La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 18 de febrero de 2017

Paradiso, un culto lezamesco a La Habana

Upsalón es la divinidad de la mitología escandinava que le sirve a Lezama Lima para nombrar
 la Universidad de La Habana
Por Leonardo Venta

El crítico uruguayo Ángel Rama le concede suma significación a la aglomerante y soberbia urbe, en su texto La Ciudad letrada, norma de la ciudad barroca, y a los hombres que la presiden, quienes tienen a su favor la palabra escrita, valioso instrumento para establecer su orden, disposición de una arquitectura física de la ciudad y otra inmaterial, ideológica.
            En la novela Paradiso, de José Lezama Lima, la urbe habanera barroca se erige como centro de la acción exterior e interna de personajes, contextos hilvanados (y emanados) desde y alrededor de su más genuino palpitar.
            Como expresión de las artes plásticas, apasionado por temáticas que exploraba hasta el dulce agotamiento, estrechamente fundido con el sentir de la generación de poetas cubanos del Grupo Orígenes, René Portocarrero –al develar con su pincel la mágica virtud y el meridiano esplendor de La Habana– es la más cercana representación del barroco lezamesco.
       "Si la obra de Lezama Lima pudiera perpetrarse gráficamente sería René Portocarrero, su contemporáneo pintor cubano, el que simultaneare su misma trayectoria", expresa Eloisa Lezama Lima en el prólogo de la 12.ª edición de Paradiso (Cátedra, Madrid, 2010). "Si repasamos la crítica de Lezama Lima a la obra de Portocarrero, descubriremos cómo sus técnicas se relacionan con las del autor de Paradiso", agrega la hermana del escritor en el susodicho prólogo.
            La novela, entre sus múltiples lecturas, encauza el culto del autor a su venerada Habana.  Paradiso, aunque visite cuanta geografía y credo universal exista, se nutre de cubanía –cubanidad plena, sentida, consciente y deseada, al decir de Fernando Ortiz–, muy en especial la capitalina; se robustece con el arte culinario de la Isla, con sus cocineros mulatos y las charlas de sus aburguesadas criollas; mastica el glutinoso quimbombó y se empalaga de las yemas dobles.
            “– ¿Cómo va ese quimbombó? – dijo [Rialta]", y refutando a que el cocinero Izquierdo le agregara camarones chinos y frescos al guiso, afirma: “Tanta refistolería no le viene bien a algunos platos criollos”. Augusta y su hija Rialta, asimismo, departen sobre la repostería cubana. La primera se refiere a las yemas dobles, que prefería llamar Sunsún doble, y a la natilla, “no como las que se comen hoy, que parecen de fonda, sino de las que tienen algo de flan, algo de pudín”.
            Rebosa además cubanía en la pronunciación criolla de los fonemas. “Dicho esto [Izquierdo] se precipitó sobre la cocina, no sin que sus sílabas largas de mulato capcioso volasen impulsadas por graduaciones alcohólicas altas en uva de Peleón”. El mismísimo nombre de José Cemí alegoriza criollismo: José, la dimensión del patriarca cristiano impuesto por los españoles en la Isla, y la voz precolombina representada en el apellido Cemí, nombre de una deidad taina, configuran su devenir alegórico. 
            En la novela resaltan aparecen vocablos como tocoloro, o tocororo, ave trepadora de lindos coloridos plumajes que habita solitaria en los bosques cubanos, y que la voz narrativa compara con la pluma multicolor que Fibo hunde en los glúteos de sus condiscípulos:”(...) y hundía la pluma de tocoloro infernal por la rendija del pupitre anterior, electrizando la glútea por la penetración de aquel punto teñido de la energía del ángel color de uva”.
            En Paradiso se desperezan conjuntamente céntricas calles e icónicos espacios habaneros, como la escalinata universitaria, el paseo del Prado y el Malecón.  “(...) al aluvión que bajaba por la avenida de San Lázaro, de aceras muy anchas con mucho tráfico desde las primeras horas de la mañana, con público escalonado que después se iba quedando por Galiano, Belascoaín e Infanta, ya para ir a las tiendas o a las distintas iglesias o hacer de las dos cosas sucesivamente, después de oír la misa, de rogar curaciones, suertes amorosas o buenas notas para sus hijos en los exámenes”, leemos en el capítulo XIX de la novela.
            “La escalera de piedra es el rostro de Upsalón [la Universidad de La Habana], es también su cola y su tronco. Teniendo entrada por el hospital, que evita la fatiga de la ascensión, todos los estudiantes prefieren esa prueba de reencuentros, saludos recuerdos (...) No son aquellos días de finales de bachillerato en que se sentaba en el extremo de un banco, en el relleno del Malecón, colgaba un brazo del soporte de hierro y sentía que la noche húmeda lo penetraba y lo tundía”, observamos casi inmediatamente a través del relato. 
            Asimismo, el texto enarbola el carácter sincrético de la religión afrocubana –cuyo ritual se integra de elementos del cristianismo y manifestaciones religiosas africanas–, con espiraciones de supersticiosas tradiciones, desigualdades sociales, alegrías y tristezas. “En la calle General Lee vivía la espiritista mestiza, con ese rostro sabio y bondadoso adquirido por nuestras cuarteronas, donde (...) la pobreza arrinconada y sin salida, la esquina de parla municipal y cominera, el diálogo último, para desesperación conversacional y fatalista, con los ídolos, han dejado tan penetrantes surcos”.
            En tanto, la célebre escena de baile de sociedad en casa de Paulita Nibú –donde Rialta se encuentra con el presidente Tomás Estrada Palma, y en la que José Eugenio la espía por vez primera tras una persiana, descrita desde la perspectiva de un lente cinematográfico, especie de catalejo voyerista– nos rememora la atmósfera de los bailes decimonónicos habaneros que se describen en la Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde.  “Cuando [Rialta] se presentaba saludaba con una desenvoltura, que a José Eugenio criado en un ambiente provinciano y español, le parecía la quintaesencia de lo criollo, graciosa, leve, muy gentil”, leemos en el texto lezamesco.
            El crítico literario Reynaldo González, en Lezama Lima: el Ingenio, reconoce un cierto carácter de crónica de costumbres en Paradiso: “Intencionalmente soslayo aquí las referencias a su monumental Paradiso, ya indicado como crónica de costumbres entre tantas cosas que es y significa, incluidas sus paródicas exageraciones sexuales, fórmula que pone en solfa el machismo predominante de nuestras culturas”.
            En nuestra lectura, movidos por un ingenuo pero genuino instinto literario, hemos experimentado en la escena del baile en casa de la Nibú un “déjà vu” de ciertos pasajes descritos en la novela de Villaverde, con ese aliento análogo y disímil de crónica de costumbres, para recrear guiños de la capital cubana en las primeras décadas del siglo XX, irrebatibles distintivos del neobarro lezamesco. 

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