La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

viernes, 6 de mayo de 2011

Oficiando como escudero (III)


Por Leonardo Venta


La semana pasada detuve el relato de mis aventuras como escudero del ingenioso caballero don Quijote, inmerso en la disquisición sobre la cordura o sensatez de mi señor. Al actual recuento, se le suman nuevos comentarios del historiador moro Cide Hamete Benengeli, quien mete la cuchara en todo.

Según la opinión de cierto estudioso – cuyo nombre no voy a mencionar para no restarle protagonismo a mi buen don Quijote –, con la inserción de Cide Hamete, como narrador, se estimula la ambigüedad, lo que proporciona inusitado interés a la narración. No obstante, les aconsejo que no crean nada de lo que dice el moro ni su traductor, ni siquiera confíen en lo que aquí escribe mi transcriptor, no sea que los encantadores le hayan jugado también a él una mala pasada. Confíen sólo en lo que yo digo.

Lamento mucho, estimado lector, que tenga que cuestionarse de tal modo la originalidad (verosimilitud) como el origen (quién narra) de la historia. Pero sospecho, que a estas alturas ya advertirá el mecanismo lúdico de la novela. Hasta mi señor, don Quijote, me ha comentado que un crítico literario ruso, llamado Mijaíl Bajtín, ha expresado que nuestra novela “está directamente organizada como un juego grotesco con todos sus atributos”. ¡Que osadía la de este ruso! ¿Llamarnos grotescos?

Para el tal Bajtín, según anota mi señor, nuestra novela reúne “todas las posibilidades artísticas de lo heteroglósico y del discurso novelesco internamente dialogizado”. Así, entre mi amo y este servidor vuestro se establece la reciprocidad dialógica emisor-destinatario. Dicho dialogismo se opone al monologismo de la Edad Media, cuyas voces respondían a estilo, entonación y léxico uniformes, suerte de estereotipados patrones. ¿Será todo esto cierto?

Lo que sí sé es que en esta novela, que me ha hecho tan famoso como escudero, los límites entre lo real y lo idealizado se confunden dentro del marco de una atmósfera neblinosa. No hay nada fijo, sino acometedores oscilantes matices.

Me comentó, también, un lector-amigo que siempre me escribe, para trastornarme con sus eruditos comentarios, que en uno de los textos tempranos de un tal Borges, “Pierre Menard, autor del Quijote”, el narrador formula: “La verdad histórica, para él [Menard], no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió”, es decir, la percepción de la realidad.

El sujeto de la representación (el que conoce) y el objeto de la misma (lo que se conoce), según mi amigo, están condicionados por el espacio, el tiempo y la causalidad. Este concepto, que confieso no entender muy bien, ¿qué más pudiera esperarse de este pobre Sancho?, parece sugerir que el objeto carece de existencia fuera de la representación. Eh ahí, insiste mi amigo, el lector audaz, que tanto en Borges como en Cervantes, el entender quién es el que narra, es decir, el sujeto de la representación, el que conoce, tiene una connotación trascendente.

Volviendo a la aparente simplicidad de nuestros episodios, y dejando a un lado la complejidad del enfoque crítico... mientras mi señor y yo reposábamos en un prado, su Rocinante provocó un nuevo altercado al arrimarse a las jacas de unos crueles arrieros que terminaron apaleándolo. Mal parados salimos nosotros también por defender a Rocinante. Continuamos la marcha, escudero y caballero, intercambiando ideas, hasta llegar a una venta que el ingenioso hidalgo nuevamente confundió con castillo. ¡Cuánta imaginación la de mi amo!

Más tarde, arribamos al último segmento del Primer libro de Don Quijote que irrumpe con la historia amorosa entre Dorotea y don Fernando, estrechamente relacionada con la de Cardenio y Luscinda. Además, Dorotea se hace pasar por la princesa Micomicona, en confabulación con el barbero y el sacerdote para lograr que don Quijote retorne a su aldea, sano y juicioso. Sobre ese episodio hablaremos la semana próxima…

Agradecemos a los lectores (esto lo dice el transcriptor del escudero) que nos han escrito a caballeroandante@cuevamontesinomail.net. Uno, llamado Yrrej Zurc – sospecho que 'cristiano nuevo', digo yo Sancho, pues me escribe privadamente, ¿será por lo del Edicto de Granada, que obliga a los judíos de la Península a convertirse al catolicismo o ser expulsados, y luego añade a los moriscos? –, me confiesa que al caer la noche, confunde los cristales de las ventanas de su habitación con coloridos vitrales de castillos medievales y renacentistas; además me cuenta que espera ilusionado el reencuentro diario con Don Quijote , o la oportunidad de leer, cada semana, un nuevo artículo de la serie “Oficiando como escudero”.

Además, el señor Zurc me ha rogado que los impele, si no tienen el libro, a comprarlo; o a adquirirlo prestado en cualquier biblioteca cercana. Según Zurc, leerlo es una experiencia catártica, tan necesaria como purificadora.

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