La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 11 de agosto de 2012

El Libertador (I)

El martes, 24 de julio de 2012, el presidente venezolano, Hugo Chávez, reveló la foto digital del “nuevo” rostro del Libertador, realizada con el apoyo  de la técnica craneométrica. Este otro semblante de Bolívar ha recrudecido la reinante polémica entre partidarios y detractores del actual régimen venezolano.
                                                                              
Por Leonardo Venta


En su viaje de Nueva York a Venezuela en 1881, José Martí realizó apuntes a lo largo de una travesía de 12 días en barco. Años más tarde, en su revista infantil La Edad de Oro, al rememorar su llegada a tierra venezolana, escribe: "Cuentan que un viajero llegó a Caracas al anochecer, y sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó donde se comía ni se dormía, sino cómo se iba adonde estaba la estatua de Bolívar. Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo".

En el artículo “Tres héroes”, que conforma el primer número de La Edad de Oro, y en el cual Martí honra a Simón Bolívar, al cura Hidalgo y a José de San Martín, señala refiriéndose al primero: “Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medios desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrenatural”.

En Santiago de León de Caracas, nació Simón Bolívar la mañana del 24 de julio de 1783, destinado a convertirse en el líder indiscutible de la revolución que culminó con la emancipación de Sudamérica frente al poder colonial español, por lo que ha sido ennoblecido por la historia con el título honorífico de Libertador.

Proveniente de una acaudalada familia criolla venezolana, Bolívar quedó huérfano de madre y de padre siendo muy pequeño. Pasó al cuidado de su abuelo materno Don Feliciano Palacios, a quien también perdió a los 10 años. Tuvo como maestros al presbítero José Antonio Negrete, al político, humanista y poeta Andrés Bello y, sobre todo, a Simón Rodríguez, uno de los intelectuales americanos más importantes de su tiempo.

“Él formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”, expresó Bolívar al referirse a Rodríguez. “Las relaciones entre Bolívar y Simón Rodríguez tienen algo de gran telón andino, de las consabidas y vastas resonancias en el libro de los destinos entre maestro profeta y discípulo genial”, afirmó en su decir inconfundible José Lezama Lima.

Bolívar leyó y admiró a pensadores de la Ilustración – marcados por las tendencias hacia el liberalismo político y económico y la reforma humanitaria –, entre ellos John Locke, Jean-Jacques Rousseau, Voltaire y Montesquieu. Con tan sólo 19 años de edad, viajó a Madrid, donde residían sus tíos maternos. En tierra española contrajo matrimonio con María Teresa del Toro y Alayza, el 26 de mayo de 1802. Pronto regresó a Caracas.

La muerte nuevamente se ensaña contra él, llevándose a su amada a escasos ocho meses de matrimonio. Opinan sus biógrafos que esa desgracia curtió, en parte, su fornido y estoico espíritu. Abatido pero no amilanado, regresó a España para adentrarse en el estudio de los clásicos antiguos y modernos, de los grandes pensadores bajo la tutela del sabio marqués Gerónimo de Ustáriz.

Viajó a través de España, Francia e Italia. En París, se embebió de las ideas de la Revolución y conoció personalmente a Napoleón Bonaparte y a Humboldt. En sus tres viajes a Europa, en 1799, 1803 y 1810, permaneció allí algo más de siete años. En Cádiz, ingresó a la masonería a los 21 años. En sus filas, ahondó en los filosofismos, en las esferas de las virtudes del espíritu: la templanza, la firmeza de ánimo, el valor, la devoción a la justicia, la perseverancia y la humildad, entre otras.

El 15 de agosto de 1805, en la colina romana conocida como el Monte Sacro, juró libertar a su patria ante su maestro Simón Rodríguez. En aquel histórico momento, el Libertador pronunció las palabras definitorias de su existencia: “Juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que se hayan roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

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