La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí
José Martí
martes, 31 de agosto de 2010
Melancolía moderna (Modern Melancholy)
Leonardo Venta
Se nos duerme la noche esta madrugada,
y me acurruco en aquella esperanza,
huérfano de noche, inválido de amor.
Me entrego a la luna, sumiso y escurridizo.
SILENCIO...
Mis esperanzas enloquecen cada día en tan umbrosa espera.
Semillas de soledades que aspiran a ser Reinas.
Amor arcaico, sin tiempo ni horizonte,
desde mi pecho te busco,
desde el silencio de estas impuras sábanas,
sin luz ni perspectivas.
Amor mío,
¿Por qué duermes?
Ejército de estrellas me persiguen,
misterio de lo inalcanzado.
Amar...Amor.
Amor mío que descubrí en un poema,
amor mío que sueña...
como lo he soñado…
como no lo has soñado tú todavía.
MELANCOLÍA MODERNA...
Modern Melancholy
(Translated by Jerry L. Cruz)
The night sleeps when dawn arrives
and I crouch anxiously with that fateful reality,
noturnal orpham, casualty of love.
I surrender to the moon, submissive and slippery.
Silence...
My faith, each day, slowly reaching insanity,
while I wait in the shadows.
Seeds of loneliness aspiring to create kingdoms,
Archaic love, without time or horizon,
Even in my depths I look for you.
From the silence of these impure sheets;
withouth light or perspective.
My love, why do you sleep?
Legions of stars pursue me,
mystery of the unattainable.
To love...
Love.
My love discovered in a poem,
my love that dreams,
like I have never dreamed,
like you have yet to dream.
Modern Melancholy...
"El extravío", cuento de Pedro Merino
"Veo al niño. Ha dado media vuelta. No disputa lo suyo, y sin embargo, es feliz".
Pedro Merino
“El extravío”, de Pedro Merino, ganador con su novela Operación fula del Premio Juan March 2003, en España, es una deliciosa tapa de su producción literaria.
Este cuento, que encabeza su nuevo libro Pan con tomates verdes (2010), ilustra cómo el autor es amo de sus palabras, sin colas, sin vanas distracciones.
Al igual que el niño de su historia, “sin disputar lo suyo”, con la justa precisión y pericia del buen escritor, Merino ya reclama un sitial "feliz" dentro de la narrativa cubana contemporánea.
Leonardo Venta
"El extravío"
Por Pedro Merino
Estaba allí. Tirado. Doblado en varias partes. Con el ómnibus en movimiento lo vi. Memoricé el lugar. Calculé los metros. Justamente detrás del Lada, parqueado en un parque. Seguro es un dólar. Pero dudé del valor. Sólo tenía la idea de bajarme. Correr. Buscarlo. Encontrarlo. No era un billete verde olivo. Era verde. No podía parecerse a un Martí. Ni siquiera a un Maceo; aunque son de un verde claro.
Enseguida pensé en la cuantía del billete. De cinco. Diez. Quizás veinte. Cincuenta. A lo mejor de cien. Podía ser cualquiera de esos valores. Pero aún me encontraba en el ómnibus. La siguiente parada no quedaba lejos. Retrocedí mentalmente hacia el parque. El Lada continuaba parqueado. El billete doblado se estaba abriendo. Síntoma de los dólares. ¿Los demás billetes no hacen eso? No podía ser un euro por el color. Ni un yen. Ninguna moneda blanda. Tenía que ser un dólar. Y un dólar “gordo”. Vale pensar en grande. Soñar. Cambiar la realidad. Enriquecer la fantasía.
Delante de mí una persona impedía moverme hacia la puerta de bajada. Detrás, alguien pedía permiso, con ansias superiores a las mías. Supe que físicamente aún seguía en el ómnibus. Pero corría en busca del billete. Para encontrarte dinero necesitas dos factores: la suerte y la vista. Con suerte puedes ser lo que quieras. Con vista disfrutas de la suerte.
Sin embargo, no podía avanzar. Sentí halones a mi espalda, mientras los árboles de la calzada rozaban el ómnibus. Escuché gritos y pensé que el chofer había pasado la parada. Dudé del billete, pero fue corta la duda. Volví a sentir los halones y un roce en un bolsillo delantero. Al bajar la vista sorprendí a unos dedos. Eran negros. Sucios. De uñas largas. Me viré y no vi de quién.
Todavía pensaba en el billete. La parada se acercaba. Entre mis sienes me aproximaba al billete. En realidad debía bajarme en la otra parada. Pero si lo hacía me alejaba del billete.
De súbito me acerqué a la puerta de bajada. Sudaba. Sentía una frialdad. Un dolor de cabeza. Hasta que el aire fluyó por la puerta de bajada. La claridad encandiló mis ojos. Bajé. Acalambrado caminé por la acera. Crucé la calzada. Me orienté en dirección al parque. Imaginaba que husmeaba alrededor del Lada. Entre mis sienes volví a ver el billete. Más verde aún. No quise mirar hacia atrás. Lo despejé. Llegué a la otra acera. A más de trescientos metros calculé el parque. Había sacrificado una parada. En estos momentos estaría subiendo la escalera de mi edificio. Tal vez me hubiera cruzado con un vecino. Lo hubiera saludado. Pero caminaba solo. Recto. Sin mirar atrás. Pensaba banalidades. Son los vacíos de la ignorancia. Noté la diferencia de la brisa. El oxígeno. Las sombras de los árboles. Me viré y vi la diferencia atrás: árboles talados. Ñongos. Pensé que así es la vida. Nacer. Crecer. Fallecer. Seguí adelante. Recobré el recuerdo del billete. Ya estaría más abiertico. Enseñando la carota del mártir. ¿Pero alguien no se lo habría encontrado? ¿Cuánta gente lo habrá pisoteado? El chofer. ¡El chofer del Lada! Se lo habrá encontrado. A lo mejor era de él. No. Dios no es un sinvergüenza. Es mío... ¡Míralo allí! Qué vista de águila. Diría que de espía. Me acerco más. Hay personas en dirección... Tengo que correr. Pero... el niño, el niño tropezó y cayó delante. Lo ha visto. Lo ha recogido. Se ha mandado a correr. Lo sigo. Ya no corre. Bueno, es un niño. Lo gastará
en mierdas. Le pertenece y me despido del billete. Adiós, papelito de la felicidad. Quedaste en pobres manos.
De repente el niño retrocedió. No sostuvo el billete y un joven se lo encontró. El niño no sabe pedírselo. Imbécil. Mientras, el joven camina diferente. El sueldo le aumentó. ¿En qué lo gastará? Sigo dudando de la cuantía. Pero seguro es un billete “gordo”. Veo al niño. Ha dado media vuelta. No disputa lo suyo, y sin embargo, es feliz.
El joven ha colocado el billete en la billetera. La guardó. Ya no siente a una piedra que lo aplasta. Ni le pesa el bolsillo trasero. Se detuvo. Va a comprar en la shopping del otro extremo de la calzada. Pero los autos no lo dejan cruzar. Quiero ver el final del billete. Gastado por un extraño. Luego regresaré. Subiré la escalera. Me acostaré.
Y cuando voy llegando a mi edificio veo un billete en la acera... ¿cinco pesos? Qué carajo, cinco pesos son cinco pesos.
lunes, 30 de agosto de 2010
La Habana en dos películas de Gutiérrez Alea

Por Leonardo Venta
Tomás Gutiérrez Alea, Titón, el más laureado director cubano de cine, y uno de los más destacados en Latinoamérica, cuenta en su haber filmes como "Las doce sillas" (1962), "La muerte de un burócrata" (1966) y "Memorias del subdesarrollo" (1968).
Son asimismo notables sus realizaciones "Los sobrevivientes" (1978), "La última cena" (1976); así como "Fresa y Chocolate" (1993), premio Goya de la Academia de Cinematografía Española y nominada para el hollywoodense Oscar; y "Guantanamera" (1995), ambas codirigidas con Juan Carlos Tabío.
“Memorias del Subdesarrollo”, cuyo guión se escribe a partir de la novela homónima de Edmundo Desnoes, es el monólogo de su protagonista, Sergio Corrieri, que aborda con audaz y temprana reserva la problemática posrevolucionaria de Cuba. Sergio, un intelectual burgués, se transforma en alienado testigo impotente de los bruscos cambios operados en su medio.
“Fresa y chocolate”, basada en el cuento de Senel Paz, “El lobo, el bosque y el hombre nuevo”, marca una evolución decisiva en la trayectoria de Titón. El filme denuncia por primera vez la actitud de intolerancia del sistema cubano con los homosexuales, además de apuntar hacia otras obvias arbitrariedades oficiales.
Diego, un chispeante y culto joven homosexual, se enamora de David, prejuicioso, heterosexual y comunista. La relación evoluciona del rechazo a una admirable amistad en que los valores solidarios y la tolerancia se imponen a ideologías y preferencias sexuales divergentes.
“Fresa y chocolate” desconcierta, al aparentemente burlar la notoria censura del régimen cubano, abriendo cuestionamientos que especulan la posibilidad de una apertura en la isla, la incólume condición de vaca sagrada de Titón, o un ardid del propio sistema para menguar su mala reputación de intransigente.
En una entrevista durante la filmación de esta película, el ya desaparecido Titón declaró: "Para mí el cine sigue siendo un instrumento valiosísimo de penetración de la realidad (...) Te da la posibilidad de manipular distintos aspectos de la realidad, crear nuevos significados y es en ese juego que uno aprende lo que es el mundo".
Lo oculto es develado mediante logradas metáforas cinematográficas. Cuando David - el joven revolucionario en “Fresa y chocolote” - repasa con su mirada la sala del apartamento de Diego (el homosexual), opera una síntesis visual de la historia de Cuba, de su gloria pasada, de su realidad perdida, sugiriendo la crítica intuitiva que el espectador debe procesar por sí mismo.
La crisis de conciencia del Sergio de “Memorias del subdesarrollo” se repite en el Diego de “Fresa y chocolate”, a pesar de que entre ambas cintas median veinte y tantos años de diferencia. La culpabilidad y el ostracismo del primero se abanican en el segundo. ¿Concomitancia? ¿Ambages inculpatorios?
El protagonismo de la entrañable y sufrida Habana, cuyo encanto palidece ante el deterioro, es otro de los rasgos que comparten ambas cintas. Titón parece llamarnos a la concienciación de lo que se está perdiendo. Sin embargo, Diego y Sergio manifiestan sus deseos de sobrevivir en una urbe estampada por la paradoja del esplendor más acallado y el cataclismo más palmario.
Por lo demás, la capital cubana evoluciona en el tiempo en ambas cintas. La última se acerca más al caos, marcado por la amenaza del colapso del campo socialista, los estragos devastadores de los años y la falta de mantenimiento de sus edificaciones.
Al decir de Tomas Gutiérrez Alea: “El cine no puede evitar nutrirse directamente de aspectos de la realidad y conformar con ellos una obra, que por fuerza tiene que tener una significación y una incidencia sobre la realidad misma”. Con genio y maña artística, este gran cineasta ha dejado huellas de una Habana que se desmorona a la par que su gente.
sábado, 28 de agosto de 2010
Ese Carnaval Nuestro

Por Leonardo Venta
Una de las teorías más interesantes en la crítica literaria es ‘la carnavalización’, que se traduce, para decirlo con sencillez, como risa, parodia, comicidad… Según el diccionario de Retórica y Poética de Helena Beristáin, le debemos al filósofo ruso Mijaíl Bajtín “su más amplia y rica descripción tipificadora”.
Se trata de una postura en la creación artística que hace hincapié en lo popular, lo cómico y lo grotesco. Bajtín percibe la literatura realista del Renacimiento como una visión carnavalesca del mundo con dos rostros: uno, el que proviene de la tradición popular; y el otro, el típicamente burgués, basado en un modo preestablecido y, por consiguiente, nada espontáneo.
Según el erudito, ambas formas, paradójicamente, se contradicen y complementan. El carnaval se ríe de lo serio, lo oficial, lo institucionalizado. La risa del pueblo violenta la rigidez de las elites sociales; sin embargo, ambas marchan cogidas de la mano en una mezcla de sensata locura. Se atraen y, al mismo tiempo, se repelen.
Para Bajtín, existe un nexo entre las formas de comicidad popular y lo grotesco de la realidad. La universalidad de la risa va más allá de la sátira, esconde su voz de protesta en lo cómico.
Nikolái Gógol, un maestro de la literatura humorista, plantea que la sociedad no acepta la risa como una manifestación genuina del hombre. Según Gógol, ésta necesita para reconocer la autenticidad de una idea desasociarla de lo hilarante.
El mundo serio, legalizado, y el mundo cómico, caprichoso, divagan por senderos en que la risa se alza, a veces, y se ve obligada a ocultarse, en otras. Lo absurdo de esta contradicción viene en lo que amamos y despreciamos, la báscula que ejercita y unifica lo interno(lo que escondemos) y lo externo(lo que hacemos patente).
El carnaval (la parodia), con sus estridentes carcajadas, no sólo quebranta las normas, sino también niega lo absoluto. El juego carnavalesco está en el choque entre lo aparentemente insignificante y lo serio, entre la verdad y la mentira, entre lo que se siente y se dice, entre lo que se afirma y no se siente, entre lo que es y no es.
La risa emana en este juego complejo y relativo como la existencia misma. Se parodia todo. Lo percibimos en la televisión, en los chistes entre compañeros; aun en las reuniones más solemnes, en tono bajo; incluso, en el brillo burlón de una mirada.
La risa vivifica, envilece, invierte órdenes, corona sueños por un instante; en ocasiones, se vuelve seria. Tanto en nuestra literatura como en nuestra sociedad, sobreabundan los bufones, los locos, los tontos, los pícaros, los desenfrenados, los torcidos… De ellos nos burlamos para burlarnos un poco de los males y debilidades que nos asedian.
Como pronuncia uno de los éxitos de Celia Cruz: “La vida es un carnaval”. Esta artista, con su azúcarrrrrr siempre en los labios, fue un buen ejemplo de ese carnaval que nos hemos ideado, o nos han delineado.
Con sus vestidos y pelucas multicolores, pero sobre todo con su sonrisa omnipresente, Celia destejía tristezas a su paso. Nunca sabremos cuán real fue su contagiosa alegría. Lo que sí sabemos es que con su presencia nos hizo participe de ese su carnaval nuestro.
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