La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

lunes, 29 de agosto de 2016

Borges, el pensador

En "Remordimientos" (retrato de Jorge Luis Borges), obra de Ernesto Aroztegui, un paraguas -en el que se inscribe parte del poema que da título al cuadro-  aísla a Borges del "juego arriesgado y hermoso de la vida".


Por Leonardo Venta 

Quien lee a Jorge Luis Borges debe constantemente consultar textos que interpola, así como enfrentar una pleamar enciclopédica que transmuta el autor argentino bajo el influjo de sus duendes literarios, sin excluir escenarios y personajes presentados como reales, como parte de un efecto lúdico, parcial o enteramente fruto de su imaginación. En este contexto, Borges, implícita o explícitamente, pretende hallar explicaciones a temas relacionados con la razón, aunque sea negando la existencia de una respuesta válida o remedando la realidad mediante el empleo de elementos fantásticos.
              En el plano filosófico, Borges, aparte de Arthur Schopenhauer, a mi juicio su filósofo predilecto, repasó con avidez a Friedrich Nietzsche, con quien discrepó en múltiples aspectos. Estudió asimismo la obra del irlandés George Berkeley, considerado el fundador de la moderna escuela del idealismo; al polémico Hegel, que aplicó la antigua noción griega de la dialéctica a su sistema filosófico; la obra del escocés David Hume, uno de los mayores escépticos en la historia de la filosofía; a Immanuel Kant, considerado como el pensador más influyente de la era moderna, entre otros.
            La idea del mundo como representación, tesis fundamental de Schopenhauer, es una constante en la obra borgeana. El sujeto de la representación (el que conoce) y el objeto de la misma (lo que se conoce), están condicionados por el espacio, el tiempo y la causalidad. Según propone Kant, los individuos no pueden comprender la naturaleza de las cosas en el Universo, pero pueden estar racionalmente seguros de que lo experimentan por sí mismos. Dentro de esta esfera de la experiencia, nociones fundamentales como espacio y tiempo son relevantes.
            En uno de los textos tempranos de Borges, el híbrido cuento-ensayo “Pierre Menard, autor del Quijote”, el narrador expresa: “La verdad histórica, para él [Menard], no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió”, es decir, la percepción de la realidad.  Según el idealismo que modula Schopenhauer en su filosofía, y que Borges solfea admirablemente en su haber literario, las cosas sólo existen cuando las percibimos. Traerlas a colación, no importa en que forma, es redimirlas.
            Sin menoscabar la profundidad del pensamiento borgeano, lo literario prevalece sobre lo filosófico en éste, prevalencia determinada por el carácter artístico/estético de la literatura, que la filosofía como ciencia evita. Según el hispanista y traductor Roberto Paoli, “... no puede exigírsele [a Borges] esa coherencia que se le pide a un filósofo sistemático”, precisamente por ser literato. En ese sentido la estética literaria trasciende los argumentos racionales que esgrime la filosofía, pero no por eso los excluye.
            Una visión metafísica de la realidad, como parte del idealismo con el que se identifica desde temprana edad, es latente en Borges, metafísica que engarza y se aviene muy bien a la estética de la literatura fantástica que cultivará sistemáticamente. Funde la metafísica y lo fantástico, como parte de una estética literaria que revoluciona la literatura regionalista y el realismo decimonónico que le precedió. En el cuento “Tlö, Uqbar, Orbis Tertius”, con que inicia su libro Ficciones expresa: “Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica".
            Borges entiende la realidad como un sueño, que implica cierto escepticismo ante el destino y el rol impreciso del hombre en el universo, superponiendo, fundiendo y confundiendo las dimensiones sueño-realidad. He ahí, en parte, la ambigüedad, la ironía (de carácter lúdico) y la aparente complejidad del discurso borgeano, no solamente como recurso literario significativo para crear la atmósfera de suspenso y misterio que caracteriza al género fantástico que cultiva, sino como obsesivo afán literario de explicar la esencia de las cosas.
            En el famoso soneto borgeano “El sueño”, el hablante lírico pregunta: “¿Quién serás esta noche en el oscuro / sueño, del otro lado de su muro?".  La pregunta, más que inquirir, sugiere la fusión de la existencia (la realidad) y el sueño (la representación de dicha realidad). ¿Quién serás (o somos) en esa dimensión misteriosa llamada sueño? ¿De qué manera se dilucida lo real y lo onírico?, son las grandes interrogantes.
            Borges sugiere la inconsecuencia inexplicable de la existencia, y, por ende, cuestiona la validez universal como una categoría absoluta. Para él, el universo tangible es tan irreal como el sueño y la misma muerte, de la cual éste es una especie de ensayo, o augurio.
            En el cuento “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, el hablante narrativo propone al mundo como una ilusión. El Tlön (tierra) es un mundo ficticio, y Herbert Ashe, personaje de la vasta lista de la inventiva borgeana, es “uno de sus modestos  demiurgos” [dios creador].  En el “Tlön…”, los objetos físicos existen condicionados por la imaginación: “Los hay de muchos [términos]: (…) el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por un sueño”, afirma la voz narrativa.
            En “The immortals", cuento escrito inicialmente en inglés, el hablante narrativo sugiere la necesidad de emancipación del hombre de la prisión de los sentidos, de sus obstrucciones engañosas, en ese afán de alcanzar la verdad y el conocimiento. La realidad, para Borges, se aprehende mejor a través de la introspección que mediante los sentidos; es la antonimia luz-oscuridad, realidad ficción, que sustenta su tropológica escritura.
            Nada es impensado en la obra de Borges. Aun en sus poemas juveniles, como “Amanecer”, que integra la colección Fervor de Buenos Aires, se vislumbra el viaje del sujeto a las ideas en búsqueda de verdades filosóficas. El hablante lírico manifiesta haber revivido “(…) la tremenda conjetura / de Schopenhauer y de Berkeley”, en una antonimia de paisaje urbano desolado (espiritualmente) y poblado (literalmente).
            La realidad como un sueño cobra vida en “Amanecer”, mediante el símil que funde la ceguera literal con el alma oscura de la ciudad desolada, que encierra en sí el afán insaciable de dilucidar la verdad: “... y la noche gastada / se ha quedado en los ojos de los ciegos”. Más allá de cualquier empeño estético, la obra borgeana procura la voluntad de comprender e interpretar el universo.

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