La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 27 de octubre de 2018

"Juana lunera cascahabanera" o el contrahecho mito de lo cubano

El volumen Traficantes de belleza, 1998, recoge el cuento "Juana lunera cascahabanera",  sobresaturado de clichés dirigidos a desvirtuar la esencia de lo cubano  
Por Leonardo Venta 

             Se dice que los libros de Zoé Valdés suspiran por La Habana. De eso no estoy plenamente convencido. Habría que analizar qué clase de suspiros son los exhalados y si realmente son genuinos.
             En 1998, la Valdés publicó el volumen Traficantes de belleza, que reúne quince cuentos de extensión diversa, entre los que he seleccionado "Juana lunera cascahabanera" para imbuirme en el tema de los susodichos habaneros suspiros.
            A partir de esta reseña, algunos tendrán su primer contacto con el cosmos creativo de esta escritora cubana de 59 años, exiliada en París desde hace casi tres décadas; mientras otros, familiarizados con su obra, podrán recorrer conmigo, desenfadadamente, el sendero al que la escritora parece querer encaminarnos, y así establecer sus propias conclusiones sobre la narración que hemos de utilizar como muestra de una producción más vasta pero no por eso en su esencia diferente
            El cuento trata sobre una negra coqueta de cincuenta años, que se conserva muy bien, llamada Juana, a quien le entró súbitamente la idea de retratarse en su Habana, luego de dos décadas que no lo hacía, debido a la escasez de las cámaras y otros aparejos relacionados con la fotografía.
            Juana decide salir a la calle en búsqueda de un fotógrafo y, con ese propósito, se da un buen baño. La narradora detalla la manera jocosa en que se acicala para lanzarse a su aventura. A través de este episodio, la voz narrativa aborda el tema de la carestía de ropa y el carácter obsoleto de la moda en Cuba.
            Al salir, Juana se encontró con el anhelado fotógrafo en la esquina de su casa, un extranjero descrito con todos los atributos de un turista de la sociedad de consumo. Al momento del inusitado encuentro, éste estaba retratando a unos vecinos de la presumida mujer. Después que terminó su maniobra, Juana intentó atraer desesperadamente su atención, empinando las nalgas y colocando los labios y las cejas en forma ridícula. No obstante, él la ignoró.
            Con La Habana de fondo, el hablante narrativo atrapa la imagen de los cándidos isleños mediante el empleo de lentes extranjeros; los cuales parecen acercarse a ellos de la manera tradicional en que un antropólogo se allega a animales o a ciertas tribus lejanas y exóticas. Se nos antoja europea la mirada que ofrece la voz narrativa, particularmente afrancesada, en su histórico afán de examinar lo afrocubano con la curiosidad antropológica que hemos mencionado.
            Esa manera de mostrar a los habaneros como especies de un zoológico primitivo ha originado juicios desfavorables sobre Zoé Valdés. El escritor y periodista Fernando J. Hugo afirma al respecto: "En todo caso el común denominador en los relatos de Traficantes… son ciertos rasgos que desde hace algún tiempo tipifican la narrativa de Zoé Valdés como un producto turístico y folklórico dirigido fundamentalmente al mercado europeo".  
            En "Juana lunera cascahabanera" se establecen puntos de referencia negativos de los cubanos en la Isla mediante expresiones como "¡Qué cantidad de gente vagueando, caballero!". Se les tilda de promiscuos, pendencieros, exhibicionistas y alardosos. Valdés recrea indiscriminadamente estereotipos de sus compatriotas para vender una literatura sensual, erótica, inescrupulosa que se orienta hacia la comercialización e ideas demasiado formularias.
            De esa misma forma, elabora un mito que no debemos aceptar, aunque no los envíe desde la capital gala, envuelto en reluciente satinado y perfumado papel europeo, decorado con tiernas florecillas y colosales elegantes lazos. Sí, Zoé Valdés nos despacha este subliminal neocolonial  paquete. No los expide una cubana, a quien no le importa crear infundados frívolos arquetipos de sus connacionales. Esta especie de mito perfila al cubano como un ser caliente, sensual, indolente, de moral relajada.
            Las generalizaciones negativas que espolea son, más bien, propias del positivismo determinista, tan ligado al naturalismo de finales del siglo XIX, que establece que la naturaleza del ser humano, sin derecho albedrío, es determinada por la herencia genética y el medio en que vive.
            La autora de Traficantes de belleza no titubea en bombardearnos con una imagen inescrupulosa de la sociedad del país en que nació, con el lucrativo afán de sufragar los propios costosos gastos que implica subsistir en la sociedad europea que le ciñe. Leamos nuevamente lo que tiene que decirnos el señor Lugo sobre los textos de Zoé Valdés: "Resulta que ahora ya no somos más que unos supersensuales, supersabrosones… y por añadidura proclives a formar el relajo donde quiera y como quiera que se presente la ocasión".
            Juana prosigue su recorrido en búsqueda del anhelado fotógrafo. Se tropieza con las hijas de su amiga Lola. Entra en El Floridita. Sale de allí frustrada. Se dirige hacia los portales del Centro Asturiano. La necia mujer –cubana, no francesa– decide dirigirse en ómnibus a Cojimar. Allí tampoco encuentra a nadie que la fotografíe.
            Vuelve decepcionada a La Habana Vieja. Cuando ya la noche y su ánimo se hundían, se encontró con alguien que retrataba a una pareja de "besuqueadores". A este fotógrafo, de porte ridículo, le pidió desesperadamente una foto. Éste aceptó, pero con la condición de que Juana le retratara primero. Al intentarlo ella, ya el último rollo de fotografía se había acabado. La mujer se desplomó entre una mezcla de agravio, cansancio y decepción, golpeándose la sien sobre un pico afilado del arrecife del malecón habanero. De esa manera murió. Finalmente, la voz narrativa lanza una sentencia sobre los sueños habaneros: "No hay que obsesionarse –y agrega– pues pueden ser benditos o malditos oráculos".
            La idea del cuento pudiera considerarse jocosa. Sin embargo, es lamentable que la narración esté sobresaturada de prejuiciosos clichés, que las descripciones sean excesivamente esquemáticas y especulativas, dirigidas hacia un mercado, que, en su mayor parte, sólo conoce el contrahecho mito de lo cubano.

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