La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 19 de junio de 2013

Edificando el puente La Habana-Tampa (y III)

 Por varias semanas consecutivas venimos publicando un reportaje acerca de la reciente visita a La Habana de Jeffrey Multer, concertino de la Orquesta de la Florida (TFO); Henry Adams, director general adjunto de marketing y comunicaciones de dicha institución; y su director ejecutivo Michael Pastreich.


Hemos recreado – con perceptivas pinceladas – los datos referentes al viaje, algunos detalles del concierto en que intervino Multer, como solista invitado junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba (OSN), en el habanero Teatro Nacional; las clases magistrales ofrecidas por el mencionado violinista en el Conservatorio Amadeo Roldán y el Instituto Superior de Arte (ISA).

No obstante, todo reportaje tiene un imprescindible eje: la enseña del buque llamado información. A nuestro juicio, las impresiones de estos tres hombres constituyen el más elocuente eslabón de este trabajo periodístico. Apoyándonos en nuestro indagador inalámbrico, hemos recopilado de un modo directo sus anécdotas y opiniones; de la misma manera en que aquí se las ofrecemos. ¡Recíbanlas fraternalmente!

Jeffrey Multer, la fraterna armonía de un violín

EL concertino Jeffrey Multer ofrece una clase magistral en el habanero Conservatorio Amadeo Roldán.
Foto: cortesía de Henry Adams
“Es mi primera visita a Cuba. Sólo tuve la oportunidad de conocer La Habana, una ciudad con muchos contrastes: zonas muy hermosas y otras lo opuesto”, indica Multer. Sobre la relevancia de su viaje, aclara: “Es una experiencia estimulante, parte del proyecto de intercambio cultural de la Orquesta de la Florida con nuestros colegas cubanos”.

Al preguntarle, en el plano personal, qué resultó lo más apasionante del viaje para él, Multer resalta: “Lo que más disfruté fue enseñar a los estudiantes de música, así como los ensayos con los artistas cubanos. El concierto en sí fue muy bueno; pero como he tocado en numerosos conciertos, los ensayos fueron la parte más atractiva y amena para mí, a pesar de que no hablo castellano y necesité del auxilio de una intérprete”.

Luego de una afinada pausa, insiste el violinista: “Para mí, lo mejor de todo el viaje fue el contacto directo con los músicos cubanos. A pesar de que ellos estuvieron en Tampa en 2012, en aquella oportunidad solamente tocamos juntos una pequeña pieza de un concierto de Bach, y compartimos en un solo ensayo de una hora y media. En La Habana tuve la oportunidad de trabajar por más tiempo con la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Fueron cinco días de extensos ensayos”.

Al referirse al concierto del domingo, 12 de mayo, en el Teatro Nacional de Cuba, junto a sus colegas caribeños, explica Multer: “Fue el Día de las Madres, a las 11 de la mañana. A pesar de haber aire acondicionado en el teatro, el intenso calor del mediodía habanero se adueñó de la sala. Al punto agrega: “La razón del programa era tener la habilidad de trabajar con los músicos cubanos en la mayor cantidad de formas posibles. En la primera parte tocamos música barroca, sin un director. Yo dirigí desde mi sitial de primer violín a la usanza del período barroco. En la segunda mitad, el director titular de la OSN, Enrique Pérez Mesa, nos dirigió en el “Concierto para violín” de Jean Sibelius. Yo me desempeñé como solista”.

Al inquirirle sobre el sello interpretativo de los músicos cubanos, Multer no vacila en calificarlos de “apasionados y energéticos”, pero en ningún sentido encuentra diferencias entre ellos y otros músicos con los que ha tocado en orquestas de Estados Unidos. Sobre si desea volver a la isla, comenta: “Regresaría a Cuba. Todos disfrutamos mucho del viaje. Me gustó trabajar con el director, con los músicos; además me agradaría conocer algo más que La Habana”.
 
Henry Adams, un cubano por ósmosis

(De izquierda a derecha) Henry Adams, Teresa Fernández, Jeffrey Multer y Enrique Pérez Mesa, en El Vedado. Foto: cortesía de Henry Adams

Con el señor Henry Adams – un estadounidense que habla impecablemente el castellano – dialogamos por largo rato. Él sirvió en este viaje, entre otras valiosas funciones, de intérprete. Si bien, la institución sinfónica antillana proveyó los servicios de Teresa Fernández – según Adams –, “una traductora e intérprete de suma calidad”. Al respecto comenta con amable humildad: “Claro que tuve que desempeñar el papel de intérprete y lo que yo llamo ‘embajador callejero’, en que fui el que hablaba con todo el mundo allí representándonos, no sólo como integrantes de TFO sino como norteamericanos y seres humanos forjando amistades en Cuba”.


No sólo le impactaron favorablemente los músicos de la OSN – entre los cuales conoce a varios después de dos encuentros con ellos (primero en octubre de 2011, en La Habana; y el segundo, en noviembre de 2012, en el área de la Bahía de Tampa) –, sino también el pueblo cubano en general. A propósito, señala Adams: “La gente es sumamente acogedora, muy agradable, muy amable, y no sólo hablo de los músicos de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, también me refiero a los cubanos con los cuales hablé en la calle…sean amas de casa, taxistas, estudiantes, soldados, obreros, camareros y hasta pescadores en el Malecón”.

Este viaje, su segundo a la isla, tuvo una doble significación para él. Profesionalmente, constituyó la responsabilidad histórica de saberse protagonista del antedicho intercambio cultural; y en el aspecto personal robusteció lo que él califica su “cubanía por osmosis”. Adams vivió parte de su vida en España – nación que ha mantenido uno de los vínculos históricos más fuertes y amplios con Cuba entre todos los países latinoamericanos –. En sus años estudiantiles en la universidad, tuvo dilectos profesores y amistades originarias de la Mayor de las Antillas; de igual manera, su esposa, Haydée Gutiérrez, es una habanera que radica junto a él en la hermosa ciudad floridana de Saint Petersburg.

Al calificar el concierto celebrado en La Habana, al que asistieron destacadas personalidades de la vida cultural cubana, Adams no escatima elogios. Asimismo, pondera la disposición de ánimo del concertino Multer, especialmente en los ensayos: “La actitud de Jeffrey se caracterizó sobre todo en los ensayos por una admirable humildad. En todo momento mantuvo un contacto de sencillez con los músicos cubanos, como si fuera uno más de ellos: algo no muy frecuente cuando nos referimos a solistas de conciertos. En este caso, el lenguaje de la música y la fraternidad se fundieron admirablemente para superar los obstáculos de dos idiomas diferentes”.

“Lo bueno de observar el proceso de los ensayos – que al igual que el concierto se efectuó en la Sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba, ya que el Teatro Amadeo Roldán, sede permanente de la OSN, estaba cerrado por renovaciones – me permitió constatar personalmente como Jeff comunicaba a los integrantes de la orquesta cubana lo que quería de la música de Händel, Bartók y Bach. Se comunicaban admirablemente entre sí, a través de un simple gesto de cabeza, marcando un ritmo con la voz, o entonando una frase con el violín para ilustrar alguna sutileza. Así, desde el primer ensayo hasta el día del concierto, se fue obrando el milagro de la metamorfosis oruga a mariposa”, expone Adams, mientras su tono cobra noble aliento.

Al instante asevera, como gustando con la inflexión de su voz estrenadas memorias: “Esta segunda visita a Cuba ha fortalecido mis relaciones profesionales y amistosas con músicos y otros artistas cubanos. Nos hemos familiarizado un poquito más con los barrios habaneros: La Habana Vieja, Centro Habana y El Vedado, principalmente. También, fuimos a Vistamar para cenar con colegas, y tuve la suerte de visitar Alta Habana, donde vivía mi esposa cuando niña”.

Su expresión excede amordazados horizontes, cuando añade: “Parte del intercambio es también familiarizarnos con otros aspectos de la vida cultural y artística cubana fuera de la sala de conciertos y la música”, para depositar en el espacio otra edificante frase en búsqueda de entrañables ecos receptivos: “Somos seres humanos con más elementos comunes y fraternos que aquellos que nos separan y dividen”.

Michael Pastreich, colofón de un sentir común   


El concertino y el presidente de la Orquesta de la Florida, Jeff Multer y Michael Pastreich, respectivamente, en su visita al estudio del artista plástico cubano Ibrahim Miranda. Foto: cortesía de Henry Adams

Para Michael Pastreich, lo más significativo de la reciente visita a tierra antillana, se puede explicar en varios niveles. “En última instancia, TFO persigue aunar nuestras dos comunidades. La música, un área en la que nuestros dos países se acoplan perfectamente, puede desempeñar un papel decisivo en sanar heridas y salvar diferencias. En otro nivel, hemos afianzado una relación más estrecha con nuestros colegas cubanos a través de los años. Esta vez, teníamos amigos en La Habana. Ya no éramos extraños”. 
 
Por último, afirma Pastreich – quien se reunió con Enrique Pérez Mesa para programar los venideros conciertos y clases magistrales que ofrecerán cuatro percusionistas cubanos en la bahía de Tampa, para marzo de 2014 –, “me fascinó constatar como ha progresado la restauración de La Habana Vieja desde mi última visita hace dos años. La ciudad es fascinante y hermosa".

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