La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

domingo, 2 de octubre de 2016

Luis de Góngora

Luis de Góngora y Argote es captado por el pincel del maestro Diego de Silva Velázquez. El solemne busto adquiere magnitud de escultura al ser ubicado sobre un fondo neutro. En el retrato, de 1622, es palmaria la utilización del claroscuro, influencia de Caravaggio, para imprimir dramatismo al rostro arisco del poeta español. Este óleo sobre lienzo, 51 cm × 41 cm, es parte de la colección permanente del Museo de Bellas Artes de Boston.
Por Leonardo Venta

El cordobés Luis de Góngora –poeta representativo del barroco europeo en castellano, lo que se ha dado en llamar culteranismo o gongorismo, autor de retadoras obras al entendimiento– es adalid de un lenguaje refinadísimo, colmado de atrevidas metáforas, neologismos, cultismos greco-latinos, algunos de los cuales se reiteran sistemáticamente; así como enarbola, cual antípoda estético torbellino, una sintaxis torcida, con alteración del orden habitual de la colocación de las palabras, a la usanza del latín en las cláusulas. A su vez, emplea un léxico desmedido para explayar una riqueza que coquetea apetitosamente con el color, la luz, el sonido, el tacto, el olor, además de valerse de gran número de referencias mitológicas, asociadas a un simbolismo y hermetismo, que lo hace casi inaccesible, originando, por ende, juicios que califican o niegan su estilo de contraproducente y banal.
            Marcelino Menéndez Pelayo acusó a Góngora de haberse “atrevido á escribir un poema entero (las Soledades), sin asunto, sin poesía interior, sin afectos, sin ideas, una apariencia ó sombra de poema, enteramente privado de alma”. No obstante, los simbolistas del siglo XIX, especialmente Verlaine, redimieron la reputación del cordobés como escritor. En tanto, en 1927, en el tercer centenario de la celebración de la muerte de Góngora, sale a luz una prosificación de las Soledades –preparada por el poeta, crítico literario y filólogo español Dámaso Alonso –que rescata el valor del relegado e incomprendido escritor culterano.
            “El culto a Góngora lo trae a España Rubén Darío, y él lo aprende en el simbolismo francés. Es curioso, y hasta cómico. El entusiasmo de Verlaine por Góngora no pasa de ser una intuición: Verlaine ama a Góngora, a quien no conoce, no puede conocer, porque es un poeta maldito”, afirma Dámaso Alonso. A su vez, uno de los pioneros en revalorizar a Góngora en Europa fue Lucien-Paul Thomas con Études sur Góngora et gongorisme considéré dans leur rapports avec le marinisme, publicado en Bruselas, Bélgica, en 1910.
             Como resultado a las extravagancias gongorinas, para referirse al oscuro poeta, es célebre la frase del humanista Francisco de Cascales: “…convertido de ángel de luz en ángel de tinieblas”.  Las particularidades estilísticas que Góngora ha iluminado o ensombrecido con el apellido que bautiza su pluma, son prototipos de una escritura elitista, rechazada no sólo por el lector común sino incluso por lo más selecto de la intelectualidad de sus días.

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