La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

miércoles, 24 de octubre de 2012

Luis Cernuda o el naufragio del deseo

Por Leonardo Venta

“Entramos ahora – perseguir las etapas de esta poesía de Cernuda en su obra La realidad y el deseo, sería revisar el proceso poético contemporáneo – en una mística corporal, en la que desfilan los remordimientos acuchillados debajo de un farol, la delectación angustiosa con sus gritos de torero y el destierro de las manos en la nieve”.
 José Lezama Lima

A comienzos de siglo XX, cuando ya el modernismo se disponía a deslizarse, con refinado gesto desentendido, en alguna que otra colosal antología poética, ya comenzaban a incorporárseles algunos ‘ismos’ a nuestras letras castellanas.   Entre 1910 y 1925, el ultraísmo y el creacionismo se afirmaban en España. Este último, un movimiento que imagina al poeta como un dios mago que emula con la Naturaleza en vez de reflejarla. “Hacer un poema como la Naturaleza hace un árbol”, apunta Vicente Huidobro.  

Un grupo de poetas convergieron en España, unificados históricamente por el homenaje a Luis de Góngora, al cumplirse, en 1927, el tricentenario de su muerte. Se agruparon, además, bajo un mismo revolucionario firmamento, la Residencia de Estudiantes en Madrid, para coincidir en ciertos rasgos que precisaban su actividad creativa: el cultivo especial de la metáfora, una actitud clasicista, la influencia de Góngora y del surrealismo francés. Jorge Guillén, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, son algunos de los colosales nombres de la generación del 27.  

“Un roce al paso, / una mirada entre las sombras, / bastan para que el cuerpo se abra en dos, / ávido de recibir en sí mismo / otro cuerpo que sueñe; / […] aunque solo sea una esperanza / porque el deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe”. Basta esta cita como exordio a Luis Cernuda (1902-1963), una de las voces cumbres de la poesía castellana del siglo XX.  

Cernuda pasó toda la vida indagando la ‘respuesta que nadie sabe’. Experimentó la soledad cósmica del poeta, tropezó incesantemente con el deseo troncado. Inhaló la nostalgia del exilio literal – Gran Bretaña, Estados Unidos y México –, así como del insilio de su otredad en asecho. Bebió el acíbar de un mundo que se le antojaba hostil en la gran batalla entre la realidad y el deseo.  

Pocos le han cantado al amor sin alas como él: “[…] si el hombre pudiese levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz […]”. Incursionó en el surrealismo a principios de su carrera. En Toulouse, publicó su segundo libro, Un río, un amor (1929), ya con el anegado ademán de su holgura creativa: “Un hombre gris avanza por la calle de niebla; / No lo sospecha nadie. Es un cuerpo vacío”.  

Lo asedió siempre esa pasión vedada que abriga vastas tristezas. En 1936, su libro La realidad y el deseo, vuelto a publicar en 1958, compendia la razón de su poesía y de su propia existencia: el querer y no poder. Es la gran tragedia entre el ser y el desear, abrazada estoicamente al purgatorio terrenal de las torturadas almas. Es el sacrificio del amor que se conforma con sólo retener el recuerdo, tanteando el frágil ahora que presiente su irremediable término.  

El poeta, consternado, acepta el triunfo de la realidad sobre el deseo, y admite, en un derrumbamiento casi epopéyico, su fracaso afectivo: “Como la arena, tierra, / como la arena misma, / la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. / Tú sola quedas con el deseo, / con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, / […] Tierra, tierra y deseo. / Una forma perdida”.  

La poesía de Cernuda refleja el éxodo espiritual del poeta. Las etapas que atraviesa son casi invariables. La esencia integral de su lírica – la soledad, la inadaptación, el amor insatisfecho –, es una constante. No obstante, hay un salto del lirismo y la pureza a la renuncia de los ornamentos, de los ritmos y de la rima.  

En su ensayo “La palabra edificante”, la voz de Octavio Paz resume magistralmente la esencia poética cernudiana: “Al final de sus días, Cernuda duda entre la realidad de su obra y la irrealidad de su vida. Su libro fue su verdadera vida y fue construido hora a hora, como quien levanta una arquitectura. Edificó con tiempo vivo y su palabra fue piedra de escándalo. Nos ha dejado, en todos los sentidos, una obra edificante”

 

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