La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 11 de noviembre de 2017

En el duodécimo aniversario de la muerte de Fernando Bujones

Fernando Bujones en "Seven Greek Dances" de Maurice Bejart, en el Hollywood Bowl, el 18 de julio de 1986.
Bujones bailaba con el Ballet de Boston durante ese tiempo.



 "Baryshnikov tiene la publicidad, yo tengo el talento".                                                                                                                                                                                          Fernando Bujones

Por Leonardo Venta 

             El 10 de noviembre de 2005, Fernando Bujones –vencedor de múltiples lides contra las fuerzas del mal para salvar cautivos cisnes sobre el escenario– sucumbió en el Hospital Jackson Memorial de Miami, a los cincuenta años, a causa de una fatal emboscada montada por un agresivo cáncer.
            Bujones –calificado por la crítica de danza del New York Times, Anna Kisselgoff, como “el mejor bailarín norteamericano de su generación"– nació el 9 de marzo de 1955 en la ciudad de Miami. Sus padres, cubanos, decidieron regresar a su patria cuando él tenía siete años. Es allí donde comenzó su formación como bailarín con el Ballet Nacional de Cuba. Retornó con su familia a Miami en 1964. Dos años después, recibió una beca de la Fundación Ford para continuar sus estudios en el New York City Ballet. En 1972, a los 17 años, pasó a integrar el elenco del prestigioso American Ballet Theatre (ABT), para convertirse en el bailarín principal más joven en la historia de la compañía.
             En 1974, cuando Mijaíl Baryshnikov asume la dirección artística del ABT se inicia un dilatado capítulo de desavenencias entre los dos bailarines, que culmina en 1985 con la renuncia del cubano-americano a continuar en la agrupación neoyorquina. De esa época data la célebre frase de Bujones: "Baryshnikov tiene la publicidad, yo tengo el talento".  
            Cuando el ABT pasó a manos de una nueva directiva artística, Bujones fue invitado a bailar con la compañía en la temporada 1989-90. Ya en 1987 había ingresado como primer bailarín en el Ballet de Boston. Su presentación el 14 de enero de 1990 en la gala de los 50 años del ABT en el Metropolitan Opera House fue soberbia. Más admirable resultó su aparición en 1995 en el mismo escenario neoyorquino, junto a sus compañeros del American Ballet Theatre para despedirse de su público entre vítores y una ovación de pie que duró alrededor de veinte minutos, entre numerosas salidas y entradas al escenario
            A partir de su retiro como bailarín, se dedicó al trabajo coreográfico, la docencia y la dirección artística. En esa nueva modalidad, fue nombrado director artístico del Ballet de Orlando en el año 2000, compañía a la que confirió nuevo aliento. Allí se mantuvo colaborando hasta septiembre de 2005, cuando presionado por la gravedad de su enfermedad, decidió trasladarse a Miami para recibir tratamiento médico.  
            Bujones será recordado por su excepcional virtuosismo, proporciones físicas ideales para el ballet –superiores a las de Baryshnikov o Rudolf Nureyev–, elegante línea, envidiables extensiones, vertiginosos entrechats, notable ballon, elevados jetés, bordados giros, delicado oído musical, impecable sentido del estilo, aire principesco, contagiosa bravura, inexplicable encanto escénico e ingente versatilidad en el desempeño de roles protagónicos.
         Según Kisselgoff, de joven tuvo Fernando Bujones dos ídolos: Erik Bruhn y Nureyev, de quienes anhelaba combinar la pureza del primero con la energía del segundo. A raíz de una representación suya de "La bayadera" en Nueva York, otro reconocido crítico del New York Times, el británico Clive Barnes, afirmaba que su briosa manera de bailar “mantenía a los espectadores al filo de sus asientos”. Hoy, doce años después de su temprana desaparición física, su memoria aún nos mantiene al filo de nuestras butacas.   

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