José Martí
lunes, 21 de septiembre de 2020
domingo, 6 de septiembre de 2020
Entrevista a Arturo Sandoval, a raíz de uno de sus conciertos en Tampa
La sala Ferguson del Tampa Bay Performing Arts Center será el escenario ideal para la presentación de Arturo Sandoval con su orquesta este sábado, 24 de mayo, a las 7:30 de la noche.
El concierto ha generado una gran expectación entre los admiradores del músico que vuelve a Tampa precedido de numerosos premios, reconocimientos y la reputación de ser uno de los mejores trompetistas del mundo.
Su maestría con la trompeta, su innegable destreza al piano y en la percusión, así como el desenfado de su personalidad en escena, son factores que le han coronado de gran popularidad.
En noviembre de 2000, el canal HBO presentó "Por Amor o Patria: La historia de Arturo Sandoval”, filme que cuenta con una excelente banda sonora, grabada por el mismo músico.
La cinta, cuyo protagonista es Andy García, aborda la conmovedora historia de Sandoval, sus vicisitudes en Cuba, su historia de amor, su decisivo encuentro con Dizzy Gillespie, y su consiguiente exilio en Estados Unidos.
“Yo fui consultor de la película. Trabajé en el guión y la música. Estuve todo el tiempo en la filmación para estar seguro de que la cinta iba de acuerdo con la realidad”, declaró Arturo Sandoval en entrevista reciente a este semanario.
Sandoval nació el 6 de noviembre de 1949 en Artemisa, un pueblo pequeño que discute su jurisdicción entre Pinar de Río y La Habana. “Cuando yo nací pertenecía a Pinar del Río, aunque en la actual distribución de las provincias pertenece a La Habana”, afirmó
“Yo empecé a estudiar música como a los diez años con señores de mi pueblo que me enseñaron un poco de lectura musical, solfeo y teoría. Ya a la edad de 11 años tocaba en fiestas locales”, agregó.
Sandoval estudió trompeta clásica en la Escuela Nacional de Artes de Cuba y a los 16 años consiguió un puesto en la renombrada Orquesta Nacional. Integró la Orquesta Cubana de Música Moderna. De allí se desprendió el grupo Los Irakeres, del cual fue uno de los co-fundadores.
Los Irakeres se convirtió en la agrupación de jazz más importante de Cuba en su momento, con integrantes como el saxofonista Paquito D'Rivera y el pianista Chucho Valdés. Muy pronto cobró fama internacional, y en su presentación en el Festival de Jazz de Newport en Nueva York, en 1978, el público estadounidense tuvo la oportunidad de ovacionar a sus integrantes por primera vez.
“Los Irakeres fue una etapa bien bonita de la vida musical de todos nosotros. Experimentamos con varios estilos y varias formas de hacer música, algo que fue muy bien recibido por el público, sobre todo en los setenta”, indicó Sandoval.
“To Diz with Love” es un emotivo tema en el que el trompetista caribeño rinde homenaje a la figura de Dizzy Gillespie, el maestro del ‘bebop’ y gran amante de la música afrocubana, a quien Sandoval considera su padre espiritual. Los dos músicos se conocieron en Cuba en 1977, y su amistad sólo fue estorbada por la muerte de Dizzy, en 1992.
Con la ayuda de Dizzy, "La trompeta de oro", epíteto con el que Sandoval es reconocido, consiguió abandonar Cuba en 1990, para radicarse en Miami con su familia. En 1991, grabó su primer disco en tierra de libertad: “Flight to Freedom”.
Al preguntársele, 17 años más tarde, cómo considera la idea de regresar a Cuba, respondió: “Primero tiene que haber un cambio radical. No es problema de cambiar un personaje. Tiene que cambiar el sistema”.
“En Cuba fui muy ultrajado, me sentí humillado muchísimas veces, me sentí completamente subestimado. La mayoría de los recuerdos que tengo de Cuba no son muy gratos. Por eso yo no participo de esa nostalgia de la que mucha gente habla. No, no, no. Yo no pertenezco al grupo de los nostálgicos. Pertenezco al grupo de los que somos felices en Estados Unidos”, agregó.
La prensa especializada coincide en darle el título de gran virtuoso de la trompeta a Sandoval. “Me he dedicado toda mi vida con mucho amor y entusiasmo a estudiar mi instrumento, me entrego con gran pasión y dedicación a la música”, indicó.
Sandoval mantiene una agenda muy ocupada. “Ayer regresé de Alaska, antes estuve en Nueva York. Pasado mañana voy a North Carolina, de allí voy a Los Ángeles por una semana, y así me mantengo viajando”, aseguró. Finalizado su concierto en Tampa, viajará a Canadá, República Dominicana y España.
Cuando le preguntamos si él es un adicto al trabajo, respondió: “No, yo creo que eso no se aplica a mí. Cuando estoy trabajando, que nosotros no le llamamos trabajar, yo le llamo ‘cuando estoy tocando’, para mí eso es un placer, es una bendición”.
Ha compuesto (e interpretado) varias bandas sonoras de cine tales como "La Familia Pérez" y "Los Reyes del Mambo”. Cultiva con igual maestría la música popular y la clásica. Ha tocado como artista invitado para diferentes orquestas sinfónicas de todo el mundo, así como ha impartido clases en talleres musicales a nivel internacional. “He trabajado por 19 años como profesor en la Universidad Internacional de Florida en Miami, en donde resido con mi familia”, dijo.
“Me presento con mi banda de seis músicos cubanos en el Tampa Bay Performing Arts Center, ofrezco un repertorio variado con música original mía, jazz tradicional y moderno, ‘latin jazz’, música cubana, bolero, de todo un poco”, agregó refiriéndose a su concierto de este sábado.
sábado, 5 de septiembre de 2020
Tristes son las calles de la vida
Por Orlando Venta
Tristes son las
calles de la vida,
muy tristes.
No podemos
entender al hombre,
no podemos
aliviar su suerte,
sólo Díos puede
aliviar nuestras
cargas.
El hombre no
puede entender al hombre,
no podemos vaciar
sus bolsillos
para atenuar el
hambre de los pobres,
sólo ofrecer
nuestra riqueza
a Dios,
sólo llorar por
los que no pueden llorar,
y ser felices por
los que no pueden ser felices,
agregar un
asiento a nuestra mesa,
y pedir al Señor
que el necesitado lo ocupe.
El hombre, pobre
hombre abatido,
no sabe ofrecer
lo que no tiene,
no sabe
compartir,
tiene miedo de
dar y no recibir nada a cambio.
Debemos pensar
qué podemos
hacer para que
otros lo hagan,
sólo hay que
creer,
confiar en lo que
está hecho
y servirá mañana
declarar en
silencio las palabras
que sólo Dios
escucha
para que Díos
haga.
Esta noche duerme
en la paz
del Señor.
Él reconfortará
tu alma
y la mía.
El tendrá
misericordia
y multiplicará
los panes y los peces,
y convertirá el
agua en vino
y andará sobre
las olas
y levantará al
caído.
Esta noche el
Señor pondrá suerte,
sanará al enfermo
y cuidará tu
sueño.
Esta noche, y no
la otra,
seremos llenos de
su poder
y declararemos
victoria
No estés más triste,
Él te ama con un
amor infinito.
martes, 11 de agosto de 2020
Una mirada a Pedro Páramo
La estatua en bronce del escritor Juan Rulfo, sentado en una banca del Jardín Central del pueblo, leyendo un relato a un niño, es uno de los lugares más visitados en Comala. |
Apenas
llega a Comala, Juan Preciado observa "que en la hora en que los niños
juegan en las calles de todos los pueblos llenando con sus gritos la tarde.
Ahora estaba aquí, en este pueblo sin ruidos". Ya más adentrado en la
trama, confiesa: "Cada vez entiendo menos (…) Quisiera volver al lugar de
donde vine". Sin embargo, queda atrapado allí.
A
raíz de la publicación, en 1994, de los borradores de los Cuadernos de Rulfo ha
podido desglosarse el tenaz y meticuloso proceso que dio vida a esta novela,
despojada de todo afeite narrativo, ausente de cronología e, incluso, primada
del silencio y del 'espacio sin límites' al que se refiere Rulfo, cuando señala
que “... los muertos no tienen tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni
en el espacio. Entonces así como aparecen, se desvanecen”.
Según
el propio Rulfo, nos enteramos de que la novela estaba conformada
originariamente por trescientas páginas, pero el autor las redujo drásticamente
con la intención de acercarnos más tácitamente al ambiente desolado que reina
en el pueblo de Comala. Después de terminada nuestra lectura, pudiéramos preguntarnos
si hemos despertado de una pesadilla.
"Hay pueblos que saben a desdicha. Se les conoce con sorber un poco de su
aire viejo y entumido, pobre y flaco como todo lo viejo. Este es uno de esos
pueblos, Susana", leemos en la novela.
Es
imposible leer Pedro Páramo, catalogada como una de las obras precursoras del
boom latinoamericano, sin advertir una nueva forma novelística –en que se
quebranta la unidad de estilo, espacio y tiempo de la narrativa decimonónica–,
y en cuya trama divagan almas en pena, fantasmas, en un espacio que ha sido
asolado por la violencia. La atmósfera es de ultratumba, de intemporalidad. Al
respecto, el crítico mexicano Carlos Monsiváis expresa: “En nuestra cultura
nacional, Juan Rulfo ha sido un intérprete absolutamente confiable (...) de la
lógica íntima, los modos de ser, el sentido idiomático, la poesía secreta y
pública de los pueblos y las comunidades campesinas, mantenidas en la
marginalidad y el olvido (...)”. Para Borges, “Pedro Páramo es una de las
mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la
literatura”.
Según
Carlos Fuentes, “(…) es la versión jalisciense del tirano patrimonial cuyo
retrato hemos evocado en las novelas de Valle Inclán, Gallegos y Asturias".
De acuerdo al ensayista, poeta, narrador, docente y crítico literario paraguayo
Hugo Rodríguez Alcalá, “el cacique en cierne dispone el primero de los
asesinatos gracias a los cuales se impondrá a la comarca por el terror”. Para el crítico paraguayo, el personaje
protagónico es “un contraste entre una zona delicada de su espíritu y la
crueldad feroz con que aparecería ante los demás”. Logra mediante la violencia el
poder, tierras, mujeres. Si bien, es incompetente de obtener el amor de Susana
San Juan, uno de los personajes femeninos más importantes dentro de la obra.
La
imagen de la Revolución Mexicana se puede analizar en Pedro Páramo a través de la devastación de Comala, como una especia
de paraíso perdido. La agobiante atmósfera que se respira allí es –para la
académica Silvia Lorente-Murphy – "un ejemplo
del éxodo rural mexicano que siguió a la Revolución; éxodo de un proletariado
campesino que se trasladó a la ciudad en busca de nuevas fuentes de
trabajo". La obra igualmente sugiere el fracaso de la revolución así como
el sentimiento de desengaño y vacío de los mexicanos que se abrazaron a este
proceso.
Al
analizar el tratamiento que se le da a la iglesia en Pedro Páramo, se le imputa
su silencio a la injusticia y los abusos del caciquismo. Para Lorente-Murphy,
la novela “apunta al tipo de ministro religioso que ya sea por irresolución o
por conveniencia personal, cierra los ojos ante la injusticia y coopera,
consecuentemente, con el aplastamiento del pueblo en manos de tiranos”.
Del
cine, tomó Rulfo las tomas de "primer plano" y "la cámara
lenta"; empleó, además, la retrospectiva, el multiperspectivismo,
desplazando el papel del autor como sujeto omnisciente para originar diversos
puntos de vista, a través de los cuales el subconsciente y las diferentes voces
narrativas ejercitan su capacidad de desarrollar el pensamiento crítico.
La
novela consta de dos tramas, que interactúan en dos niveles: el diálogo de Juan
con Dorotea y la biografía del caudillo de la Media Luna, Pedro Páramo. La
segunda trama complementa la primera. No obstante, la genialidad de la novela
no se apoya en los temas –universales– que aborda –el amor, la codicia, la muerte,
la violencia–, sino en la forma inusitada que los expone.
Si
no hay habéis leído Pedro Páramo –un breve texto de aproximadamente 136 páginas–
los invito a hacerlo. Y si sois apáticos a la lectura, podéis intentar ver el
filme dirigido por Carlos Velo, basada en el libro homónimo de esta novela de Juan Rulfo, estrenado en 1967. De
una manera u otra, no debéis perder la experiencia de acercaros a esta gema de
la literatura universal.
Un remedio para el alma en tiempos de pandemia
Una oración por el coronavirus. Foto: Kham, Reuters. |
"No seas sabio en tu propia opinión; / Teme a Jehová, y apártate del mal; // Porque será medicina a tu cuerpo, // Y refrigerio para tus huesos". Proverbios 3:7-8.
La pandemia de coronavirus, con el consiguiente encierro que hemos venido practicando durante más de seis meses para evitar el contagio, ha afectado –de una manera u otra– nuestra salud física y mental, ocasionando crisis de angustia, cuadros depresivos, sensaciones de aislamiento y soledad, dificultades para dormir o concentrarse, así como el lógico temor y ansiedad con respecto a una enfermedad tan perniciosa como desconocida.
Lo reconozcamos o no, la actual
plaga ha tomado el protagonismo de nuestro diario vivir. Las redes sociales
están inundadas de estadísticas temibles, aderezadas con indiscutibles arteros afanes
políticos que ambicionan, entre otros propósitos, manipular y obstaculizar la
naturaleza perfecta del amor solidario.
A pesar de que aún no recopilamos
suficientes datos confiables, arribamos a prematuras conjeturas sobre las
formas en que esta pandemia puede seguir afectándonos. Los vientos caóticos que
le acompañan incluyen la preocupación de enfermarnos o que se enfermen nuestros
seres queridos, el sentirnos sin control al no tener claro cómo enfrentar el
encadenamiento ineludible de los sucesos.
Labramos nuestro destino, moldeamos hasta
donde podemos nuestra realidad, en tanto elementos extrínsecos desabotonan el
curso de nuestro peregrinar dentro de un incesante y sorprendente proceso de
reajuste. Tratamos de ingeniar acordes consonantes a las numerosas
interrogantes y temores que nos acechan: la irresolución se yergue como única respuesta.
El ser humano –que experimenta en
mayor o menor grado la necesidad de realización, vida plena y supervivencia– presagia,
más allá de todos sus logros y expectantes anhelos, la muerte, una de las
preocupaciones cardinales del ser pensante.
Al momento de escribir
esta nota, había más de 737 mil fallecidos en todo el mundo y más de 166 mil
en Estados Unidos, a causa del coronavirus. Tenaces nubes –en su impasible
búsqueda de un lugar definitivo en los niveles superiores de la atmósfera–
parecen anunciarnos desde sus ensombrecidas luminosidades la temible amenaza de
la muerte.
Nuestras ineptitudes –aunadas a las culpabilidades que achacamos a quienes no comparten nuestras ideologías– punzan nuestra indecible sed y hambre de sobrevivencia e inmortalidad. Nuestra fe, cualquiera que sea, parece desfallecer, para luego dar señales de recuperación; nuestro parvo entendimiento no logra asimilar con cabalidad el apremiante caos que nos circunda. Nos esperanzamos en el proceso de esperanzar. Nos agitamos entre la confusión y el recelo. Nuestros conflictos, que han existido desde que la espesa niebla del desaliento se incorporara por vez primera a nuestro horizonte, vagan sobre las enrevesadas limitaciones que nos saturan.
Entre revisitadas rivalidades y
aprensiones, se profundiza en cada rincón de la tierra una crisis
social, sanitaria y económica. Es cierto que existen pocos remedios eficaces para
afrontarla. No obstante, en el orden personal hay un remedio infalible, si lo
ponemos en práctica con cuidado y constancia: servir al prójimo, olvidando las
propias aflicciones.
La voluntad radical de servicio a la
que me refiero no viene determinada por el inexplicable instinto de fusión en
otro organismo, egoísta al fin, ni por las repetidas frases huecas sin un
destino fijo, ni en el discurso manipulador que procura sus propios beneficios,
sino en olvidar nuestras propias necesidades para concentrarnos en las de otros.
Cuando el desaliento y la tristeza
parecen nublar nuestras esperanzas, incorporar a nuestras prioridades las
necesidades de aquellos que sufren alrededor nuestro suscita un gran efecto
regenerador. En la sencillez de la cotidianidad, incluso en medio de la crisis que
atravesamos, radican las grandes silenciosas humildes conquistas del alma.
Siempre habrá alguien que sufra más
que nosotros. He ahí, cuando, resistiendo el impulso de autocompasión, debemos
trasladarnos a la tramoya donde nos aguardan anhelantes las penas ajenas.
Los miembros de nuestro cuerpo –manos, brazos, pies, labios– se transforman en instrumentos de amor. Nuestras palabras
dejan de ser notas de lamentaciones para entonar notas de cadencia samaritana.
Aunque no seamos de mucha ayuda, mitigaremos en algo el dolor ajeno; y, dentro
de ese edificante proceso, nuestra alma recuperará la salud quebrantada.
Generosidad, caridad, civismo,
preocupación por las pequeñas necesidades ajenas; incluso, paciencia para
soportar lo que nos desagrada, nos harán elevarnos sobre nuestras propias
flaquezas. ¡Cuán admirable es alguien que colmado de penosas cargas ayuda a sobrellevar
las ajenas! ¡Nada es más impresionante que repartir compasión en medio de nuestra
propio infortunio!
Como sugiere el epígrafe que he
escogido para esta reflexión, un alma saludable es mejor que
cualquier medicina para el cuerpo. El remedio más efectivo para subsanar nuestros
padecimientos es auxiliar al prójimo. Siendo de ayuda a otros, veremos nuestros
sufrimientos esfumarse, y a la llegada del alba, cuando hayamos despertado de
la presente pesadilla, "abrazaremos al primer hombre", con entrañable afecto
vallejiano, para juntos echarnos a andar.