La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 26 de agosto de 2012

Adiós a un innovador de la danza

Merce Cunningham, 1973
Por Leonardo Venta

 
Movimientos corporales encauzan las emociones, los estados anímicos,  las ideas... Se salta, se gira, se libera el espíritu, se rebosan los sentidos en irrepetibles vuelcos. Ya sea como un ritual, a manera de contar una historia, experimentar un arrobamiento de placer, o en el simple anhelo de palpar la beldad, la danza despliega en su singular lenguaje los filamentos más entrañables del ser.

Divaga con nosotros desde nuestros primeros gestos, sin percatarnos apenas. Nos escolta en el jubiloso salto del anhelado asentimiento, en el abrazo emotivo del primer encuentro amoroso, en la languidez del último adiós, en el arrebato de la ira, en el rictus colosal de un orgasmo. Nos corteja en la levedad de caminar, en el ademán afectuoso de una reunión de amigos, en la solemnidad de una marcha nupcial.

Diversas culturas se expresan en disímiles manifestaciones danzarias, revelando peculiaridades de cada idiosincrasia. Lo mismo se danza un nocturno de Chopin “sur les pointes”, en “Las sílfides”, que una cadenciosa rumba cubana callejera, que un vistoso joropo venezolano, o un brioso jarabe tapatío de Jalisco.

La danza es madre. Ama y trepida. También llora la pérdida de de sus hijos. El bailarín y coreógrafo Merce Cunningham, natural de Centralia, en el estado de Washington, falleció en su casa de Nueva York en horas de la madrugada del 26 de julio de 2009, por causas naturales.

El  16 de abril, había celebrado en Nueva York el nonagésimo aniversario de su natalicio con una nueva coreografía titulada “Nearly Ninety (Casi noventa)", un espectáculo de 90 minutos sobre música de guitarras eléctricas y ruido industrial compuesta por una banda de rock integrada, entre otros, por Paul Jones, ex integrante de Led Zeppelin.

Líder del vanguardismo en la danza, la figura de Cunningham ha sido comparada con la de Isadora Duncan, Sergei Diáguilev, George Balanchine y Martha Graham (de la cual fue discípulo), por los cuestionamientos postmodernos que incorporó a la danza en cerca de siete décadas de carrera artística.

Desde temprana edad, Cunningham manifestó una inconfundible vocación artística. En 1937, ingresó en el Instituto Cornish en la ciudad de Seattle para estudiar teatro y danza. Allí conoció al músico y compositor John Milton Cage, con quien estableció un maridaje artístico y afectivo que duró hasta el fallecimiento de éste último en 1992. Cunningham estudió también en la universidad de Bennington, donde Martha Graham impartía clases, incorporándose a su compañía como primer bailarín hasta 1945.

Después de haber sido profesor en el American Ballet, Cunningham fundó en 1953 su propia compañía de danza, que llevaba su nombre, la cual dirigió hasta sus últimos días, cuando ya se encontraba confinado a una silla de ruedas. Creó más de 200 coreografías, muchas de las cuales recorrieron los más importantes escenarios del mundo. “Merce vio la belleza en lo cotidiano, y eso es lo que lo hizo extraordinario", comentó Trevor Carlson, director ejecutivo de la fundación Cunningham. "No dejó que las convenciones le dictaran el rumbo, pero fue un artista genuino, honesto y sincero en todo lo que hizo".

La danza creada por Cunningham refuta lo concreto, sin pretensiones narrativas ni emocionales; se mueve con una libertad admirable en búsqueda de la belleza exclusivamente dentro del campo de la genuina pureza del movimiento. "Mi idea siempre ha sido explorar el movimiento físico humano", había expresado al dar a conocer su "Plan de Legado Viviente", destinado a perpetuar su arte tras su desaparición física. El proyecto comprendió una última gira mundial de dos años de la compañía. El genial coreógrafo fijó antes de morir hasta el precio de las entradas al espectáculo de despedida en Nueva York: 10 dólares.





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