La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 25 de diciembre de 2013

La Navidad


“La Navidad de Juanito Laguna”, 1961, óleo sobre arpillera del artista bonaerense Antonio Berni (1905-81), 300 x 200 cm.  La tristeza y abatimiento en la expresión de los rostros se acoge perfectamente al mohín siniestro, en declive, sin salida, de la pobreza. La mesa proyecta la ilusión óptica de que las cosas dispuestas sobre ella están en peligro de caer.
Por Leonardo Venta 

La Navidad es el día en que se celebra el natalicio de Jesucristo (según los evangelios de San Mateo y San Lucas, aunque no mencionan fecha). No fue oficialmente reconocida hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno, padres y doctores de la Iglesia Primitiva, se declaró el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento del Mesías.

Sin embargo, hay quienes consideran que esta celebración es el resultado de la degeneración que sufrió el cristianismo a manos del paganismo. La fiesta gentil más relacionada con la Navidad eran las Saturnalias que se llevaban a cabo del 17 al 23 de diciembre en la antigua Roma en honor a Saturno, dios de la agricultura. Los días 24 y 25 eran consagrados a Mitra, divinidad persa de la luz y la cordura. El culto a Mitra llegó a confundirse a tal extremo con la adoración a Cristo que Tertuliano, cuyos escritos son determinantes para la comprensión de las prácticas religiosas de la época, afirmó que éste era "una diabólica imitación del cristianismo".

Glotonería y ebriedad, loterías y juegos de azar, así como intercambios de regalos caracterizaban a estas festividades. Una celebración de invierno similar – conocida como Yule –, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses – se organizaba en el norte de Europa.

En la Edad Media, la Iglesia añadió el Nacimiento y los villancicos a sus rituales navideños. Así también, el siglo XIX fue decisivo en la consolidación de la tradición de esta festividad. En éste, se generalizó el uso del árbol de Navidad, originario de zonas germanas. Los árboles iluminados no sólo eran distintivo de fertilidad sino de renacimiento solar, elementos netamente idólatras.

La popular imagen del regordete Santa Claus, con el raudo trineo, los inseparables renos y las bolsas abarrotadas de regalos, se asocia a la leyenda de Papá Noël, que procede, en parte, de San Nicolás. Obispo de Mira, capital de Licia, Nicolás IV es el patrón de Rusia y de los niños. Su culto es generalizado en Oriente y en Europa, especialmente en Bori, Italia, donde se veneran sus reliquias. A su vez, la leyenda de San Nicolás tiene conexión con el dios nórdico Odín, de luenga barba blanca y raro sombrero, el cual nada tiene que ver con la figura redentora de Jesucristo.

Compras y precios en rebaja, días feriados en los centros laborales y planteles educativos, grandes convites, efugios de ebriedad, tarjetas postales destinadas al basurero, arbolitos desligados de las prácticas cristianas, derroche de rojo y verde, remachadas producciones de "El cascanueces" en la cartelera balletística, multicolores compromisos, remedados y maquillados estreses, innecesarios gastos, memorables rituales familiares, integran la interminable lista de elementos que definen en parte nuestra Navidad.

Como hemos ya leído, algunos no aceptan que Jesucristo haya nacido el día en que celebramos su nacimiento. Otros piensan que cualquier fecha es apropiada para ese propósito. Nos preguntamos, pues, ¿cuál es el centro de nuestra Navidad, Jesús, los regalos, la familia, o el mismísimo Santa Claus? ¿Existe un genuino mensaje de amor detrás de cada guiño navideño? ¿Es la Navidad para todos?

Habiendo tantas personas que en el día de Navidad, y tantos otros del año, no tienen ni siquiera un bocado que llevarse a la boca, la fastuosidad de algunas celebraciones religiosas asociadas con esta fecha nos entristece; la arrogancia y ostentación de celebridades, ricos y poderosos nos amargan el paladar; el despilfarro innecesario de dinero, alimentos y bienes materiales, habiendo tanta hambre y pobreza en el mundo, nos avergüenza; el culto al ego y al dios Mammón, en nombre de Jesucristo(prototipo de la humildad), la hipocresía envuelta en papel de regalo, la emponzoñada humillante vanidad (disfrazada de caridad), el nocivo altanero egoísmo complementan la interminable lista de ineludibles !ayes! navideños.

La Navidad pierde cada vez más su origen de humilde pesebre, así como el espíritu de generosidad que debiera precisarla. Hemos sido contaminados con la mediocridad competitiva y el desmedido consumismo. La verdadera Navidad es abrir la amorosa puerta de nuestro más preciado recinto espiritual para darle cabida al relegado, combatir la injusticia, el egoísmo, el odio, el sectarismo, la beligerancia. Es repartir el perdón a manos llenas; es el tiempo propicio de honrar a Cristo a través de nuestro amor en acción.

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