La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

martes, 12 de julio de 2011

El temerario Aquiles

"La Furia de Aquiles", Charles Antoine Coypel (1694-1752), Museo del Ermitage


El parisino Charles Antoine Coypel (1694-1752) se formó como pintor con su padre Antoine (1661-1722), el más célebre de los Coypel, una dinastía de pintores que abarcó casi una centuria desde mediados del siglo XVII. Charles Antoine, que también fue dramaturgo (elogiado por el mismísimo Voltaire) incorpora la erudición literaria a las artes plásticas.

Por Leonardo Venta

El gran Homero, a quien la Décima Musa de México llama “dulcísimo Poeta” en Primero Sueño, perfila admirablemente los caracteres de Aquiles y Ulises, protagonistas de la Ilíada y la Odisea, respectivamente. Célebre el primero por su impetuosidad; y por su mesurada e intuitiva astucia, el segundo.

Hijo de Peleo, rey de los mirmidones, y de la diosa Tetis, Aquiles no heredó la inmortalidad de su madre sino que fue mortal como su padre. Tetis trató de investirlo de esa cualidad divina sumergiéndolo en el río Estigia.

Así consiguió hacerlo invulnerable, a excepción del talón por donde lo sujetara. En otra versión, Tetis, en su propósito de hacerlo inmortal, quemó su cuerpo y lo cubrió de ambrosía, el néctar de los dioses. Sin embargo, Peleo arrancó con violencia al niño de sus manos y éste quedó con un talón carbonizado, el cual su padre sustituyó por la taba del gigante Damiso, famoso por su rapidez en la carrera. De ahí que se le apode como "el de los pies ligeros".

Hasta la legendaria Troya – cuya existencia se consideró durante mucho años resultado exclusivo de la imaginación, hasta que el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann en 1870 desenterró sus murallas de piedra y sus almenas –, se dirigió Aquiles a desafiar a la muerte, sin temer el augurio que lo sentenciaba a sucumbir a manos de un dios – Apolo – y un hombre – Paris.

Por una disputa con Agamenón, capitán de las fuerzas griegas, el colérico Aquiles se retira del combate junto a sus tropas. A partir de ese instante, los troyanos comenzaron a ganarle las batallas a los griegos. Es entonces cuando Patroclo, vestido con la armadura de su entrañable amigo Aquiles, devuelve a los griegos el aliento de la victoria. No sin antes perecer a manos de Héctor.

Para vengar la muerte de Patroclo, Aquiles reanuda la lucha y liquida al capitán troyano. Colocando sus manos sobre el silenciado pecho amigo, exclama: "¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Orco! Voy a cumplir cuanto te prometiera. He traído arrastrando el cuerpo de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré, ante tu pira, doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me causó tu muerte".

Aquiles peleó su última batalla con Memnón, rey de los etíopes. Después de matar al monarca, condujo a los griegos hacia los muros de Troya. En plena lid, Paris disparó su arco con la ayuda de Apolo, el cual dirigió la flecha hacia el talón izquierdo del griego, hiriéndolo mortalmente.

Quizá la trasgresión de Aquiles viene determinada por la impetuosidad, desmesura y temeridad que rechaza la protección que su madre Thetis le había ofrecido, al lanzarse impávidamente hacia el final siniestro que le había sido presagiado.

Homero le canta a un Aquiles vulnerable. El hecho de que Hefesto fraguara para él un portentoso escudo es una prueba de dicha vulnerabilidad. No obstante, su grandeza épica radica en que nunca temió la siempre consciente inminencia de la muerte.

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