La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí
José Martí
sábado, 21 de febrero de 2015
viernes, 20 de febrero de 2015
El amor en la literatura
"Paolo y Francesca" (1864), obra del artista germano Anselm Feuerbach |
Por Leonardo Venta
El más enamorado mes del año ya se nos adentra, luego de prodigarnos su decimocuarta jornada, en la que celebramos ese inexplicable instinto de traspasar nuestro propio celaje para fundirnos en otro firmamento. La literatura universal refleja esa experiencia afectiva, y en este espacio nos referiremos a ella, ilustrándola con algunos elevados ejemplos.
La historia de Paolo y Francesca, inmortalizada por Dante Alighieri en la Divina Comedia, es un conmovedor ejemplo de amor prohibido. Dante los ubica en el segundo círculo del Infierno, donde se castiga a aquellos cuya razón sucumbe ante la pasión, perennemente impelidos por un torbellino de un lugar a otro. “…por deleite, leíamos un día: / soledad sin sospechas la nuestra era. // Palidecimos, y nos suspendía / nuestra lectura, a veces, la mirada; / y un pasaje, por fin nos vencería. // Al leer que la risa deseada / besada fue por el fogoso amante, / éste, de quien jamás seré apartada, // la boca me besó todo anhelante. / Galeoto fue el libro y quien lo hiciera: / no leímos ya más desde ese instante”.
La literatura registra huellas del amor no correspondido. Garcilaso de la Vega, a pesar de sufrir el rechazo de Isabel de Freyre, perpetúa su pasión hacia ella en varios de los más bellos poemas escritos en lengua castellana. “Yo no nací sino para quereros; / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma misma os quiero.// Cuanto tengo confieso yo deberos; / por vos nací, por vos tengo la vida, / por vos he de morir y por vos muero”, leemos en su “Soneto V”.
Luis de Góngora arremete contra los celos en uno de sus sonetos: “¡Oh celo, del favor verdugo eterno!, / vuélvete al lugar triste donde estabas, o al reino (si allá cabes) del espanto; / mas no cabrás allá, que pues ha tanto / que comes de ti mesmo y no te acabas, / mayor debes de ser que el mismo infierno”.
Nicolás Guillén lamenta el desamor en un soneto dedicado al poeta François Villon: “Cerca de ti, ¿por qué tan lejos verte? / ¿Por qué noche decir, si es mediodía? / Si arde mi piel, ¿por qué la tuya es fría? / si digo vida yo, ¿por qué tú muerte? ”.
El amor puede transmutarse en odio, cuando la desconfianza escala matices oscuros hasta alcanzar su cénit en forma de homicidio. El Otelo shakespereano asesina a la Desdémona que cree infiel para luego suicidarse: “¡Te besé antes de matarte!... ¡No me queda más que este recurso: darme la muerte para morir con un beso!”.
Ahora bien, no todos los amores desatan tormentas pasionales. Hay devociones tan místicas que extasían de sólo avistarlas, como la de San Juan de la Cruz por su Creador: “Quedéme y olbidéme / el rostro recliné sobre el amado [Dios]; /cessó todo, y dexéme /dexando mi cuydado / entre las açucenas olbidado”.
En el poema narrativo “La niña de Guatemala”, José Martí destila la exaltación desgarradora del amor idealizado: “Era su frente ¡la frente / que más he amado en mi vida!”. El poeta besa la frente – “como del bronce candente” –, la mano y los zapatos de su amada muerta: “Allí, en la bóveda helada, / la pusieron en dos bancos, / besé su mano afilada, / besé sus zapatos blancos”.
En “El poeta a su amada”, Cesar Vallejo también deposita amoroso ósculo sobre fúnebre pureza amorosa, “…y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. // Y ya no habrá reproches en tus labios benditos; / ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura / los dos nos dormiremos, como dos hermanitos”.
Ernesto Cardenal, como ningún otro poeta, arrulla el hambre de amor de Marilyn Monroe, grácil, ingenua y excitante, con aquella sonrisa que encubría oceánicas lágrimas: “Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes. / Para la tristeza de no ser santos / se le recomendó el Psicoanálisis”.
Pocos le han cantado al amor sin alas como Luis Cernuda: “…si el hombre pudiese levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz”. El poeta, consternado, acepta el triunfo de la realidad sobre el deseo, y admite, en un derrumbamiento casi epopéyico, su fracaso afectivo: “Como la arena, tierra, / como la arena misma, / la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. / Tú sola quedas con el deseo, / con este deseo que aparenta ser mío y ni siquiera es mío, /… Tierra, tierra y deseo. / Una forma perdida”.
Federico García Lorca llevaba a cuestas los duendes sombríos de la tragedia, arrebujados en una manera diferente de amar, castigada, latente en sus más elaboradas imágenes poéticas. En “Tu infancia en Menton”, reprocha al amado por su distanciamiento y falta de compromiso amoroso: “Norma de amor te di, hombre de Apolo, / llanto con ruiseñor enajenado, / pero, pasto de ruina, te afilabas / para los breves sueños indecisos”.
En Sonetos del amor oscuro, una selección de la más alta poesía erótico-amorosa lorquiana, la “oscuridad” sugiere el inquietante destino del amor vedado. De dicha selección, “El Amor duerme en el pecho del poeta” se refiere a un ente masculino como receptor de su afecto: “Tú nunca entenderás lo que te quiero / porque duermes en mí y estás dormido / yo te oculto llorando, perseguido / por una voz de penetrante acero”.
"La Balada de la Cárcel de Reading", más allá de examinar las inquietudes que galopan o se tienden sobre la conciencia de Charles Thomas Wooldridge, un condenado a la pena capital por asesinar a su esposa, es el pretexto de que se vale Oscar Wilde para eximir su propio amor confinado: “Pero todos los hombres matan lo que aman, oigan, oigan todos / algunos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra lisonjera...algunos matan su amor cuando son jóvenes y otros cuando viejos / algunos lo estrangulan con las manos de la lujuria, otros con las manos del oro / algunos aman poco, otros demasiado, unos venden y otros compran / hay quienes obran con muchas lágrimas y quienes matan con un suspiro: porque todo hombre mata lo que ama...el cobarde lo hace con un beso, el valiente con una espada”.
domingo, 1 de febrero de 2015
José Martí, el escritor
Por Leonardo Venta
Escritor,
poeta, dramaturgo, orador, periodista, pedagogo, embajador, filósofo,
visionario, patriota… José Martí clareó y cortejó la inefable sensible
conmovedora elegancia de la forma natural del lenguaje al blandir la esencia
que funde a la belleza con la virtud en sus espiraciones más genuinas. Toda la
producción martiana, desde sus primeros soplos hasta sus apuntes en el Diario
que precediera su desaparición física, es un derroche de lirismo, de humilde
franca integridad y primoroso desbordante genio.
Leer a Martí es palpar el costado más sublime y entrañable del ser
humano, humedecer con conmovidas lágrimas las páginas leídas sin dejar
vestigios de arrepentimiento. Leerlo es igualmente transitar los más pulcros
corredores de la perfección literaria bajo el aliento de una existencia
insistentemente consagrada al mejoramiento humano. Es saborear la sencillez que
nada tiene que ver con la llaneza. Es absorberse en el llanto de su “maniatada”
Cuba; abrirse paso por las salas de las grandes exhibiciones neoyorquinas, con
sus “relampagueantes” Renoir; con un Seurat, “bajo el sol del cenit”; los
“orgiacos” Monet; y envolvernos en la capa oscura de Goya, bajar envueltos en
ella “a las entrañas del ser humano”, burlando la Inquisición, la sordera y la locura
del artista, “y con los colores de [las
entrañas de la tierra] contar el viaje a su vuelta”. Leer a Martí es ennoblecer la memoria de la
hermosa y tierna niña guatemalteca –María Josefa Granados– para depositar un
ósculo de eternidad poética sobre su trémula frente.
Su genio y probidad como escritor y
orador emulan. Sus cualidades en la oratoria las certifica su coterráneo y
contemporáneo Manuel de la Cruz (1861-1896), “… según los que le oían
habitualmente, pocos oradores han dado a su palabra el tono, el calor y la
fuerza que imprimía a sus discursos”. Martí, arquetipo de Cristo para los
cubanos, expresó en cierta ocasión: "Sólo va al alma, lo que sale del alma". Su epistolario –del que Rubén Darío asegurara que hubiese bastado para su
segura inmortalidad– denota la intensidad y pureza del hombre, patriota y
escritor, incluso en momentos de incertidumbre. La misiva a su madre, el 5 de
mayo de 1894, así lo atestigua: “Mi porvenir es como la luz del carbón blanco,
que se quema él, para iluminar alrededor. Siento que jamás acabarán mis luchas.
El hombre íntimo está muerto y fuera de toda resurrección, que sería el hogar
franco y para mi imposible, adonde esta la única dicha humana, o la raíz de
todas las dichas. Pero el hombre vigilante y compasivo está aún vivo en mí,
como un esqueleto que se hubiese salido de su sepultura; y sé que no le esperan
más que combates y dolores en la contienda de los hombres, a que es preciso
entrar para consolarlos y mejorarlos”.
No nos cansamos de citar al gran
crítico martiano Ivan A. Schulman, cuando establece que “raras son las figuras
literarias cuya excelencia artística corra pareja con una intachable complexión
moral y cuyas cualidades personales, lo mismo que su producción literaria, sean
fuente perenne de inspiración. La manifestación de este raro conjunto de
características en [José Martí] constituye una justificación más –si es que
alguna se necesitaba realmente– de la universal reverencia que se le ha
tributado”.
El Martí redentor sacrificó su
dicha personal y la de su familia, así como la continuidad y depuración de su
producción literaria para consagrarse a libertar la sojuzgada patria. No fue un
escritor de torre de marfil, almidonado, sino un sagrario del amor. Su obra no
refleja un estilo planeado, tal como lo confiesa en el prólogo a su Ismaelillo,
sin duda el primer ósculo lírico del Modernismo a Hispanoamérica: “Tal como aquí te
pinto, tal te han visto mis ojos. Con esos arreos de gala te me has aparecido.
Cuando he cesado de verte en una forma, he cesado de pintarte. Esos riachuelos
han pasado por mi corazón. ¡Lleguen al tuyo!”.
Personalidades
literarias, entre ellas, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Gullón, Ivan A. Schulman,
Federico de Onís, lo señalan iniciador más que precursor –como erróneamente ha
sido restringido su radio creativo– de
los rasgos más relevantes del sistema estético del Modernismo. La prosa poética
martiana constituye –especialmente durante el período de 1877 a 1882– una de
las máximas aportaciones a ese –el primer– movimiento literario hispanoamericano. Si tenéis dudas, leer su única novela, Amistad funesta o
Lucía Jerez. En la misma, manchas, luces y sombras, captan lo físico para
brindarle una connotación sensorial que tiene mucho de cuadro impresionista: “Y
allá, en la penumbra del corredor, como
un rayo de luz diese sobre el rostro de Juan, y de su brazo, aunque un poco a
su zaga, venía Lucía, en la frente de él, vasta y blanca, parecía que se abría
una rosa de plata: y de la de Lucía se veían sólo, en la sombra oscura del
rostro, sus dos ojos llameantes, como dos amenazas”. ¡Cuán hermosa prosa! Un reto literario al mejor de los pinceles.
El lirismo martiano influyó
decisivamente en Darío. Juan Ramón no titubeó en señalar dicha influencia:
“… Martí vive (prosa y verso) en Darío, que reconoció con nobleza, desde el
primer instante, el legado. Lo que le dio me asombra hoy que he leído a los dos
enteramente. ¡Y qué bien dado y recibido!”. Puede leerse un acertado análisis
sobre el tema en Iniciación de Rubén Darío en el culto a Martí: Resonancias de
la prosa Martiana en la de Darío, de Manuel Pedro González; y en Breve historia
del modernismo, de Max Henríquez Ureña. Además, el estudio “Poética y estilo de
José Martí”, de A. Roggiano, demuestra cómo las institutoras ideas martianas
componen la esencia de la estética modernista.
En una publicación mexicana, Martí
expresó en 1876: “Es ley que ya termine la fatigosa poesía convencional, rimada
con palabras siempre iguales que obligan a una semejanza enojosa en las ideas. No
se hacen versos para que se parezcan a los otros…”. En 1881,
propone Martí en su “Revista Venezolana”, en lo que constituye un manifiesto estético de su
estilo, identificado con la originalidad y la armonía en la forma y el
contenido del Modernismo: “La frase tiene sus lujos, como el vestido… es fuerza
que se abra paso esta verdad acerca del estilo: el escritor ha de pintar como
el pintor. No hay razón para que el uno use de diversos colores y el otro no”. Añade
Martí en dicho texto: “Se habla hoy un dialecto poético, del que creo bueno ir
saliendo, porque sofoca y desluce la poesía. La poesía ha de estar en el
pensamiento y en la forma”.
Pedro Salinas, ilustre miembro de la Generación del 27, en su libro La poesía de Rubén Darío, afirma refiriéndose al autor de Azul “...nunca le interesó el activismo político”. Lo expuesto por Salinas explica cómo pudo dar a conocer por doquier la nueva escuela poética; en contraste, el creador del Ismaelillo –afirmamos–, consagrado a sus deberes patrios, enfrentó grandes obstáculos al cultivo de su vocación literaria. El misterio de la grandeza de José Martí como escritor radica, según Juan Marinello, “en aquella pugna agonal de clamores y relámpagos en que bracea siempre el hombre apostólico”.
Pedro Salinas, ilustre miembro de la Generación del 27, en su libro La poesía de Rubén Darío, afirma refiriéndose al autor de Azul “...nunca le interesó el activismo político”. Lo expuesto por Salinas explica cómo pudo dar a conocer por doquier la nueva escuela poética; en contraste, el creador del Ismaelillo –afirmamos–, consagrado a sus deberes patrios, enfrentó grandes obstáculos al cultivo de su vocación literaria. El misterio de la grandeza de José Martí como escritor radica, según Juan Marinello, “en aquella pugna agonal de clamores y relámpagos en que bracea siempre el hombre apostólico”.
viernes, 30 de enero de 2015
"Canto Vital", coreografía de Azari Plisetski para el Ballet Nacional de Cuba
“Canto Vital”, coreografía de Azari Plisetski, música de Gustav Mahler – «Rondó final» de su Sinfonía Núm. 5 en Do sostenido –, vestuario de Salvador Fernández, intérpretes: Arián Molina, José Lozada, Osiel Gounod y Yanier Gómez, en la Gran Gala de clausura del Festival Internacional de Ballet de La Habana, el 7 de noviembre de 2012. Este pas de quatre, que experimenta hondamente con las posibilidades expresivas de la danza masculina, aborda las luchas y esperanzadora firmeza del hombre en sus primogenias manifestaciones por la sobrevivencia sobre los elementos de la naturaleza.
En agosto de
1979, Orlando Salgado, Andrés Williams, Lázaro Carreño y Raúl Barroso
interpretan “Canto Vital”, en el Teatro de la Universidad de Río Piedra, en San
Juan de Puerto Rico, seis años después de que el 1º de marzo de 1973 los mismos
bailarines, a excepción de Jorge Esquivel en lugar de Raúl Barroso, lo
interpretaran en su estreno mundial en el Teatro García Lorca de La
Habana. En una visita del desaparecido
Anton Dolin a la capital cubana, en la década de los años setenta, me confesó
en el vestíbulo del Hotel 'Habana Libre' que “Canto Vital” era su pieza
predilecta del repertorio contemporáneo del Ballet Nacional de Cuba.
Ver enlace: http://eciencia.urjc.es/bitstream/10115/6378/4/CB1979_10N1_p_47-49.pdf
domingo, 18 de enero de 2015
Exitosa gala de “Youth America Grand Prix”
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Adiarys Almeida en “Don Quijote” |
Por Leonardo Venta
Nunca percibí tan rejuvenecidos el vestíbulo y la sala del Morsani del Straz Center de Tampa como el pasado sábado, 10 de enero de 2015; y es que entre la nutrida concurrencia que acudió a la decimosexta edición de la gala “Youth America Grand Prix”, resaltaban no pocos erguidos torsos y elegantes cuellos de cisne para evidenciar el carácter danzario de la velada. Si Degas hubiese estado presente, algunas de estas bailarinas hubiesen inspirado uno que otro pastel impresionista.
Llegamos
justo al comenzar la función; nos escurrimos en una sala casi llena, entorpeciendo
con nuestra agitada respiración y torpe paso el conjuro de la música y el seductor
movimiento que se disipa en el mismo instante que se crea, mientras el
escenario mutaba tonalidades en un embrujo similar al que originan las hadas en
su empeño por escoger el color adecuado al traje disneylezco de la Princesa
Aurora en “La bella durmiente”.
Si
bien, no asistíamos a la puesta de un ballet completo, presenciábamos un derroche
de variaciones solistas, pas de deux, pas de trois y números grupales. La
carencia de escenografía, como es habitual en los programas de concierto, asentó
el peso del espectáculo en la iluminación, el vestuario, la música y, sobre
todo, la proyección escénica de los artistas.
Cada
mitad de la gala, titulada “Estrellas de hoy se encuentran con las estrellas
del mañana”, comenzó con una selección de lo mejor entre los jóvenes
competidores del “Youth America Grand Prix”, que tuvo a Tampa como sede de una
de las 15 semifinales regionales en Estados Unidos. La intervención de figuras
reconocidas en el celaje de la danza, ofreció realce al concierto.
Un
programa de esta índole es como un delicioso festín para los sentidos. Hubo
desde danza de salón (Ballroom dance), con “Paso doble”, autoría de Donnie
Burns y Gaynor Fairweather, con la soberbia interpretación de Denys Drozdyuk y
Antonina Skobina; el aporte de dos figuras del Momix, una compañía con un
marcado sello de ilusionismo; la sublimidad de un pas de deux al estilo neoclásico
de Antony Tudor; hasta encantadores solos, delicados adagios, briosas variaciones
y codas en que cada bailarín y bailarina perfilaba sobre el escenario lo mejor
de sí.
La
primera parte cerró como debía cerrar, con uno de los pas de deux más
interpretados del repertorio clásico, “Diana y Acteón”, en que Amar Ramasar,
primer bailarín del New York City Ballet, y la suave y elegante Rebecca King
hicieron derroche de todo lo que requiere bailarlo. Los foutées de la
estadounidense, actual solista del Ballet Nacional Checo, fueron preciosamente bordados.
Ramasar conformó con ella una excelente pareja.
“Acqua
Flora”, creación de Moses Pendleton, coreógrafo y director de Momix.
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En una creación de Moses Pendleton,
coreógrafo y director de Momix, Nicole Loizides hizo de “Acqua Flora” una fusión
de la delicada música de Deva Premale y efectos visuales estéticamente
inusitados. No nos atrevemos a reprochar los guiños circenses de la pieza y el
alejarse cuantiosamente de lo que consideramos danza, por la belleza que prodiga.
El cuerpo de Loizides estuvo todo el tiempo cubierto por una luminosa jaula elástica, en forma de
vestuario, que al ella constantemente girar originaba imágenes fantásticas.
"Millennium
skiva", coreografía de Moses Pendleton.
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En
"Millennium skiva", también de Pendleton, Loizides y Steven Esdras
realizaron todo un paso a dos con esquíes de nieve inicialmente adheridos al escenario,
creando una ilusión plateada en que dos seres se interrelacionaban de una
manera nada habitual.
Y si es cierto que lo mejor siempre se deja
para último, así lo justifica la intervención de las parejas formadas por
Stella Abrera, solista del American Ballet Theatre, y Sascha Radetsky, ex solista
de dicha compañía; así como Adiarys Almeida, artista independiente, y Brooklyn
Mack, del Washington Ballet, al contrastar respectivamente la sutileza
neoclásica del paso a dos “Leaves Are Fading (Las hojas se marchitan)”, trabajo
casi póstumo de Antony Tudor, con la bravura, el clasicismo y las exigencias
técnicas del Grand pas de deux de “Don Quijote”, creado por Marius Petipa sobre
música de Ludwig Minkus.
“Las hojas se marchitan” es un bálsamo, corona
de suavidad y pureza, en que el lenguaje artístico de la pareja trasluce una
grisácea nacarada atmósfera, superponiendo la tosquedad mundanal para
remitirnos a un idilio escénico, introspectiva evocación del amor que ha
envejecido: fusión de cuerpos en una especie de poesía de la danza. Abrera y
Radetsky, esposos fuera del escenario, lograron transmitir admirablemente la magia
afectiva de esta pieza.
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Adiarys Almeida y Brooklyn Mack, en bastidores, la noche de la gala. Foto: cortesía de Adiarys Almeida. |
La
briosa Adiarys Almeida cerró la gala con Brooklyn Mack, del Washington Ballet. Ya habíamos visto su Odette-Odile, junto a Taras Domitro, en el Jackie Gleason de Miami Beach, en febrero de 2008, a raíz
del debut en Estados Unidos del bailarín cubano y actual astro del San
Francisco Ballet.
Anticipamos
que tanto Almeida como Mack sacarían chispas al sumamente retador pas de deux
de “Don Quijote”. Así fue. La Kitri de Almeida (se aprecia el “sello” de la escuela
fundada por Fernando y Alicia Alonso) se impuso desde que entró a escena con su lucido
abanico para desafiar cada reto que exigía el adagio. La variación
fue pulida; la coda, fascinante, con fouettés y triples piruetas intercaladas, algo
poco común. Fue un “Don Quijote” de lujo, técnica y artísticamente.
Finalizada la velada, bajo una lluvia de aplausos, los invitados hicieron una fugaz demostración retrospectiva de lo bailado, en la que el joven cubano Reynaldo Vergara (sólo lleva tres meses viviendo en Estados Unidos) nos dejó boquiabiertos con los osadísimos cabrioles dobles correspondientes al pas de deux de “Las llamas de París”.
miércoles, 14 de enero de 2015
Puerto Rico y Cuba juntan composición y guitarra
Por Leonardo Venta
"A pesar de que no toco la guitarra, a mí siempre me ha fascinado la idea de escribir para el instrumento. Cuando Manuel Barrueco me hizo la propuesta de componer "Concierto Barroco", no tuve duda alguna en hacer un concierto inspirado en la obra de Alejo Carpentier. Para mí la relación con Manuel no está basada en nuestro origen caribeño, a mí me interesa Manuel, el artista. Él es quizás el más grande guitarrista de la segunda mitad del siglo XX. Yo he tenido la buena fortuna de contar con sus dedos para mi trabajo como compositor".
Roberto Sierra
No hay escenario célebre que no le reconozca. Los acerados cristales del real londinense domo Albertiano han destilado decimonónica cálida humedad al escuchar los acordes de su instrumento de mástil largo con trastes y cuerdas.
La hermosa sala del Musikverein de Viena ha detenido su refinado aliento, enternecida, ante la pauta más simple en que puede vibrar una de las seis cuerdas que revisten su caja de resonancia en forma de ocho.
La perfecta acústica del Concertgebouw de Ámsterdam, se ha detenido a calar con esmero el embelesado conjuro entre artista e instrumento. Le ha sonreido la espaciosa sala de la Philharmonie de Berlín; le ha gritado ¡olé! el monumental Teatro Real de Madrid, y ha intercambiado miradas de complicidad con los animados palcos del Palau de la Música de Barcelona.
El Japón de Toru Takemitsu le ama. Los rasgados ojos de Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong le reclaman. México, Brasil, Colombia, Costa Rica y, sobre todo, Puerto Rico le recuerdan su amado y distante (en el tiempo) Santiago “de cintura caliente y gota de madera”, al decir de Federico García Lorca.
Estados Unidos, generoso abrigo de la diáspora cubana, conoce cada costado del hombre y el artista, desde Miami, donde emigrara en 1967 con su familia, pasando por Los Ángeles, la siempre afanada afamada Nueva York, hasta la ciudad de Baltimore, en el estado de Maryland, donde ejerce como profesor y reside con su esposa Asgerdur.
Para acercaros a Manuel Barrueco, el artista, he escarbado todo el espacio y el tiempo que me ha sido posible en vísperas a sus conciertos en el Straz Center de Tampa, el 16 de mayo; en el Mahaffey de Saint Petersburg, el 17; y en Clearwater, el 18, junto a la prestigiosa Orquesta de la Florida.
El programa incluye el “Concierto Barroco” del gran compositor puertorriqueño Roberto Sierra, creado a petición de Barrueco, e inspirado en la novela homónima de Alejo Carpentier. En la composición de Sierra, la música tropical se apropia de los aportes del barroco europeo para reformularlos y brindarle un nuevo perfil.
El concierto, bajo la batuta del director invitado de origen rumano Cristian Marcelaru, lo completan “Jeu de Cartes (Juego de cartas)” de Igor Stravinsky, y la “Sinfonía patética” de Chaikovski, que dirigiera el gran compositor ruso en su estreno en San Petersburgo, el 16 de octubre de 1893, nueve días antes de su muerte.
Desde su hogar en Baltimore, vía telefónica, el gran guitarrista Manuel Barrueco nos abrió una ventana para divisar un tanto su horizonte artístico y humano. Alleguémonos confiadamente:
¿Con cuál movimiento musical te identificas?
– Me gusta todo tipo de música y todo eso desemboca en lo que cultivo: la guitarra clásica.
¿Otra faceta tuya como guitarrista?
– Una faceta del guitarrista clásico, por lo general, ha sido el desarrollo del instrumento, de asegurarse de que otros compositores escriban música para guitarra.
¿Cuál es la sala de concierto donde más te ha impresionado interpretar la guitarra?
– En el Lincoln Center de Nueva York hay una serie que se llama “Great Performers (Grandes Intérpretes)”. Toqué hace dos años un par de veces allí. Tocar en ese lugar me impresionó, quizá porque viví en Nueva York, pero de momento que estuviera tocando en la serie “Grandes Intérpretes” me impresionó.
¿Era la primera vez que tocabas en el Lincoln Center?
– No, ya había tocado allí varias veces. Si bien, ésta era la primera vez que lo hacía en la serie de “Great Performers”, sin acompañamiento de orquesta.
¿Qué opinas de haber trabajado con la Orquesta de la Florida en 2009?
– Me gusta el ambiente de la orquesta, muy bonito. Me agradó haber trabajado con Daniel Binelli; es un músico estupendo.
Sé que has trabajado con Plácido Domingo. ¿Qué puedes decirnos de esa experiencia?
– Yo hice un disco con él. En el disco toqué dos conciertos con guitarra y orquesta de Rodrigo y él fue el director; en ese disco también hay como cuatro canciones que él canta y yo le acompaño.
¿Planes?
– Ahora mismo estoy terminando un disco titulado “China West”, con un dúo que se llama “Beijing Guitar Duo”, integrado por dos mujeres chinas que se llaman Meng Su y Yameng Wang. Hay un movimiento importante con la guitarra en China. Hay muchos jóvenes talentos que están surgiendo, y ellas son fantásticas. Su maestro en China las trajo una vez a Hong Kong, cuando yo estaba tocando allá, para que yo las escuchara y para trabajar con ellas, y en la actualidad llevan como 6 u 8 años estudiando conmigo.
¿Qué no has logrado que te gustaría lograr?
– Seguir mejorando y seguir haciendo proyectos interesantes. A mí me gusta experimentar. El último disco que hice fue una obra llamada “Medea”, de un compositor flamenco que se llama Manolo SanLúcar. En realidad es un ballet, coreografía de SanLúcar, para el Ballet Nacional de España. SanLúcar me dijo que escogiera movimientos de ese ballet para crear un concierto para guitarra y orquesta, y lo grabamos en Tenerife.
¿Hobbies?
– Me gusta el vino. Me gusta vivir.
¿Qué has sentido de especial en tus presentaciones en Latinoamérica?
– Lo más cercano a Cuba para mí es Latinoamérica, la gente es dulce y agradable. Me gustaría ir a algunos lugares a los que nunca he ido.
¿Cuáles?
– Me gustarla ir a Argentina y Perú, lugares donde no he estado todavía… otros países también.
¿Qué puedes decirnos sobre “Concierto Barroco”?
– Lo he tocado antes y lo he grabado. Es basado en una novela de Carpentier que se llama Concierto Barroco, donde hay un capítulo que se desarrolla en Venecia. Allí, algunos compositores barrocos europeos se tropiezan con un esclavo negro cubano tocando en cazuelas. Le pregunté a Roberto Sierra, un excelente compositor puertorriqueño, si le gustaría escribir sobre la obra, y a él le encantó la idea.
¿Qué hace especial tu trabajo con Roberto Sierra?
– Yo creo que es un gran compositor, uno de los mejores de Latinoamérica e incluso de Estados Unidos, y está el vínculo que él sea puertorriqueño y yo cubano, dos culturas muy parecidas. Además, en sus composiciones el emplea elementos de nuestra música caribeña. Lo conozco desde la década de los ochenta, pero sobre todo me vincula a él su calidad como compositor.
¿Tu conexión con Puerto Rico?
– Yo quiero mucho a Puerto Rico y a su gente. Para mí es lo más cercano a estar en Cuba: estar allí con los muchachos y los maestros, somos muy parecidos. Es un lugar precioso…llegar a San Juan en avión y ver el Mar Caribe es algo hermoso.
¿Algún modelo en el aspecto artístico?
Hay muchas influencias. En lo que se refiere a la guitarra, cada día admiro más a Andrés Segovia.
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