La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 10 de junio de 2011

Cuba en el ballet

La Alonso, a sus noventa años, espera en primera fila del Karl Marx, antiguo Blanquita de Miramar, con capacidad para 4,000 personas, el inicio de una de las funciones del XXII Festival Internacional de Ballet de La Habana, que se extendió desde octubre 28 al 15 de noviembre de 2010, y a las que asistió religiosamente sin faltar a ninguna; incluso, estuvo presente en más de una ocasión en doble funciones celebradas en diferentes teatros.

Por Leonardo Venta

Alicia Alonso, directora, fundadora del Ballet Nacional de Cuba y uno de los grandes mitos vivientes de la danza universal de todos los tiempos, cuyo nonagésimo onomástico se celebrara el año pasado en los escenarios danzarios más notables del mundo, ha expresado: “Cuba posee, como base de su perfil nacional, dos grandes antecedentes culturales en los que la danza representa una manifestación de gran fuerza y riqueza. Por un lado, ostenta la exhuberancia de un rico folclor musical y danzario; y por otro, la danza teatral, que cobra su más alta expresión en el ballet”.

Para entender lo que se ha llamado la escuela cubana de ballet, según la Alonso, “primero debe aclararse qué es lo que se entiende por escuela en el sentido de una forma específica de bailar, una manera de expresarse técnicamente, un estilo, una estética, un gusto determinado, y otros factores, entre ellos, la existencia de varias generaciones, pertenecientes casi siempre a un mismo país, o formados en él”.

Nadie ha definido mejor que el crítico de danza británico Harnold Haskell la escuela cubana de ballet, al rememorar sus primeros encuentros en los concursos internacionales de Varna de los años sesenta, con Mirta Plá, Josefina Méndez, Aurora Bosh y Loipa Araújo, a las que bautizó como las cuatro joyas del Ballet Nacional de Cuba: “Exaltadas por el calor del sol cubano, eran magníficamente sensuales y femeninas, mostraban un perfecto equilibrio, gran velocidad y soberbia elevación, pero en sus movimientos de adagio parecían acariciar la música”.

Hablar de los éxitos de los bailarines cubanos alrededor del mundo es tema no de un artículo sino de un libro. Citaremos a vuelo de pájaro sólo algunos nombres y acontecimientos relevantes del ballet cubano, dejando afuera obligadamente la mayor parte de ellos.

Las cuatro joyas obtuvieron nuevamente en 1970, mediante la interpretación del “Grand Pas de Quatre”, el Premio Estrella de Oro de la Ópera de París; la hermosa Mirta Plá fue además laureada con el premio especial del jurado por su magistral e inigualable Mademoiselle Cerrito.

El ballet “Carmen”, con su trama de seducción, pasión y celos, y sus numerosas versiones coreográficas, como la del francés Roland Petit en 1949, cuenta con la cubana de 1967 de Alberto Alonso, creada especialmente para la legendaria Plisétskaya del Ballet Bolshói. Del estreno en Moscú, el fallecido Alberto Alonso rememoraba la gran ovación final que le obligó a salir a saludar al público una docena de veces. En 2005, Plisétskaya le invitó a volver a montar este ballet para Svetlana Zakharova y otras nuevas figuras del Bolshói.

De la Alonso se ha dicho casi todo, y aun así los elogios y los tributos ofrecidos no rozan la universalidad de su grandeza artística. Para hablar con propiedad sobre ella habría que haberla visto bailar. Fue invitada por la dirección de la Ópera de París para realizar el montaje de su versión coreográfica de Giselle e interpretar el rol protagónico, en 1972, junto a Cyril Atanassoff. Carpentier rememora las palabras de Daniel Lesur, administrador de la Ópera, en el coctel homenaje a la prima ballerina absoluta: “Alicia, desde hacía mucho tiempo, desde el siglo pasado, Giselle era una pieza de museo, una cosa muerta. Usted con su genio, la ha revivido, nos la ha restituido. Gracias a usted la vimos esta noche como hubiese querido verla Théophile Gautier.”

Podríamos seguir enumerando nombres, Terpsícores y Apolos de paraísos danzarios: José Manuel Carreño, Premio Dance Magazine 2004, y Xiomara Reyes, primeras figuras del American Ballet Theatre; Rolando Sarabia, recipiente del Grand Prix del XIX Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria, 1998; y del VIII Concurso Internacional de Danza de París, 1998; el cubano-americano Fernando Bujones, “el mejor bailarín norteamericano de su generación”, según Anna Kisselgoff, y medallista de oro del Festival Internacional de Varna; asimismo, el primer estadounidense en desplazar el poderío ruso en una competencia internacional de tal magnitud.

El cubano Carlos Acosta es actual bailarín estrella del Royal Ballet de Londres, así como uno de los ídolos del ballet mundial. Lorena Feijóo sobresale en el San Francisco Ballet, y su hermana Lorna en el Boston Ballet. En fin, no hay compañía importante de ballet en el mundo en que no reluzcan personalidades danzarias cubanas.

De la actual gira del Ballet Nacional de Cuba por Estados Unidos – Nueva York y Washington – en una crítica fechada el pasado sábado, sobre la función del jueves, 2 de junio, Sarah Kaufman del Washington Post más que reseñar parece suspirar: “Hay tantas cualidades estelares en esta compañía”. Y estamos convencidos de que no exagera.

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