La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 29 de septiembre de 2012

El destierro de la Abuela Kueka



La “Abuela Kueka” es una colosal piedra sagrada para los pemones – comunidad amerindia venezolana que habita el Caribe occidental desde tiempos inmemoriales –, extirpada del Parque Nacional Canaima, al sur de Venezuela. Bajo la presidencia de Rafael Caldera, el funcionario Héctor Hernández Mújica la entregó al escultor alemán Wolfgang von Schwarzenfeld, mediante un acuerdo establecido con Hans Peter Pliscka, Encargado de Negocios de la Embajada de la República Federal Alemana en Caracas.
 
A partir de este bloque inmenso de jaspe de unas 30 toneladas de peso, el artista teutón realizó un trabajo escultural para luego emplazarlo en el parque berlinés Tiergarten como parte del proyecto “Global Stone”, el cual comprende cinco piedras, o grupos de piedras, las cuales alegorizan un lema para cada uno de los continentes que conforman el globo terráqueo: la esperanza (África), la paz (Australia), el despertar (Europa), el perdón (Asia) y el amor (América).

Si bien, el epíteto amoroso con que los germanos arrullaron a la vetusta piedra americana en nada coincide con la poco melindrosa conmoción desatada alrededor de la misma. El pueblo pemón reclama el regreso de su venerable piedra al lugar que le corresponde junto a su amado, el “Abuelo Kueka”, en la localidad de Santa Cruz de Mapaurí.

Según la leyenda aborigen, Kueka era un joven de la tribu Pemón que eligió por esposa a una hermosa doncella de la casta Macuxi, transgrediendo lo establecido por el dios Makunaima, que prohibía la unión de sus mancebos con mujeres de una tribu diferente. Pemón y su prometida huyeron hacia la tierna maldición de los amores imposibles. "¡Maldito eres, vivirás siempre abrazado con tu esposa!, dictaminó Makunaima mientras metamorfoseaba a los amantes en piedra.

Esa sed de identidad que nos empuja a venerar tradiciones, a costa, es preciso decirlo, de exigirnos la existencia de sucesos maravillosos, nos impone reconocer que la abuela y el abuelo de los Pemón, separados arbitrariamente, integran la infinitud de nuestra eternidad añorada. Para la razón, en fin, de los oriundos de Santa Cruz, la crisis ambiental y espiritual que sufre su comunidad se le atribuye a la ausencia de la Abuela Kueka de su espacio original y, junto al gobierno venezolano, reclaman a Alemania su pronto retorno a la Venecia de América.

Mas es menester distinguir aquí entre el apetito artístico del escultor europeo y el acto de subestimar la perfecta salud del pueblo pemón al sustraerle la tan valorada piedra. Hoy, el propio von Schwarzenfeld admite que la Piedra Kueka ya no representa el amor, sino de alguna manera refleja sentimientos de discordia. Y es que donde habita la discordia no hay lugar para el amor.

El pueblo autóctono de Pemón reclama este pedazo de su historia, de sus credos, de su cosmogonía, de su patrimonio, de su idiosincrasia, arrancado de sus entrañas e injertado en suelo ajeno. El ministerio de Asuntos Exteriores alemán se ha referido a una solución aceptable para todas las partes. Apoyándonos en el inextricable báculo llamado justicia, como si fuera un cetro, insignia de la dignidad humana, consideramos el retorno de la Kueka-abuela al parque Canaima, Patrimonio Natural de la Humanidad, como única solución admisible.

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