La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

jueves, 2 de febrero de 2012

Mi adiós al héroe-artista

José Murani
Por Leonardo Venta

Ciertas impensadas musas eligieron un frío invierno floridano para transpórtalo al Parnaso donde insospechados duendes deambulan los inquietos paisajes de las artes plásticas, mientras nosotros, atiborrados de repetidas huérfanas tristezas, hemos quedado paralizados, absortos, en calidad de inútiles espectadores de una abrumadora escena de despedida. Pero la turbación finalmente se postra ante la memoria del héroe-artista, de cara al cielo, sin titubeos, para pintar su definitivo paisaje sobre el lienzo infinito de la gloria.

Trazos melancólicos dibujaron las nubes que se ocultaron un domingo para llorar al pintor que logró retener en su memoria la magia de la luz y los colores de la isla que lo vio nacer, en un silbido de infinita palpitante colorida brocha con hechizo de Tampa y Cuba. Luto es la palabra que nos asecha y amilana; esperanza de resurrección, obra cuajada de savia, beldad, afecto, son términos que nos alientan.

Se nos ha ido José Murani (Guayos, Cuba, 20 de mayo de l927- Tampa, Estados Unidos, 8 de enero de 2012). Cruzó el umbral de la inapelable, pero su legado como artista es imperecedero. Alientan esta nota los ineludibles sollozos de sus hijas Miriam y Zoila, el nudo en la garganta de su esposa de toda una vida, Idolanda M Cabrera, y de su hermana Rosa, el rostro cabizbajo de sus nietos Yamir, Yasser, Yandi, Adán y Reinier, y la tierna inocencia de Leah, su bisnieta de 5 años.

Murani falleció a la edad de 84 años, entre esbozos y paisajes, arrebujado con el irreemplazable calor del afecto familiar, después de una prolongada estoica batalla contra el cáncer, enemigo ante el que no cedió su grandeza humano-artística, su devoción de esposo, padre, hermano, abuelo, amigo, hombre sencillo y elevado.

Residente en Tampa desde el año 2001, Murani fue lo que llamamos un pintor nato. Nunca recorrió los gráciles corredores de la muy anhelada Academia de San Alejandro de La Habana, el sueño de todo joven artista en Cuba, mas su propósito ingénito de pintar prevaleció.

Autodidacta, como Van Gogh, su don de luz tropical se dilató hasta sus últimos años. Conquistó las galerías cubanas, incursionó las europeas. España e Italia auscultaron atentas las vibrantes modulaciones de su curtido pincel sobre el lienzo, y nuestra Tampa martiana, amada cómplice, se enamoró de sus cuadros, para retenerlo y brindarle frecuentados, pero nunca suficientes, tributos.

En cierta ocasión, le dediqué merecidos y sinceros elogios en forma de inusual aplauso, a lo Stravinsky, rememorando el desacostumbrado homenaje del compositor ruso a la obra del pintor Raúl Milián, en La Habana, en un artículo que yo titulara “Mi homenaje al héroe-artista”.

Hoy, en mi humilde y nada calificada opinión (no soy pintor), quiero dejar constancia de mi admiración por el arte de José Murani y estas lágrimas-palabras en señal de duelo.

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