La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 8 de julio de 2011

“Sept. 23, 1955 – BLACK FRIDAY!”


Emmett y su madre Mamie Bradley, sonrientes, sin sospechar que la ley no escrita de Jim Crow en el Sur de Estados Unidos muy tempranamente los apartaría para siempre.

Por Leonardo Venta

El 20 de agosto de 1955, Emmett Till y su primo Curtis Jones salieron en tren de Chicago rumbo a Mississippi, en un vagón de “gente de color.” Iban de vacaciones a casa de sus familiares. A pesar de conocer la segregación racial en el Norte, no habían experimentado aún la crueldad desmedida del Sur.


La tarde del 24, una semana después de su llegada, Emmett y siete muchachos de su propia raza se dirigieron llenos de júbilo en un Ford del 1946, propiedad de su tío abuelo Mose Wright, hacia Money, un cercano caserío de 200 habitantes, localizado en la región del Delta. En éste había únicamente tres pequeñas tiendas de abastecimiento, una de las cuales era propiedad de los Bryant, una joven pareja blanca.

A las 7.30 p.m. llegaron a Bryant’s Grocery & Meat Market, donde Carolyn, la linda propietaria de 21 años, se había quedado al frente del establecimiento, en ausencia de su esposo que realizaba un corto viaje de negocios por Texas.

Existen varias versiones de lo que sucedió con exactitud en aquella tarde: el testimonio de la señora Bryant, lo declarado por la madre del adolescente, Mamie T. Bradley, y el argumento de unos muchachos que observaron lo sucedido. En lo que todos coinciden es que cuando Emmett entró en el establecimiento Carolyn estaba sola. Su cuñada, Juanita Milan, se hallaba en la trastienda. J. W. Milam, esposo de Juanita y medio hermano de Roy Bryant, estaba en las afueras.

Resulta difícil creer a la señora Bryant, en lo que pudiera ser un intencionado propósito de calificar como oscuro y repulsivo el comportamiento de Emmett; por otro lado, es innegable el  instinto de la madre de justificarlo. Existe un tercer recuento, menos deliberado, el de los amigos que andaban con él.

La vendedora en su declaración a las autoridades del pueblo indicó que el pequeño, al aproximarse al mostrador y comprarle goma de mascar, había asido su cuerpo contra el suyo en imprevisto acto violento, mientras le lanzaba al rostro impudicias insinuantes. Después de soltarla, despidiese con una “adiós, nena,” acompañado de un insolente silbido. La madre ausente, por otra parte, justificó a su hijo declarando que debido a un padecimiento de poliomielitis que éste sufriera a la edad de 3 años, tenía un problema de dicción que le hacia silbar involuntariamente al articular ciertas palabras, en este caso “buble-gum.” Nos inclinamos en reconocer la versión de los jóvenes negros- testigos oculares-por considerarla más imparcial y razonable, a pesar de sus limitaciones en oír y captar con precisión todo lo allí acaecido (Wexler 56-57).

Según el recuento de los jóvenes que Sandford Wexler menciona en su libro The Civil Right Movement, (Wexler 55-56) dos de los que viajaban con Emmett le habían retado a entrar en el establecimiento y piropear a Carolyn Bryant. “Bobo”, como le llamaban, aparentemente impulsado por este pueril desafío entró en la pequeña tienda, mientras los otros le observaban picarescamente desde una ventana. El chiquillo compró dos centavos de goma de mascar, y cuando salía del lugar para impresionar a los otros se despidió de la señora Bryant diciéndole “Bye, baby,” al mismo tiempo que le dedicaba un piropo en forma de silbido. Intuyendo que esta incidente podría acarrearles consecuencias perniciosas “Bobo” y sus amigos tomaron apresuradamente el automóvil de regreso, dejando tras de si una nube de polvo, mezcla de aventura y temor.

Tres días más tarde, en la madrugada del 28 de agosto, dos hombres portando pistolas Colt .45 automáticas llegaron a la casucha de Mose Wright situada detrás de un campo de algodón, alrededor de 3 millas de distancia al este de Money (Whitfield 20).  A pesar de las súplicas de “Preacher,” como conocían en el pueblo al tío de Emmett, arrastraron hacia el vehículo, en que habían llegado, el cuerpo semidormido del niño, quien habría sus ojos sobresaltados con la espeluznante expresión de quien vislumbra una tragedia. La camioneta de carga se esfumó en la oscuridad de la noche.

Unos días después, un joven pescador encontró su cadáver mutilado en el río Tallahatchie: le habían sacado un ojo a golpetazos y la cabeza estaba completamente deformada. Amarrado al cuello con alambre de púa tenía un ventilador de desmotadora de algodón con el cual le hundieron en el río. Su lengua era ocho veces el tamaño de lo normal. Se veía con claridad sobre la oreja izquierda un orificio del tamaño de una bala. El cadáver de Emmett era irreconocible; Mose Wright sólo pudo identificarlo por un anillo con sus iniciales, el cual le regalara amorosamente su madre antes de salir de Chicago.

Mississippi era uno de los estados más segregados del país; más de 500 negros habían sido linchados hasta la fecha según estadísticas recopiladas posteriormente, aunque se reconoce que miles de asesinatos relacionados con racismo fueron perpetrados, mas nunca reportados oficialmente. (Wexler 53.)

Al principio la población blanca del pequeño pueblo, así como la negra se horrorizaron ante tan monstruoso crimen. Aún antes de que el cuerpo del niño fuese encontrado, Bryant y Milam ya habían sido arrestados por secuestro. Los periódicos y oficiales blancos anunciaban que “justicia debía ser hecha” (Williams 43). Mas en general, la entereza del grupo racial privilegiado no perduró por mucho tiempo.

Mamie Bradley reclamó que el cadáver de su hijo fuera enviado inmediatamente a Chicago, a pesar de la oposición de la oficina del sheriff que se empeñaba en disimular el crimen. Cuando este llegó, lo inspeccionó cuidadosamente para asegurarse que era su hijo. Entre lágrimas y gritos se desplomó mientras balbuceaba, “Lord, take my soul.” Luego más tarde al rememorar aquel trágico momento comentaba “Have you ever sent a loved son on vacation and had him returned to you in a pine box, so horribly battered and water-logged that someone needs to tell you this sicknening sight is your son—lynched?” (Wexler 57).

La valiente mujer supo levantarse sobre su dolor al insistir que se realizara un velorio con el ataúd abierto para que, “all the world [could] see what they did to my son” (Whittfield 23).  Por cuatro días, miles de personas desfilaron ante el féretro destapado de Emmett Till expresando su dolor e indignación. Este servicio funerario no sólo sacudió y originó revueltas en la ciudad de Chicago, sino en toda la nación después, que la revista negra Jet publicara la fotografía del cuerpo del brutalmente mutilado” (Wexler 57).

El crimen enardeció la comunidad negra hasta tal extremo que el dinero recaudado por la NACCP ‘The National Association for the Advancement of Colored People,’ para sus fondos de ayuda a victimas de crímenes raciales alcanzó niveles astronómicos. A través de la radio, voces afro americanas exigían que "ahora algo sea hecho en Mississippi" (Williams 44).

Los blancos quedaron resentidos de la crítica del Norte que los llamaba bárbaros y de la NAACP que abiertamente había calificado el asesinato como linchamiento. Cinco prominentes abogados dieron el paso al frente para defender a Milam y Bryant y los funcionarios estatales que al principio condenaban el crimen dejaron de hacerlo.

El 19 de septiembre se celebró el esperado juicio, en una atmósfera donde no se sabía que era más insoportable, si el calor o la humillante manera en que eran repelidos los negros. Estos estaban sentados al fondo como sardinas en lata, o de pie, tratando de contener la indignada impotencia que los dominaba. El jurado era en su totalidad blanco, paradójicamente en el condado de Tallahatchie la población negra constituía el 63% de un total de de 30 000 residentes, pero para ser miembro de un jurado era requisito estar registrado para votar. Los negros no tenían ese derecho.

El fiscal había tenido gran dificultad en encontrar testigos. En aquel tiempo, un negro que inculpara públicamente a un blanco de cualquier delito que fuese, ponía en riesgo su propia vida. El caso estaba condenado al fracaso si no se hallaban declarantes. Pero para gran asombro de todos, el día del juicio, Mose Wright se levantó como una columna de luz y apuntó con su dedo negro, encallecido por el arduo trabajo en los campos de algodón, al rostro de J.W. Milam, diciendo “Thar he”—“Ese es él,” e inmediatamente sin ningún temblor, con aquel mismo dedo que delineara historia unos segundos antes, señaló hacia Roy Bryant, el hombre que conjuntamente con Milam había arrastrado de su casa el cuerpo inocente de su sobrino nieto. Murria Kampton refiriéndose a este instante diría, “Mose Wright quien estuvo condenado a inclinar su cabeza por 64 años, tuvo en aquel momento todo el valor del mundo para levantarla y enfrentar su mirada a los terribles ojos de sus enemigos (Kempton 111).

Otras dos personas negras, inspiradas por la decisión de Wright sirvieron también de declarantes; Willis Reed testificó haber visto a Emmet Till en la parte trasera de la camioneta de Milam y escuchar más tarde los ruidos de una golpiza en el granero de este mismo hombre. Por su parte, la tía de Reed, Amanda Bradley, dijo haber igualmente oído al niño, mientras era golpeado, gritar desesperadamente, “Momma, Lord have mercy, Lord have mercy” (Wexler 59).

En el quinto y último día del proceso judicial, John C. Whitten, uno de los cinco abogados de defensa, apuntó, “que los padres de los miembros del jurado se levantarían de la tumba-si Milan y Bryan eran condenados-.” Después de alrededor de solamente una hora de deliberación, J.W. Shawn, vocero del tribunal, leyó el veredicto de “no culpable,” estampando el 23 de septiembre del 1955, como una de las fechas más ignominiosas en los anales jurídicos de los Estados Unidos. Este mismo señor Shawn alegó más tarde, en relación a este dictamen, que había sido fundado en el hecho de que “el cadáver nunca había sido acertadamente identificado” (Williams 52).

La reacción de la comunidad negra en toda la nación no se hizo esperar. Significativas protestas se realizaron en Baltimore, Chicago, Cleveland, Detroit, New York y Los Angeles. The Pittsburg Courier, un importante periódico de la raza negra, imprimía en uno de sus titulares, “Sept. 23, 1955-- BLACK FRIDAY!”

A pesar de no haber sido probados culpables los asesinos de Emmett Till, para los negros, especialmente los del Sur, este aparente fiasco, en gran sentido, se había transformado en una irrefutable victoria histórica: Por primera vez en la nación, personas de la raza negra habían servido de testigos en una corte judicial en contra de hombres blancos.

La temeridad de Mose Wright impactó inmensamente a la nueva generación de activistas afro americanos, tales como Martin Luther King Jr., Ralp Abernathy, quienes trajeron exitosamente a la luz pública el problema de la segregación y discriminación de los negros.

El lunes 5 de diciembre del mismo año, se inició el boicot al sistema segregado de los autobuses públicos en la ciudad de Mongtgomery, Alabama. Indudablemente, el retoño inmolado de 14 años estaba en las mentes de aquellos hombres y mujeres que pugnaban por conseguir un mundo sin opresión racial.

Los negros del Norte podían corroborar claramente el avasallamiento en contra de sus hermanos del Sur y el peligro de que este mal pudiera algún día propagarse con esa misma intensidad hacia esa región. Según palabras de la madre de Emmett, Mamie Bradley, “Hace dos meses tenía un apartamento agradable en Chicago. Tenía un buen trabajo. Tenía un hijo. Cuando le sucedía algo a los negros del Sur, decía: ‘Ese es su problema, no el mío.’ Ahora reconozco que estaba equivocada. El asesinato de mi hijo me ha mostrado que lo que pueda suceder a cualquiera de nosotros en cualquier parte del mundo, debe ser el problema de todos” (Williams 57).

El 24 de agosto de 1955, un niño negro le silbó a la propietaria blanca de una pequeña tienda de mercancías. El no entendería hasta tres días más tarde, que había roto la ley no escrita de Jim Crow en el Sur, cuando dos hombres blancos en la calurosa oscuridad de la madrugada lo arrancaron de su sueño, para sumergirlo en el silencio homicida de un cenagoso rió.

Los asesinos fueron capturados y absueltos sin el menor problema. Poco después, vendieron a una revista sus repulsivas historias por unas cuantas monedas iscarioticas. El crimen y el proceso judicial indignaron al mundo.

El dolor ajeno sacude siempre corazones sensibles a través de todas las esferas. Nicolás Guillén en su "Elegía a Emmett Till" que conforma la sección elegiaca de su libro La paloma de vuelo popular(1958)extracta con quebrantado aliento lírico esta historia:“…un niño negro asesinado y solo, que una rosa de amor, arrojó al paso de una niña blanca”. ¡Es tan difícil concebir el lenguaje del odio!

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