea siempre el hombre apostólico”. Como necesario colofón a este rastro martiano, valga deleitarnos en el iluminado rumor de su propia lira: “Mi verso crecerá: bajo la yerba / Yo también creceré”.


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