La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 28 de octubre de 2018

La herencia literaria latina

Lucio Livio Andrónico introdujo en Roma los géneros griegos épico, lírico y dramático, por lo que se le considera el fundador de la poesía épica y dramática latina.
Por Leonardo Venta

             En su excelente obra La Civilización Romana, el historiador y latinista francés Pierre Grimal (1912-1996), resume la herencia cultural de la Antigua Roma partiendo de "una zona brillante entre las tinieblas de la prehistoria italiana y las no menos densas en que la descomposición del Imperio sumergió al mundo occidental".
            Por su parte, el académico escocés John William Mackail (1859-1945), al analizar la herencia literaria latina, afirma que "la misión y la obra de Roma fue la transformación de la cultura griega en una sustancia apta para su uso universal", así como que "en la literatura es donde el espíritu de la raza latina ha logrado su expresión más completa".
            La tradición fija los orígenes de Roma en la fundación de la ciudad, atribuida a Rómulo, en el año 753 a.C. La hostilidad de los pueblos que la circundaban y la necesidad de adquirir nuevas tierras laborables transformaron a este pueblo agricultor en otro guerrero. Cada ciudadano era un soldado que integraba las filas de un ejército con ambiciones de expansión y conquista.
            Desde tiempos inmemoriales existieron en Roma dos clases sociales: los patricios y los plebeyos. Los primeros integraban los órganos del gobierno: el rex (en el período de la monarquía) y los cónsules, en la República; el Senado, integrado por trescientos patricios; los comicios curiales, que se reunían para discutir y resolver los problemas comunes; así como los colegios sacerdotales y las prácticas de culto.
            Los plebeyos, tal vez una clase formada en sus inicios por extranjeros, permanecían fuera de la organización de los patricios; en otros términos, no pertenecían al pueblo romano, no tenían derecho de ingreso a la tierra pública y estaban privados de derechos políticos. Si bien, individualmente eran libres, podían poseer territorios y estaban obligados a pagar impuestos y cumplir el servicio militar. Por su constante crecimiento, se convirtieron en un peligro para el antiguo populus, constituido por el conjunto de los ciudadanos romanos (civis) y cuya cifra fue languideciendo.
            Muy pronto se entabla una pugna entre patricios y plebeyos. El curso de ascenso de una parte de la plebe se inicia con la Constitución del rey Servio Tulio (578-534 a.C.), que crea los comicios centuriados, organización de carácter militar, que comprende a todos los hombres –lo mismo del populus que de la plebe– y que los obliga a prestar servicio militar, divididos en clases según la fortuna que poseen.
            En las primeras décadas del siglo III a.C., Roma domina toda Italia. Ha llegado a someter, entre otros pueblos vecinos, a las ciudades de la Magna Grecia, la zona colonial griega que se hallaba en la Italia meridional. La ciudad de Tarento, la última en capitular, fue tomada el año 272 a.C. Allí fue hecho prisionero y llevado a Roma como esclavo, el joven poeta heleno Lucio Livio Andrónico, que habría de iniciar a la juventud romana en el conocimiento de la literatura griega. Introdujo los géneros griegos épico, lírico y dramático, por lo que se le considera el fundador de la poesía épica y dramática latina.
            Al extender su poder por Italia, Roma somete paulatinamente a pueblos de civilizaciones más adelantadas (etruscos, itálicos del centro de la península, griegos del sur), de los cuales recibió significativas influencias que supo incorporar a su propio cosmos cultural y transmitir más tarde a los pueblos romanizados.
            En literatura, lo poco que se conoce de manifestaciones de carácter poético anteriores al siglo III a.C., nos remite a la existencia de fórmulas rítmicas, en verso saturnio, único empleado en los tiempos primitivos por los pueblos de la Italia central. Estas fórmulas de composición poética, que se transmitieron en forma oral de generación a generación, comprenden plegarias y cantos religiosos, como era el canto de los Hermanos Arvales, que honraban a la Dea Dia, antigua deidad agrícola
            Datan también de esa etapa los cantos heroicos, que se entonaban en los banquetes públicos y en los que se ensalzaban las virtudes de los antepasados y de los héroes. Por otra parte, los cantos de triunfo –en honor de los vencedores– y las neniae o cantos fúnebres –en honra de los difuntos– comprendían los aludidos rituales.
            Representaciones primitivas de un arte escénico popular se registran en el marco de las fiestas agrícolas, matizadas por un despliegue de improvisación y creatividad. La bufonada, la obscenidad, la sátira, la mascarada interactúan libremente. Estas expresiones escénicas enriquecieron la literatura latina. La mezcla de bailes, coplas y mímicas ataviaban lo mismo una acción dramática que satírica.
            Los juegos religiosos de Roma (ludi), con sus danzas, exhibiciones, concursos atléticos, carreras y combates de gladiadores adquirieron su forma sistematizada de los etruscos. De sus tierras llegaron a Roma los flautistas (tibicines), los danzarines de mimos (histriones), los usos de las máscaras (persona). La tradición afirma que en el 364 se originó una intrusión masiva de componentes etruscos (para conjurar una peste pertinaz), de donde probablemente provienen las raíces del teatro latino (Tito Livio, VII, 2).
            Los cantos fesceninos y las saturae son, por consiguiente, las formas dramáticas populares con que se recrearon los romanos antes de la llegada del teatro griego, en el siglo III a.C. Luego de la evolución de las primeras manifestaciones poéticas romanas, en gran parte plebeyas, las grandes obras latinas aparecen estrechamente vinculadas con la aristocracia política y religiosa.
            Los aristócratas escriben sus memorias (commentarii), la custodia de archivos (acta), los libros de cuenta (tabulae), entre otros, que se conservan en las pertinentes magistraturas. Entre estos documentos, sobresalen los Anales de los Pontífices, donde se registraban anualmente los acontecimientos más importantes de la historia de la ciudad. Igualmente, las grandes familias tenían sus archivos privados (stemmata, especie de árbol genealógico), las inscripciones que acompañaban los retratos de los antepasados notables (tituli imaginum), que comprendían los panegíricos pronunciados en sus exequias y los grabados sobre sus monumentos funerales. Hasta nuestros días han llegado las inscripciones de los Escipiones, que constituyen una valiosa fuente para descifrar los orígenes de Roma y de la lengua latina.
            Sin embargo, no florecerá una forma artística depurada de la literatura latina hasta más tarde, cuando la lengua logra asimilar los modelos griegos. "El derecho, en cambio
–afirma el latinista Jean Bayet –, al desarrollarse desde una base sustancialmente latina, formuló pronto sus principios de modo tan original, que puede considerarse la primera expresión artística de la prosa latina". La Ley de las XII Tablas, primera codificación de leyes, válida tanto para patricios como para plebeyos, redactada por los decenviros a mediados del siglo V a.C., es la primera manifestación de la prosa latina con carácter de excelsitud. Caracterizada por el rigor de sus procedimientos, así como por la concisión y claridad de su lenguaje, es el ideal cultural de la sobriedad, la fuerza y la autoridad del carácter romano.
            No podemos arriesgarnos a afirmar que existiera antes del siglo III a.C. una verdadera literatura latina. No había condiciones ni intención ni juicio de carácter estético para operar en el campo literario. En sus orígenes, el latín era uno de los dialectos que se hablaban en la Italia central, para luego irse fortaleciendo durante los siglos de expansión de Roma por la península. Al consumarse la conquista de Italia, no era todavía un instrumento bruñido para una expresión artística elaborada. Las prácticas literarias fundacionales requerirían de un mayor desarrollo cultural del pueblo romano, la asimilación de la portentosa cultura helena, y el advenimiento y progresión de escritores, como el susodicho Lucio Livio Andrónico, dedicados a su perfeccionamiento.

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