La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

jueves, 8 de diciembre de 2011

Los 360 años de sor Juana (IV)

Por Leonardo Venta

El ambiente conventual – en el que transita sor Juana Inés de la Cruz – es el medio ideal y el preciso pretexto para cubrir la sedición femenina tras el literal augusto velo religioso y tras el manto figurativo de la poesía.

El villancico que sor Juana le dedica a “Santa Catarina”, según la erudita Georgina Sabat de Rivers, es la manifestación más sincera y férvida de su defensa a la inteligencia y al derecho de saber de la mujer: “Porque es bella la envidian, / porque es docta la emulan: / ¡oh qué antiguo en el mundo / es regular los méritos por culpas!”.

Los escritos de la monja jerónima están poblados de figuras mitológicas de osadía y trasgresión, de amados sufridos indios, de la sofisticada magnificencia del ambiente virreinal, y hasta de avasallados negros cuyas quejas se leen con encantador ritmo tórrido.

En el soneto de carácter sagrado número 206, dedicado a la “Virgen de la Guadalupe”, la Virgen Morena escoge a un indio, Juan Diego, para revelarse por primera vez; así inserta lo mexicano dentro del marco de la importada cristiandad, y al mismo tiempo asienta el sincretismo de la cultura europea y la amerindia.

En el Villancico 224 cobra voz el negro en un “Tocotín” escrito en la lengua del indio mexicano, el náhuatl. El hablante lírico elige el vocablo Tonantzin, que significa “Nuestra Madre”, para referirse a la Virgen criolla.

Del mismo modo, en el Villancico 232, la voz poética se vale nuevamente de un negro para denunciar la discriminación racial en la América Colonial. Éste anhela adorar a la Virgen, pero el opresor blanco se lo impide: “– ¿Quién es? – Un Neglyo / – ¡Vaya, vaya fuera, / que en Fiesta de luces, toda purezas, / no es bien se permita / haya cosa negra! El oprimido contradice al colonizador resaltando el carácter níveo de su alma: “Aunque negro, blanco / Somo, lela, lela, / que il alma rivota / blanca sá no prieta”.

El sufrimiento del negro se vierte nuevamente en las Coplas del Villancico 241, a San Pedro Nolasco, santo redentor de los esclavos. En esta composición el náhuatl y el castellano se funden, originando un grácil tocotín mestizo: “La otra noche con mi conga / turo sin durmí pensaba / que no quiele gente plieta / como ella so gente branca. / Sola saca la Pañola; / ¡Pues Dioso, mila la trampa, / que aunque neglo, gente somo, / aunque nos dicí cabaya!

En calidad de dramaturga, sor Juana también registra su palpitar criollo. Yolanda Martínez-San Miguel profiere la audacia de la escritora al introducir personajes indios dentro un reparto concebido para ser visto por peninsulares. Más que eso, en la “Loa al auto del Divino Narciso”, Martínez-San Miguel destaca cómo “el personaje indígena representa una capacidad racional americana que entra abiertamente en un debate teológico e intelectual con los personajes que representan el poder religioso y político de la metrópolis sobre la Nueva España”.

En la comedia Los empeños de una casa, sor Juana crea un pícaro llamado Castaño, el cual destila ese nuevo humor local de la comedia novo-hispana. Aunque la trama de la obra se desarrolla en Toledo, Castaño es un mulato americano que se mofa de los valores de los peninsulares. El pícaro, que llama despectivamente “gachupines” a los españoles que residen en América, insiste en aclarar su criollismo, e incluso tiene por santo de su devoción a otro pícaro paisano suyo, Martín Garatuza: “¡Quién fuera aquí Garatuza, / de quien en las Indias cuenta / que hacia muchos prodigios! / Que yo, como nací en ellas, le he sido siempre devoto / como a santo de mi tierra”.

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