La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

jueves, 27 de mayo de 2010

«El etrusco de La Habana Vieja»*



Por Leonardo Venta

Este 2010, el 19 de diciembre, se conmemora el centenario del natalicio de José Lezama Lima, el gran poeta, narrador y ensayista cubano, forjador de una de las letras más pulcras y elaboradas del pasado siglo. Soberano de la metáfora, Lezama lega una obra cumbre a la literatura universal: Paradiso.
Aunque se le han dedicado tesis y libros, homenajes y coloquios, artículos y reseñas, Lezama sigue siendo incomprendido, depuesto, soslayado – por su hermetismo, quizá –, a pesar de haber universalizado lo más acendrado de su isla amada.
Oscuro pero iluminado; incomprensible, a veces, pero espléndido; ambiguo pero familiar; poco leída su obra – como la de sor Juana, nuestra décima musa americana, barroca y gongorina como él –, su nombre estimula fútiles pláticas mientras sus textos pernoctan abatidos rincones intransitados de bibliotecas y librerías.
Pero recorramos un poco su vida, con el anhelo de que pueda despertar en nosotros el deseo de escudriñar su obra. José María Andrés Fernando Lezama nació en el campamento Columbia, en donde su padre, hijo de un vasco con una cubana, coronel de artillería e ingeniero, llegó a ser figura clave. Su madre, Rosa, hija de emigrados revolucionarios, cató el mismo hosco almíbar de exilio (en el floridano Jacksonville) que en variado sorbo muchos proscritos de cualquier nacionalidad disimuladamente bebemos.
Recién había cumplido el pequeño José 8 años cuando pierde a su padre – a la edad que tenía Cristo cuando fue crucificado –, víctima de la influenza, mientras rendía servicios militares en Fort Barrancas, Pensacola. Esa imprevista pérdida causó un indecible impacto en el ánimo del futuro poeta. “Sin duda el sentimiento de soledad influía por los residuos que había dejado en mi vida la muerte de mi padre”, declara Lezama a EFE.
Su madre, Rosa Lima, se afirma como bastión familiar. “Veo siempre a mamá joven que se sonríe y que cuida de nuestros sueños”, comenta el poeta. Rosa jadea para exprimir la pensión que recibía por su viudedad y mantener con dignidad a Bolín, el apodo de Lezama cuando chiquillo, así como a Rosa, su retoño mayor, y a Eloisa, la hija más pequeña.
El entrañable e indeleble lazo que entreteje el materno cordón umbilical con la criatura, no dejó nunca de anudar a madre e hijo. De ese vínculo nació una de las espiraciones más admirables de la literatura del siglo XX. La madre fue acicate decisivo para que el hijo escribiese la novela que lo consagrara, aunque es válido aclarar que no hay migajas recusables en la producción lezamesca.
“Y es Paradiso el homenaje post morten que mi hermano rinde a nuestra madre, que agonizando le pidió que escribiera la novela de la familia”, apunta Eloisa, hermana de Lezama, quien falleció, a los 91 años de edad, el pasado jueves 25 de marzo de 2010 en su exilio de Miami. Luego agrega la profesora universitaria y escritora, en el prólogo a la novela que preparó para la editorial Cátedra: “…Paradiso se apresura y llega a un clímax en el proceso de escribirlo a la muerte de Rosa Lima, nuestra madre, para disfrutarla en sus más genuinas anécdotas y así volverla a tener en presencia y ausencia en ese Eros de la lejanía”.
En su Magnum Opus, Lezama redime, resucita a su madre; la encumbra; la enaltece a través del nombre de Rialta, que según Eloisa, es el más poético del libro. “El nombre está tomado del puente Rialto, en Venecia. El puente que unía a Lezama Lima con la realidad era su madre”, agrega la prologuista.
El 9 de agosto de 1976, Lezama fallece en un hospital de La Habana de una pulmonía. Según el chileno Jorge Edwards, premio Cervantes 1999, “Lezama se había exiliado en su lenguaje creativo, en ese pasado cubano elaborado por el lenguaje, y se había llevado su exilio a la tumba”. Lo que confirma que el término insilio, exilio hacia adentro, es un mal tristemente frecuentado.



*Lezama, hombre de excelente humor y vasta cultura, firmaba a veces su correspondencia con el sobrenombre de «El etrusco de La Habana Vieja»

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