La imaginación ofrece a la razón, en sus horas de duda, las soluciones que ésta en vano sin su ayuda busca. Es la hembra de la inteligencia, sin cuyo consorcio no hay nada fecundo”.
José Martí

sábado, 23 de septiembre de 2017

A una mística aureola

Imagen de la dríade cuya mística aureola inspirara esta prosa poética

Por Leonardo Venta

              No entiendo nada…nada… ando oscuro, confundido, sin la lozanía de tu afecto… tendido sobre tu corazón en fuga.
            ¿Qué taladro ha perjurado lo indecible en mi garganta? Grito, gritos: rescátenla, devuélvanmela, al menos su sonrisa, el amplio cálido júbilo de su voz.
            Sabes, abuela bajó anoche con dulce pañuelo de lino para enjugar mis lágrimas. Me hizo probar su nostálgico dulzor. Me dijo que anhelaba peinar tus longos cabellos, suavemente, como cuando eras niña, y trenzar ese angustioso éxodo tuyo sin retorno. Me rogó que no te dejara esperando por el temor a un vuelo aéreo.
            Humedecí la frente de la octogenaria tía Concha con la emoción de tus labios, mientras la contemplaba embelesado en el lacrimoso afán de sentirla y hacértela cercana. Me preguntó por ti. ¿Le pasa algo?, musitó atemorizada, con premonitorio temblor en las manos; y yo, con monástica sonrisa, le dije que estabas muy bien.
            En este juego –en que he sido el duende más afligido; y tú, simbiótica dríade madre hermana–, he terminado llorando…un llanto amargo vallejiano que ofusca y ahoga. Tanta virtud de afectos se diluyó en el gesto glacial de esa despiadada homicida. ¡Maldita sea!
             A quién le podré hablar de Tonito –que le apasione tanto–, de los peloteros y voleibolistas cubanos… los bistés con perejil que preparaba Carila y aquellas memorias cercanamente lejanas de la abuela Dominga.
            Con quién podré platicar de Lezama, de Martí, de Carmen Martín Gaite y hasta de la mismísima Sor Juana. Te lloro a diario, con la misma urgente asiduidad con que te hablaba. Y no menciono tu nombre para que el vaho de mis palabras no empañe el balsámico esplendor que ahora desprende tu mística aureola.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Diferencias entre las dos partes del Quijote

             
Supuesto retrato de Cervantes, atribuido a Juan de Jáuregui
           
                                                                           Por Leonardo Venta

            Aunque usualmente la leemos en un solo voluminoso tomo, la obra cumbre del dramaturgo, poeta y novelista español Miguel de Cervantes Saavedra estaba originalmente dividida en dos partes, distanciadas diez años: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615).
            Si se comparan, tienen escenas que parecen repetirse: la del rebuzno, la de los toros, la de los cerdos, y pudiera decirse que la de las Cortes de la Muerte. Pero nada hay en el Primer libro comparable con las Bodas de Camacho del Segundo; asimismo, el fascinante episodio en el mismísimo umbral de un alcázar sobre el lecho apacible de ignoto lago, en que ni se come ni se duerme, puede equipararse con el de la cueva de Montesinos, que se dice es el infierno del Quijote, catarsis del protagonista y del propio lector.
            Cervantes –que, para evitar la monotonía, intercala otras novelas en el Primer libro, mientras mantiene la proyección lineal de la trama principal– desecha este procedimiento en el Segundo, al ubicar diversas localizaciones simultáneas dentro de la acción. Por ejemplo, Sancho está en Barataria y don Quijote en la casa de los Duques, a la vez que Teresa en Argamasilla; o Sancho y su amo, desde sus respectivos hogares, experimentan al mismo tiempo el rencuentro con aquellos que les aguardaban.
            En el Segundo libro se profundiza la intensidad de las situaciones, como sucede en el episodio con el Caballero del Verde Gabán. La voz narrativa, en su misión de devolverle la cordura a don Quijote, sustituye al cura y al barbero por Sansón Carrasco, un personaje mucho más elaborado que los anteriores.
            Los venteros, que sobreabundan en el Primer libro, son sustituidos por miembros de la nobleza en el Segundo, contra los que arremete la pluma cervantina en su crítica a la injusticia y estratificación social. El Segundo libro, devuelve a Dulcinea su condición de aldeana. El radio de los personajes se dilata psicológicamente. Se concreta la sanchificación de don Quijote y la quijotización de Sancho, manteniendo sus rasgos fundamentales, es decir, se experimenta una evolución no estereotipada, ajustada a rasgos creíbles del carácter humano.
            Por otra parte, la novela experimenta una transformación en el género epistolar. Las misivas del Primer libro, en que figuran las historias de Dorotea y don Fernando, Luscinda y Cardenio, devienen en seis cartas en el Segundo –dos de Sancho, dos de su mujer, una de don Quijote y otra de la Duquesa– que desde su aparente simplicidad proponen múltiples lecturas dentro del contexto. Por ejemplo, las cartas de Teresa Panza testifican las penurias económicas de las clases menos privilegiadas. A su vez, reconocemos el programa de un gobierno –política y administración de justicia– que don Quijote recomienda a Sancho.
            El choque de contrastes –realidades múltiples– es un rasgo muy barroco en esta obra, tanto formal como conceptualmente. Evoluciona de un Primer libro, apoyado en profusos diálogos, entre caballero y escudero, a otro con más tendencia a las introspecciones. Cuando la Duquesa le pregunta a don Quijote, acercándonos al desenlace de la trama, si no será Dulcinea una creación de su imaginación, él le responde: "Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y estas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo".
            Por otra parte, el uso del monólogo también refleja transformaciones, como bien comprobamos en el soliloquio de Sancho en el capítulo X del Segundo libro, que culmina con el desencantamiento de Dulcinea. El mundo interno del escudero, que hasta entonces se nos presentaba con marcados matices de torpeza, se enriquece: “Ahora todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte; debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida”, reflexiona Sancho, que al decir de su Señor, cada vez se hace "menos simple y más discreto".
            Isaías Lerner en su estudio sobre ‘la parodia e invención’, reconoce una evolución en el Segundo libro con respecto al Primero. “Los diez años transcurridos desde la aparición de la Primera parte (…) invitan a redefinir la propuesta paródica inicial”, afirma el académico argentino. Como resultado de este proceso, surge la necesidad de legitimar la novela, a través del auto examen, como comprobamos en los juicios sobre la obra del bachiller Sansón Carrasco en el capítulo III. Carrasco es lector de la obra de Cide Hamete Benengeli, que ya comienza a universalizarse, y a la que se refiere formulando que “hay diferentes opiniones, como hay diferentes gustos”.
           Explica Lerner:  “Cervantes debió enfrentar el desafío de la creciente popularidad de su libro, la necesaria atracción de otros lectores y la aparición de un apócrifo en 1614, cuando más de la mitad de su Segunda parte estaba ya escrita”. La novela nos enfrenta, en el capítulo V del Segundo libro, “con la intervención del traductor inventado en la Primera parte para parodiar la fórmula de los libros de caballería que proponía el encuentro de un misterioso manuscrito en lengua ignota”, agrega el estudioso. El lector descubre en el avance de este proceso que el traductor es igualmente censor: “(…) venían tres labradoras sobre tres pollinos, que el autor no lo declara (…)”.
            Ya bien adentrados en la trama, descubrimos a un don Quijote que lamenta "la mala burla que le habían hecho los encantadores volviendo a su señora Dulcinea en la mala figura de la aldeana", y cuyo desencanto lo obliga a exclamar en la próxima aventura que se le presenta, la de las Cortes de la Muerte: “(…) y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño”.
            Al divisar el carro de los recitantes de la compañía de Angulo el Malo, el protagonista de nuestra novela se figura una nueva aventura, pero esta vez, a diferencia de la de los Molinos de Viento, al notificársele su error, lo reconoce y hasta llega a afirmar: “Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho”.
            A pesar de que numerosos críticos consideran literariamente superior la Segunda parte de esta gema de la literatura universal, no hemos perseguido probar dicha preeminencia. Simplemente, se complementan. A nuestro juicio, más allá de la calidad literaria, la diferencia mayor entre ambas es su aliento histórico, social y cultural, ubicado en la frontera entre el renacimiento y el barroco.
            Es el barroco una desvalorización de la vida terrenal y de la naturaleza humana, así como un rechazo a los principios estéticos renacentistas. El Cervantes del Segundo libro, al igual que su protagonista, ha perdido las esperanzas de vivir. España ya no es la fachada de un pasado glorioso. El Manco de Lepanto tiene 67 años de edad; alrededor de 13 meses después le sobrevendría la muerte. Además, la novela apócrifa (1614) de Alonso Fernández de Avellaneda le ha contrariado hondamente, y en el Segundo libro emprende casi obsesivamente contra él, en autodefensa, siempre y cuando encuentra una buena excusa para hacerlo.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El Quijote apócrifo

 
En 1614, nueve años después de la aparición de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes, vio la luz con pie de imprenta de Tarragona un libro titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, firmado por un tal licenciado Alonso Fernández de Avellaneda. 
         
Por Leonardo Venta

             Alonso Fernández de Avellaneda es el seudónimo empleado por el autor de la continuación apócrifa de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra, publicada 9 años después, 1614, de la aparición del Quijote original (1605), y cuya segunda parte estaba muy avanzada para esa fecha.
            En el prólogo del latrocinio literario, el autor, desconocido hasta nuestros días, se deleita en burlarse de Cervantes. Lo califica de inmodesto e intenta obstaculizar la continuación de la primera novela moderna de la literatura universal.
            Así leemos en el hostil prefacio del tal Avellaneda: “Conténtese [Cervantes] con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus Novelas: no nos canse”. Si bien, el Manco de Lepanto publicó la continuación de su Quijote un año después del apócrifo, en una etapa de penuria para él, realidad que descubrimos en la pródiga en elogios ‘Aprobación’ del libro realizada por el licenciado Márquez Torres: “Halléme obligado a decir que era [Cervantes] viejo, soldado, hidalgo y pobre”.
            Isaías Lerner en su estudio “Quijote, Segunda parte: parodia e invención”, sugiere la necesidad en Cervantes de legitimar la novela a través del auto examen, lo cual comprobamos en los juicios emitidos sobre la misma por el personaje del bachiller Sansón Carrasco en el capítulo III del Segundo libro: “–Eso no –respondió Sansón–, porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran (…) la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre ni por semejas una palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico”.
            En el “Prólogo al lector” de la Segunda parte del Quijote, Cervantes afirma: ¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona!”.
            Cervantes trata de ganarse el apoyo del lector a raíz del conflicto ocasionado por el robo literario. “Pues en verdad que no te he dar este contento; que puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno [tratara de asno], del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya”, leemos en el susodicho prólogo.
            En el capítulo 59 del Segundo libro, Cervantes arremete contra el falso Quijote valiéndose de la censura de los propios personajes de la novela: “– ¿Para qué quiere vuestra merced, señor don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda? Al referirse al libro, el Caballero de la Triste Figura afirma "que yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia”.
            El tema del odiado Avellaneda vuelve a resurgir en el capítulo 70. Cervantes lo sitúa en el umbral del Infierno –en el preámbulo, quizá por considerar su calidad literaria indigna de ocupar un lugar fijo en el mismo Averno–, alejando al autor de los juicios emitidos, mediante el empleo de un narrador ambiguo: “Dijo un diablo a otro: ‘Mirad qué libro es ése’. Y el diablo le respondió: ‘Ésta es la Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas’”. Sonreímos, inmediatamente, ante el ingenio cervantino, al leer: “Quitádmele de ahí, –respondió el otro diablo– y metedle en los abismos del infierno, no le vean más mis ojos”.
            Otra alusión aparece en la última cláusula del testamento de Alonso Quijano: “Iten, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos”.
             En tanto, el último largo párrafo de la novela igualmente acomete contra el usurpador literario, al mismo tiempo que pone en tela de juicio las historias de los libros de caballerías: “(…) a quien advertirás [a Avellaneda], si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuyas noticias llegaron, así en éstos como en los extraños reinos".

domingo, 3 de septiembre de 2017

El maestro César Santos, diez años después (y III)


"Autorretrato", César Santos, óleo sobre lino, 21 x 16 pulgadas, 2011

Por Leonardo Venta

     El 14 de abril alboreó esta serie de tres entrevistas que concluye con la presente edición. La genialidad y belleza, la desafiante vigilante irreverencia de la obra de César Santos nos sedujo desde el primer encuentro. La energía de su propuesta artística responde a una sensibilidad creativa sumamente sagaz, a su propia manera de ver el mundo, y en cierto sentido la nuestra, tenaz empeño que innova intuitivamente el orden estético, emocional, intelectual y, ¿por qué no?, los combina magistralmente.
     A través del horizonte trazado por las preguntas y respuestas de este encuentro, hemos anhelado dar a conocer mejor la dimensión humana y artística de César Santos.  Concluyamos, pues, este viaje a través de la obra y la experiencia evolutiva del artífice.


¿En qué parte de Miami vives?

Vivo en Miami Shores.

He podido deducir a través de esta conversación que en ti palpita una disyuntiva entre el clasicismo y el arte contemporáneo. Me explicaste que fuiste a Nueva York buscando algo que no encontraste o quizá lo encontraste y te decepcionó. A partir de esta pauta, ¿cómo pudiéramos definir tu estilo?

     Tengo la mentalidad contemporánea, eso de provocar el "shock", la sorpresa, retar el pensamiento tradicional, aunque sea valiéndome de elementos clásicos. Del romanticismo, idealizo y suscito los componentes más humanos y emocionales.

Teniendo en consideración el pensamiento crítico, reflexivo y creativo que te caracteriza, ¿cómo explicas la manera en que ha evolucionado tu arte?

     Yo empecé haciendo obras de naturaleza muerta para la Galería Cernuda, que fue la primera que me representó. De ahí fui poniendo más atención a la figura humana. A partir de mi interés por la figura humana y el arte clásico, comencé a experimentar con el sincretismo. Abandoné la naturaleza muerta como género y entré en un mundo más figurativo. 
     Después, me di cuenta de que estaba cometiendo un error en términos de lo que es el arte contemporáneo, el cual no debe ocuparse del elemento narrativo. La imagen tiene que tener un valor como imagen y punto. No tiene que tener una historia elaborada que la justifique. Eso es más bien una intención del arte clásico. Paulatinamente fui filtrando, eliminando elementos superfluos de mi obra y minimizándolos para llegar a la esencia de lo que es importante.


"Flamenca", César Santos, óleo sobre lino, 44 x 30 pulgadas, 2016

     En este momento, la evolución de mi arte se refleja en toda una serie de retratos, que siempre me han interesado, excepto en la época de las naturalezas muertas, lo cual considero fue resultado de la influencia de mis estudios académicos. Ahora estoy haciendo una cabeza flotando en un espacio en blanco. Es decir, quiero narrar la historia del individuo solamente con la habilidad de pintar, con el oficio de sacarle el alma a través de la calidad que le de a la piel, a la mirada, a otros elementos. No tengo que agregar atrás una parada de ómnibus para que se sepa que estaba esperando el autobús, ni un taller para justificar que estaba trabajando. Eso es lo que estoy cambiando desde el punto de vista de los principios de las artes clásicas.

 Has publicado cuatro discos de vídeo digital de una serie que se titula "Secretos del retrato pictórico". ¿Pudieras ofrecernos un comentario al respecto?

     Al haber desarrollado la técnica de la pintura, muchas personas se me han acercado pidiéndome que les enseñe cómo pintar retratos. En el 2014, impartí un curso en Brasil. Después, he estado en Italia, Canadá, España. Consecuentemente, una compañía me ofreció hacer un DVD didáctico, que se puede descargar en línea o comprarse en la tienda. En la filmación aparezco explicando, paso por paso, cómo pintar un retrato, en este caso particular el de mi esposa. Es el superventas de la compañía. Al mismo tiempo, me ha ofrecido gran popularidad.

"Secuelas / Aftermath", César Santos, óleo sobre lino, 37 x 54 pulgadas, 2011


¿Cuál es la obra tuya que más amas?

     La que viene mañana. Por alguna razón, cada vez que termino una pintura me parece que no logré lo que había imaginado. Me digo: "No importa, lo voy a dejar para la próxima". Por eso, la obra que me imagino es la que más me gusta.

¿Eres muy exigente contigo mismo como artista?

     Si, bastante exigente.

¿Perfeccionista?

     No tanto perfeccionista como exigente. Para mí es más importante resolver el problema que hacerlo perfectamente.

¿Cuáles son  tus planes futuros?

     Quiero mantenerme haciendo algo de lo que me sienta orgulloso. Conservar el mismo entusiasmo de cuando comencé mi carrera, estar abierto a todas las oportunidades. La evolución vendrá por sí misma. Yo no soy de planear el futuro, sino más bien mantener la dinámica de esta carrera: el descubrir en el camino.

sábado, 2 de septiembre de 2017

El maestro César Santos, diez años después (II)

"Autoretrato a los 35", carboncillo sobre papel, 20x16 pulgadas, 2017
Por Leonardo Venta

     La genialidad de César Santos, el nivel superior de eso que llamamos talento, viene fundida a su apasionada entrega a las artes plásticas. Es joven –tiene sólo 35 años–, acaricia el diestro pincel con el pulso resuelto, mientras nutre su hambre orgánica con los pigmentos que se suspenden, empinan y fusionan en su paleta.
     Lo conocí en 2007, en Miami, a raíz de la presentación de un afiche suyo en un festival internacional de ballet. Hacía alrededor de doce meses que se había graduado en una florentina academia de arte, bajo la tutela de Michael John Angel, discípulo del maestro Pietro Annigoni, uno de los grandes de la pintura realista italiana del siglo XX.
     Hemos conversado en varias oportunidades. En cada ocasión palpo cada vez mejor el horizonte que bosqueja su mirada creativa y emprendedora. Nuestra última charla telefónica, hace cuatro meses, duró 40 largos minutos. La grabé. Procedí luego a transcribirla, precisado a escucharla varias veces.
     El esfuerzo, las palabras, el espacio y el tiempo son insuficientes para exponer –a través del mesurado encogimiento de una entrevista dividida en tres partes– la imaginación exuberante, la excelente técnica, la intemporalidad en equilibrio, la riqueza de detalles, el jadeo sincrético, las inquietudes por resolver, las afinidades e influencias significativas presentes en la obra de César Santos. El pasado 14 de abril amaneció la primera parte. Aspiración que reanuda la presente edición.

¿Sigues casado con la bella Valentina Santos, modelo para muchas de tus obras y tu eterna musa italiana?

     Sí, sigo casado con ella.

Sabemos que eres un hombre renacentista, y dentro de esa cosmovisión te has movido en diversos campos del conocimiento y el arte. Por ejemplo, has tomado clases de teatro con la profesora María Teresa Rojas en el Miami-Dade College y te vi representar a uno de los caballeros de la Corte en la versión del “El lago de los cisnes” del Ballet Clásico Cubano de Miami, en el Jackie Gleason. ¿Cómo equiparas las artes plásticas con la actuación? ¿Qué puedes decirnos sobre tu experiencia como actor?

     Cuando comencé el teatro, me encantó. Creo que Teresa me supo sacar el artista que tenía adentro. Estaba llevando la pintura muy fríamente, muy lógicamente, muy técnicamente. Me quejaba porque no entendía el mundo introspectivo de los artistas. A veces, me decía: “Yo no soy artista”. Entonces, Teresa, a través del teatro, me obliga a profundizar en los sentimientos, a ser más humano. En las artes escénicas, uno tiene que ponerse en el lugar de los demás. Por ejemplo, ¿cómo un viejo se amarra los cordones de los zapatos?, ¿cómo camina una persona que tenga dolor? A través del teatro comencé a identificarme mejor con la gente y a ser más sensible artísticamente. Eso me llevó a expresar más emociones a través de la pintura.
     Por otro lado, lo que menos me gustó de la actuación es la dependencia de que un director me escogiera, el proceso del ‘casting”, toda una serie de elementos que no dependían sólo de ser talentoso, sino de gustar, caer bien, lidiar con la gente. Yo prefiero pintar, ya que puedo controlar el resultado sin depender de nadie, y cuando la obra sale al público ya está filtrada por mí. Esto me resulta más atractivo que estar sujeto a un proceso subjetivo de selección para conseguir actuar en un espectáculo.


        "Dancers", foto de César Santos, 
primer premio del concurso de fotografía "It's Time We Met", 
         organizado por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, 2010

En el año 2010, con la obra “Dancers” ganaste el primer premio del concurso de fotografía “It's Time We Met”, organizado por el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. ¿Qué nos puedes decir sobre esa experiencia? ¿Por qué fotografía y no pintura?

     Estaba viviendo en Nueva York con mi esposa. Íbamos todas las semanas, una o dos veces, al Metropolitan para hacer copias de los grades maestros. Un día vimos que estaban anunciando un concurso de fotografía. Nos inscribimos. Presentamos algunas fotos que tomé y me dieron el premio. Fue una linda sorpresa. Yo no soy fotógrafo. Siempre supe que la foto fue un juego visual y que por eso gané, no por el nivel de la fotografía.

¿Por qué escogiste la temática del ballet para concursar?

     El tema era abierto a lo que el artista quisiera representar. Mientras caminaba por el Metropolitan, pensando qué hacer, me di cuenta de que la manera en que mi esposa estaba vestida y la pose que adoptaba guardaban similitud con la escultura de la bailarina de Edgard Degas que allí se exhibía. “Valentina, párate aquí”, le dije. Le tomé una foto, casi improvisada. Y esa fue la foto que ganó el concurso.

En 2013, obtuviste un premio otorgado por la neoyorquina Grand Central Academy. ¿Cómo detallas tu participación en este concurso?

     Aunque estudié pintura clásica, siempre traté de hacer obras contemporáneas, modernas. Sin embargo, yo quería ser parte del movimiento del realismo que había en Nueva York. Como yo estaba pintando obras irreverentes, que rompían con los principios del purismo de los movimientos estéticos tradicionales, se me ocurrió participar en un concurso que ellos tenían en el Grand Central de dibujo al vivo, retrato. Al yo no reverenciar el arte clásico y la elegancia, me dije: “Si compito y gano voy a granjearme el respeto de esa gente que está criticando mi obra, conformada en parte por el sincretismo. Gané, lo que me facilitó ser más aceptado y respetado por ese grupo más tradicional.


"Magra sobre grasa", César Santos, óleo sobre lienzo, 40x30 pulgadas, 2017

He podido entrever a través de tus comentarios que en algún momento de tu carrera experimentaste cierta preocupación por encajar en el microcosmos artístico de Nueva York. ¿En qué sentido tu estancia en esa ciudad cambió tu perspectiva con respecto al arte y por qué regresaste a Miami?

     Menos mal que tú detectaste esa inquietud. Yo fui a Nueva York para conquistar ese microcosmos –al que te refieres– del llamado “arte realista”. Sin embargo, cuando conocí la mentalidad de ese grupo, comprendí que están perdidos en la mímica del arte clásico, oponiéndose al arte contemporáneo. Y se están perdiendo el arte que está en todos lados, ya sea clásico o contemporáneo. Es decir, están viviendo en una lucha constante. Eso no me interesó. Me separé. Volví para Miami porque aquí hay un espacio libre, un campo fresco, una especie de campo abierto donde tú puedes sembrar lo que quieras. Me dije: “Voy para Miami con esta mezcla clásica-contemporánea, aparte de que soy cubano y me gusta estar entre mi cultura, cerquita de mis padres". Regresé a ofrecerle al mundo, sobre todo a Miami, el oficio, la elegancia y lo positivo del arte clásico en correspondencia con el contemporáneo –más lúdico y asequible– a ver qué pasa con esa propuesta. 

                                                                (continuará)