miércoles, 25 de diciembre de 2013

La Navidad


“La Navidad de Juanito Laguna”, 1961, óleo sobre arpillera del artista bonaerense Antonio Berni (1905-81), 300 x 200 cm.  La tristeza y abatimiento en la expresión de los rostros se acoge perfectamente al mohín siniestro, en declive, sin salida, de la pobreza. La mesa proyecta la ilusión óptica de que las cosas dispuestas sobre ella están en peligro de caer.
Por Leonardo Venta 

La Navidad es el día en que se celebra el natalicio de Jesucristo (según los evangelios de San Mateo y San Lucas, aunque no mencionan fecha). No fue oficialmente reconocida hasta el año 345, cuando por influencia de San Juan Crisóstomo y San Gregorio Nacianzeno, padres y doctores de la Iglesia Primitiva, se declaró el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento del Mesías.

Sin embargo, hay quienes consideran que esta celebración es el resultado de la degeneración que sufrió el cristianismo a manos del paganismo. La fiesta gentil más relacionada con la Navidad eran las Saturnalias que se llevaban a cabo del 17 al 23 de diciembre en la antigua Roma en honor a Saturno, dios de la agricultura. Los días 24 y 25 eran consagrados a Mitra, divinidad persa de la luz y la cordura. El culto a Mitra llegó a confundirse a tal extremo con la adoración a Cristo que Tertuliano, cuyos escritos son determinantes para la comprensión de las prácticas religiosas de la época, afirmó que éste era "una diabólica imitación del cristianismo".

Glotonería y ebriedad, loterías y juegos de azar, así como intercambios de regalos caracterizaban a estas festividades. Una celebración de invierno similar – conocida como Yule –, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor de los dioses – se organizaba en el norte de Europa.

En la Edad Media, la Iglesia añadió el Nacimiento y los villancicos a sus rituales navideños. Así también, el siglo XIX fue decisivo en la consolidación de la tradición de esta festividad. En éste, se generalizó el uso del árbol de Navidad, originario de zonas germanas. Los árboles iluminados no sólo eran distintivo de fertilidad sino de renacimiento solar, elementos netamente idólatras.

La popular imagen del regordete Santa Claus, con el raudo trineo, los inseparables renos y las bolsas abarrotadas de regalos, se asocia a la leyenda de Papá Noël, que procede, en parte, de San Nicolás. Obispo de Mira, capital de Licia, Nicolás IV es el patrón de Rusia y de los niños. Su culto es generalizado en Oriente y en Europa, especialmente en Bori, Italia, donde se veneran sus reliquias. A su vez, la leyenda de San Nicolás tiene conexión con el dios nórdico Odín, de luenga barba blanca y raro sombrero, el cual nada tiene que ver con la figura redentora de Jesucristo.

Compras y precios en rebaja, días feriados en los centros laborales y planteles educativos, grandes convites, efugios de ebriedad, tarjetas postales destinadas al basurero, arbolitos desligados de las prácticas cristianas, derroche de rojo y verde, remachadas producciones de "El cascanueces" en la cartelera balletística, multicolores compromisos, remedados y maquillados estreses, innecesarios gastos, memorables rituales familiares, integran la interminable lista de elementos que definen en parte nuestra Navidad.

Como hemos ya leído, algunos no aceptan que Jesucristo haya nacido el día en que celebramos su nacimiento. Otros piensan que cualquier fecha es apropiada para ese propósito. Nos preguntamos, pues, ¿cuál es el centro de nuestra Navidad, Jesús, los regalos, la familia, o el mismísimo Santa Claus? ¿Existe un genuino mensaje de amor detrás de cada guiño navideño? ¿Es la Navidad para todos?

Habiendo tantas personas que en el día de Navidad, y tantos otros del año, no tienen ni siquiera un bocado que llevarse a la boca, la fastuosidad de algunas celebraciones religiosas asociadas con esta fecha nos entristece; la arrogancia y ostentación de celebridades, ricos y poderosos nos amargan el paladar; el despilfarro innecesario de dinero, alimentos y bienes materiales, habiendo tanta hambre y pobreza en el mundo, nos avergüenza; el culto al ego y al dios Mammón, en nombre de Jesucristo(prototipo de la humildad), la hipocresía envuelta en papel de regalo, la emponzoñada humillante vanidad (disfrazada de caridad), el nocivo altanero egoísmo complementan la interminable lista de ineludibles !ayes! navideños.

La Navidad pierde cada vez más su origen de humilde pesebre, así como el espíritu de generosidad que debiera precisarla. Hemos sido contaminados con la mediocridad competitiva y el desmedido consumismo. La verdadera Navidad es abrir la amorosa puerta de nuestro más preciado recinto espiritual para darle cabida al relegado, combatir la injusticia, el egoísmo, el odio, el sectarismo, la beligerancia. Es repartir el perdón a manos llenas; es el tiempo propicio de honrar a Cristo a través de nuestro amor en acción.

sábado, 14 de diciembre de 2013

"La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado. Delirio filosófico"

Escritor de invariable visión negativa de la vida, el madrileño Mariano José de Larra se suicidó de un pistoletazo en febrero de 1837, faltando alrededor de un mes para cumplir los 28 años, muy poco después de escribir su famoso artículo "La Nochebuena de 1836", y tras el desengaño producido por la ruptura con Dolores Armijo. Otro posible motivo del suicidio fue la honda decepción que le ocasionaba el fracaso de las ideas liberales en el ámbito político español.

Por Mariano José de Larra

(Por esta vez sacrifico la urbanidad a la verdad. Francamente, creo que valgo más que mi criado; si así no fuese, le serviría yo a él. En esto soy al revés del divino orador, que dice: Cuadra y yo.)

El número 24 me es fatal; si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece, sin embargo, día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno. El día 23 es siempre en mi calendario víspera de desgracia, y a imitación de aquel jefe de policía ruso que mandaba tener prontas las bombas las vísperas de incendios, así yo desde el 23 me prevengo para el siguiente día de sufrimiento y resignación, y, en dando las doce, ni tomo vaso en mi mano por no romperle, ni apunto carta por no perderla, ni enamoro a mujer porque no me diga que sí, pues en punto a amores tengo otra superstición: imagino que la mayor desgracia que a un hombre le puede suceder es que una mujer le diga que le quiere. Si no la cree es un tormento, y si la cree... ¡Bienaventurado aquel a quien la mujer dice no quiero, porque ése, a lo menos, oye la verdad!

El último día 23 del año 1836 acababa de expirar en la muestra de mi péndola, y consecuente en mis principios supersticiosos, ya estaba yo agachado esperando el aguacero y sin poder conciliar el sueño. Así pasé las horas de la noche, más largas para el triste desvelado que una guerra civil; hasta que por fin la mañana vino con paso de intervención, es decir, lentísimamente, a teñir de púrpura y rosa las cortinas de mí estancia.

El día anterior había sido hermoso, y no sé por qué me daba el corazón que el día 24 había de ser día de agua. Fué peor todavía; amaneció nevando. Miré el termómetro y marcaba muchos grados bajo cero; como el crédito del Estado.

Resuelto a no moverme porque tuviera que hacerlo todo la suerte este mes, incliné la frente, cargada como el cielo de nubes frías; apoyé los codos en mi mesa y paré tal, que cualquiera me hubiera reconocido por escritor público en tiempo de libertad de imprenta, o me hubiera tenido por miliciano nacional citado para un ejercicio. Ora vagaba mi vista sobre la multitud de artículos y folletos que yacen empezados y no acabados ha más de seis meses sobre mi mesa, y de que sólo existen los títulos, como esos nichos preparados en los cementerios que no aguardan más que el cadáver; comparación exacta, porque en cada artículo entierro una esperanza o una ilusión. Ora volvía los ojos a los cristales de mi balcón; veíalos empañados y como llorosos por dentro; los vapores condensados se deslizaban a manera de lágrimas a lo largo del diáfano cristal; así se empaña la vida, pensaba; así el frío exterior del mundo condensa las penas en el interior del hombre, así caen gota a gota las lágrimas sobre el corazón. Los que ven de fuera los cristales, los ven tersos y brillantes; los que ven sólo los rostros, los ven alegres y serenos...

Haré merced a mis lectores de las más de mis meditaciones; no hay periódicos bastantes en Madrid, acaso no hay lectores bastantes tampoco. ¡Dichoso el que tiene oficina! ¡Dichoso el empleado, aun sin sueldo o sin cobrarlo, que es lo mismo! Al menos no está obligado a pensar, puede fumar, puede leer la Gaceta.

--¡Las cuatro! ¡La comida!--, me dijo una voz de criado, una voz de entonación sevil y sumisa; en el hombre que sirve, hasta la voz parece pedir permiso para sonar.

Esta palabra me sacó de mi estupor, e involuntariamente iba a exclamar como Don Quijote: "Come, Sancho, hijo, come, tú que no eres caballero andante y que naciste para comer''; porque al fin los filósofos, es decir, los desgraciados, podemos no comer, pero ¡los criados de los filósofos! Una idea más luminosa me ocurrió; era día de Navidad. Me acordé de que en sus famosas saturnales los romanos trocaban los papeles y que los esclavos podían decir la verdad a sus amos. Costumbre humilde, digna del cristianismo. Miré a mi criado y dije para mí: "Esta noche me dirás la verdad." Saqué de mi gaveta unas monedas; tenían el busto de los monarcas de España. Cualquiera diría que son retratos; sin embargo, eran artículos de periódico. Las miré con orgullo.

--Come y bebe de mis artículos--añadí con desprecio--; sólo en esa forma, sólo por medio de esa estratagema se pueden meter los artículos en el cuerpo de ciertas gentes.

Una risa estúpida se dibujó en la fisonomía de aquel ser que los naturalistas han tenido la bondad de llamar racional sólo porque lo han visto hombre. Mi criado se rió. Era aquella risa el demonio de la gula que reconcía su campo.

Tercié la capa, calé el sombrero, y en la calle.

¿Qué es un aniversario? Acaso un error de fecha. Si no se hubiera compartido el año en trescientos sesenta y cinco días, ¿qué sería de nuestro aniversario? Pero al pueblo le han dicho: "Hoy es un aniversario" y el pueblo ha respondido: "Pues si es un aniversario, comamos, y comamos doble." ¿Por qué come hoy más que ayer? O ayer pasó hambre u hoy pasará indigestión. Miserable humanidad, destinada siempre a quedarse más acá o ir más allá.

Hace mil ochocientos treinta y seis años nació el Redentor del mundo; nació el que no reconoce principio y el que no reconoce fin; nació para morir. ¡Sublime misterio!

¿Hay misterio que celebrar? "Pues comamos", dice el hombre; no dice: "Reflexionemos." El vientre es el encargado de cumplir con las grandes solemnidades. El hombre tiene que recurrir a la materia para pagar las deudas del espíritu. ¡ Argumento terrible en favor del alma!

Para ir desde mi casa al teatro es preciso pasar por la plaza tan indispensablemente como es preciso pasar por el dolor para ir desde la cuna al sepulcro. Montones de comestibles acumulados, risa y algazara, compra y venta, sobras por todas parter y alegía. No pudo menos de ocurrirme la idea de Bilbao. Figuróseme ver de pronto que se alzaba por entre las montañas de víveres una frente altísima y extenuada; una mano seca y roída llevaba a una boca cárdena, y negra de morder cartuchos, un manojo de laurel sangriento. Y aquella boca no hablaba. Pero el rostro entero se dirigía a los bulliciosos liberales de Madrid, que traficaban. Era horrible el contraste de la fisonomía escuálida y de los rostros alegres. Era la reconvención y la culpa, aquélla, agria y severa; ésta indiferente y descarada.

Todos aquellos víveres han sido aquí traídos de distintas provincias para la colación cristiana de una capital. En una cena de ayuno se come una ciudad a las demás.

¡Las cinco! Hora del teatro. El telón se levanta a la vista de un pueblo palpitante y bullicioso. Dos comedias de circunstancias, o yo estoy loco. Una representación en que los hombres son mujeres y las mujeres hombres. He aquí nuestra época y nuestras costumbres. Los hombres ya no saben sino hablar como las mujeres, en congresos y en corrillos. Y las mujeres son hombres, ellas son las únicas que conquistan. Segunda comedia: un novio que no ve el logro de su esperanza; ese novio es el pueblo español: no se casa con un solo gobierno, con quien no tenga que reñir al día siguiente. Es el matrimonio repetido al infinito.

Pero las orgías llaman a los ciudadanos. Ciérranse las puertas, ábrense las cocinas. Dos horas, tres horas, y yo rondo de calle en calle a merced de mi pensamiento. La luz que ilumina los banquetes viene a herir mis ojos por las rendijas de los balcones; el ruido de los panderos y de la bacanal que estremece los pisos y las vidrieras se abre paso hasta mis sentidos y entra en ellos como cuña a mano, rompiendo y desbaratando.

Las doce van a dar: las campanas que ha dejado la junta de enajenación en el aire, y que en estar todavía en el aire se parecen a todas nuestras cosas, citan a los cristianos al oficio divino. ¿Qué es esto? ¿Va a expirar el 24 y no me ha ocurrido en él más contratiempo que mi mal humor de todos los días? Pero mi criado me espera en mi casa como espera la cuba al catador, llena de vino; mis artículos hechos moneda, mi moneda hecha mosto se ha apoderado del imbécil como imaginé, y el asturiano ya no es hombre; es todo verdad.

Mi criado tiene de mesa lo cuadrado y el estar en talla al alcance de la mano. Por tanto es un mueble cómodo; su color es el que indica la ausencia completa de aquello con que se piensa, es decir, que es bueno; las manos se confundirían con los pies, si no fuera por los zapatos y porque anda casualmente sobre los últimos; a imitación de la mayor parte de los hombres, tiene orejas que están a uno y otro lado de la cabeza como los floreros en una consola, de adorno, o como los balcones figurados, por donde no entra ni sale nada; también tiene dos ojos en la cara; él cree ver con ellos, ¡qué chasco se lleva! A pesar de esta pintura, todavía seria difícil reconocerle entre la multitud, porque al fin no es sino un ejemplar de la grande edición hecha por la Providencia de la humanidad, y que yo comparo de buena gana con las que suelen hacer los autores: algunos ejemplares de regalo finos y bien empastados; el surtido todo igual, ordinario y a la rústica.

Mi criado pertenece al surtido. Pero la Providencia, que se vale para humillar a los soberbios de los instrumentos más humildes, me reservaba en él mi mal rato del día 24. La verdad me esperaba en él, y era preciso oírla de sus labios impuros. La verdad es como el agua filtrada, que no llega a los labios sino al través del cieno. Me abrió mi criado, y no tardé en reconocer su estado.

--Aparta, imbécil--exclamé, empujando suavemente aquel cuerpo sin alma que en uno de sus columpios se venía sobre mí--. ¡Oiga! Está ebrio. ¡Pobre muchacho! ¡Da lástima!

Me entré de rondón a mi estancia; pero el cuerpo me siguió con un rumor sordo e interrumpido; una vez dentro los dos, su aliento desigual y sus movimientos violentos apagaron la luz; una bocanada de aire colada por la puerta al abrirme, cerró la de mi habitación, y quedamos dentro casi a oscuras yo y mi criado, es decir, la verdad y Fígaro, aquélla en figura de hombre beodo arrimado a los pies de mi cama para no vacilar, y yo a su cabecera, buscando inútilmente un fósforo que nos iluminase.

Dos ojos brillaban como dos llamas fatídicas en frente de mí; no sé por qué misterio mí criado encontró entonces, y de repente, voz y palabras, y habló y raciocinó; misterios más raros se han visto acreditados; los fabulistas hacen hablar a los animales, ¿por qué no he de hacer yo hablar a mi criado? Oradores conozco yo de quienes hace algún tiempo no hubiera hecho una pintura más favorable que de mi astur, y que han roto, sin embargo, a hablar, y los oye el mundo y los escucha, y nadie se admira.

En fin, yo cuento un hecho; tal me ha pasado; yo no escribo para los que dudan de mi veracidad; el que no quiera creerme puede doblar la hoja; eso se ahorrará tal vez de fastidio; pero una voz salió de mi criado, y entre ella y la mía se estableció el siguiente diálogo:

--Lástima--dijo la voz, repitiendo mi piadosa exclamación--. ¿Y por qué me has de tener lástima, escritor? Yo a ti, ya lo entiendo.

--¿Tú a mí?--pregunté sobrecogido ya por un terror supersticioso; y es que la voz empezaba a decir verdad.

--Escucha: tú vienes triste como de costumbre; yo estoy más alegre que suelo. ¿Por qué ese color pálido, ese rostro deshecho, esas hondas y verdes ojeras que ilumino con mi luz al abrirte todas las noches? ¿Por qué esa distracción constante y esas palabras vagas e interrumpidas de que sorprendo todos los días fragmentos errantes sobre tus labios? ¿Por qué te vuelves y te revuelves en tu mullido lecho como un criminal, acostado con su remordimiento, en tanto que yo ronco sobre mi tosca tarima? ¿Quién debe tener lástima a quién? No pareces criminal; la justicia no te prende al menos; verdad es que la justicia no prende sino a los pequeños criminales, a los que roban con ganzúas o a los que matan con puñal; pero a los que arrebatan el sosiego de una familia seduciendo a la mujer casada o a la hija honesta, a los que roban con los naipes en la mano, a los que matan una existencia con una palabra dicha al oído, con una carta cerrada, a esos ni los llama la sociedad criminales ni la justicia los prende, porque la víctima no arroja sangre, ni manifiesta herida, sino agoniza lentamente consumida por el veneno de la pasión que su verdugo le ha propinado. ¡Qué de tísicos han muerto asesinados por una infiel, por un ingrato, por un calunmiador! Los entierran; dicen que la cura no ha alcanzado y que los médicos no la entendieron. Pero la puñalada hipócrita alcanzó e hirió el corazón. Tú acaso eres de esos criminales y hay un acusador dentro de ti, y ese frac elegante, y esa media de seda, y ese chaleco de tisú de oro que yo te he visto, son tus armas maldecidas.

--Silencio, hombre borracho.

--No; has de oír al vino una vez que habla. Acaso ese oro que a fuer de elegante has ganado en tu sarao y que vuelcas con indiferencia sobre tu tocador, es el precio del honor de una familia. Acaso ese billete que desdoblas es un anónimo embustero que va a separar de ti para siempre la mujer que adorabas; acaso es una prueba de la ingratitud de ella o de su perfídia. Más de uno te he visto morder y despedazar con tus uñas y tus dientes en los momentos en que el buen tono cede el paso a la pasión y a la sociedad.

--Tú buscas la felicidad en el corazón humano, y para eso le destrozas, hozando en él, como quien remueve la tierra, en busca de un tesoro. Yo nada busco, y el desengaño no me espera a la vuelta de la esperanza. Tú eres literato y escritor, y ¡qué tormentos no te hace pasar tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia de otros, por el rencor de muchos! Preciado de gracioso, harías reír a costa de un amigo, si amigos hubiera, y no quieres tener remordimiento. Hombre de partido, haces la guerra a otro partido; o cada vencimiento es una humillación, o compras la victoria demasiado cara para gozar de ella. Ofendes y no quieres tener enemigos. ¿A mí quién me calumnia? ¿Quién me conoce? Tú me pagas un salario bastante a cubrir mis necesidades; a ti te paga el mundo como paga a los demás que le sirven. Te llamas liberal y despreocupado, y el día que te apoderes del látigo azotarás como te han azotado. Los hombres de mundo os llamáis hombres de honor y de carácter, y a cada suceso nuevo cambiáis de opinión, apostatáis de vuestros principios. Despedazado siempre por la sed de gloria, inconsecuencia rara, despreciarás acaso a aquellos para quienes escribes y reclamas con el incensario en la mano su adulación; adulas a tus lectores para ser de ellos adulado, y eres también despedazado por el temor, y no sabes si mañana irás a coger tus laureles a las Baleares o a un calabozo.

--¡Basta, basta!

--Concluyo; yo, en fin, no tengo necesidades; tú, a pesar de tus riquezas, acaso tendrás que someterte mañana a un usurero para un capricho innecesario, porque vosotros tragáis oro, o para un banquete de vanidad en que cada bocado es un tósigo. Tú lees día y noche buscando la verdad en los libros hoja por hoja, y sufres de no encontrarla ni escrita. Ente ridículo, bailas sin alegría; tu movimiento turbulento es el movimiento de la llama, que, sin gozar ella, quema. Cuando yo necesito de mujeres, echo mano de mi salario y las encuentro, fieles por más de un cuarto de hora; tú echas mano de tu corazón, y vas y lo arrojas a los pies de la primera que pasa, y no quieres que lo pise y lo lastime, y le entregas ese depósito sin conocerla. Confías tu tesoro a cualquiera por su linda cara, y crees porque quieres; y si mañana tu tesoro desaparece, llamas ladrón al depositario, debiendo llamarte imprudente y necio a ti mismo.

--Por piedad, déjame, voz del infierno.

--Concluyo; inventas palabras y haces de ellas sentimientos, ciencias, artes, objetos de existencia. ¡Política, gloria, saber, poder, riqueza, amistad, amor! Y cuando descubres que son palabras, blasfemas y maldices. En tanto, el pobre asturiano come, bebe y duerme, y nadie le engaña, y, si no es feliz, no es desgraciado; no es, al menos, hombre de mundo, ni ambicioso, ni elegante, ni literato, ni enamorado. Ten lástima ahora del pobre asturiano. Tú me mandas, pero no te mandas a ti mismo. Tenme lástima, literato. Yo estoy ebrio de vino, es verdad; pero tú lo estás de deseos y de impotencia...!

Un ronco sonido terminó el diálogo; el cuerpo, cansado del esfuerzo, había caído al suelo; el órgano de la Providencia había callado, y el asturiano roncaba.

--¡Ahora te conozco--exclamé--día 24!"

Una lágrima preñada de horror y de desesperación surcaba mi mejilla, ajada ya por el dolor. A la mañana, amo y criado yacían, aquél en el lecho, éste en el suelo. El primero tenía todavía abiertos los ojos y los clavaba con delirio y con delicia en una caja amarilla donde se leía mañana. ¿Llegará ese mañana fatídico? ¿Qué encerraba la caja? En tanto, la noche buena era pasada, y el mundo todo, a mis barbas, cuando hablaba de ella, la seguía llamando noche buena.

(El Redactor General, 26 de diciembre 1836)

sábado, 7 de diciembre de 2013

La breve vida infeliz de Reynaldo Arenas

 

Por Guillermo Cabrera Infante

El País. martes 5 de septiembre de 2000 - Nº 1586



Decir que Reynaldo Arenas atravesó como un cometa la literatura cubana y no decir que fue un bólido salido del infierno es mentir a medias. Reynaldo (como le gustaba que escribieran su nombre y al acortarlo la amistad lo convertía en rey) empezó como un revolucionario y terminó como lo que siempre fue, un rebelde con varias causas. Antes que anochezca: "Tres pasiones rigieron la vida y la muerte de Reynaldo Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que consume; el sexo pasivo y la política activa". Pero no era suficiente. Seguí: "De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No sólo en su vida sino en su obra". Su vida sexual comenzó comiendo tierra, que ya Freud señalaba como una actividad sustitutiva del sexo por la coprofagia. Por supuesto Freud no podía saber que la pobreza, además del sexo, condenaba al niño Rey a comer tierra. Pero el adolescente subía a veces del suelo de tierra roja a los verdes árboles, donde era un rey aéreo por unas horas en su trono vegetal.

Reynaldo Arenas había nacido en Aguas Claras, no lejos de Gibara donde nací. Aguas Claras había sido una última estación del tren Gibara-Holguín en los años treinta. Pero cuando nació Arenas, que por su apellido podía haber comido arena, en las playas de Gibara, la parada del tren que venía de la costa había desaparecido, no llevada por el viento de la pobreza, sino por el huracán de la miseria. Sus futuras biografías dijeron luego que había nacido en Holguín. Aguas Claras era una aldea graciosa que pasaba rauda por las ventanillas del tren, pero Holguín era un pueblo sin gracia que quería ser una ciudad espléndida. Pero más espléndido fue Reynaldo por un tiempo.

Bajando de los árboles, apenas aprendió a escribir, tatuaba poemas con un cuchillo en el tronco de cada árbol. Un bolero temprano parece describir esta acción: "En el tronco de un árbol una niña / grabó su nombre henchida de placer. / Y el árbol / conmovido allá en su seno / a la niña una flor dejó caer". Ya Reynaldo era mirado por su abuelo como un niño raro, que grababa en el tronco de un árbol su nombre a medias. El abuelo, poseído de un furor extraño, cortaba con un hacha los troncos. Pero Reynaldo proseguía (perseguía la poesía de los nombres) su tarea de tallar Rey en los árboles.

Todo lo que cuenta Arenas en su primer libro, su primera novela, Celestino antes del alba, que le ganó muy temprano un segundo premio literario cuando ya era evidente que debía ser el primero de la casta de los escritores Castrados. Arenas encontró otros árboles, otros libros para esconder sus poemas en prosa y escribió otra novela, El mundo alucinante. Si en Celestino se poblaba de hachas el relato, en El mundo proliferaban, alucinantes o no, las cadenas. Con esta segunda novela ganó un primer premio -en el extranjero y en un extranjero en su tierra se convirtió su autor-. Por haber enviado un manuscrito al exterior sin permiso de su tiránico abuelo, que había trocado las hachas por ojos ubicuos, fue condenado a padecer en su tierra, que ya no era la de Aguas Claras de la que comió, sino de La Habana, condena capital, donde se distinguió por dos condiciones humanas que el régimen, dueño de los árboles y las cadenas, escribía su nombre con hachas. Pero Reynaldo se hizo claro en lo oscuro entre los cuentos de las callejas habaneras: fue un homosexual evidente y un escritor vidente allí donde el autor veía oscuro por espejo claro. Y Reynaldo se convirtió en la loca epónima, como dos generaciones antes lo había sido Virgilio Piñera, maestro y mentor. Pero si Virgilio era contenido y sobrio (excepto cuando fumaba su cigarrillo perenne: entonces Marlene Dietrich se apoderaba de sus gestos, de su humor y de su humo) Reynaldo era expansivo y barroco de maneras cuando Virgilio nunca padeció del barroquismo lírico que Góngora contagiaba a Lezama. Virgilio era la facilidad cuando Lezama opinaba con Mallarmé que "sólo lo difícil valía la pena".

La dificultad de vivir bajo un régimen totalitario le valió a Reynaldo una pena de cárcel: sólo le ganó Virgilio en la cárcel por un día y el desprecio oficial toda su vida.

Pero Virgilio nunca tuvo la franqueza oral (en todos los sentidos) de su discípulo díscolo. Las memorias de Arenas hechas cine ahora por Julian Schnabel (pintor que se convirtió en director de cine importante con su Basquiat, biografía última/ íntima del pintor haitiano de Nueva York, artista del graffito -en italiano quiere decir rasguño- que abrió una gran herida en las paredes y en su vida) son de una escritura lacerante en la carne cruda entre indecente/ inocente. Como su vida. Basquiat, por ser la vida de un artista visual, encubre no la obscenidad marcada en las paredes, sino la biografía casi divina de un artista adolescente que lo único de que adolece es una vida descrita más que escrita: exactamente la vida de Arenas. En el libro de Arenas no sólo es obsceno el relato, sino la propia vida que la obscenidad le ha obligado a asumir: una vieja sociedad presentada como el único futuro posible le condenaba a ser un hombre nuevo. No a la medida de muy macho que preconizaba su autor, el súcubo siniestro del totalitarismo, sino de una existencia que sólo puede ser descrita como un juego de manos, de manos entre hombres que se identifican con las mujeres y otros hombres que se consideran más machos: como el pederasta activo que posee al pederasta pasivo es un supermacho porque, razona, fornica a otro hombre. No creo que esta dualidad es ahora dudosa porque Arenas no era Virgilio Piñera como tampoco fue Lezama. La categoría aquí, para futuro horror de Guevara (el otro Guevara, el heterosexual), era de veras no un hombre nuevo, sino un marica nuevo. Eso le permitió escapar a todas las redadas, sobrevivir en la miseria y salir de la cárcel castrista, donde la pederastia era hastía, sin haber tenido un sólo percance homosexual. Como su vida en la cárcel estaba hecha de lances homosexuales aunque, paradoja, Reynaldo se casó cuando su mentor Virgilio, como el otro Virgilio, nunca tuvo mujer. Pero la boda de Arenas fue un acto de bondad, casi de caridad hecha a una mujer con problemas, otros problemas. Otra paradoja, a la novela que es el sólo antecedente de Antes que anochezca (a Hombres sin mujer de Carlos Montenegro) sólo le concierne la vida sexual en la cárcel, casi como a Genet.

Pero Reynaldo va más allá de Montenegro porque habla del sexo en la cárcel (no precisamente el suyo), en libertad, en la ciudad, en el campo, en su niñez, en su vida adulta y su sexo se manifiesta entre niños, con muchachos, con adolescentes, con bestias de corral y de carga, con árboles, con sus troncos y sus frutos, comestibles o no, con el agua, con la lluvia, con los ríos y con el mar mismo. Su pansexualismo es siempre homosexual y ubicuo, pero al revés de Genet, lo trasciende una poesía verdadera que lo hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman de la prosa.

Esta pansexualidad permea sus memorias y la película de sus memorias, pero Schnabel no está interesado únicamente en la sexualidad de Arenas, a veces lastimosa, como con su vida de perro perseguido, apaleado y encerrado y obligado de nuevo a vivir en la fuga que no cesa. Ni siquiera amengua ésta cuando logra escaparse de Cuba mediante una triquiñuela que sería increíble (convertir su apellido en Arina en su carnet de identidad), si no fuera verdad. Como toda la película, que es una visualización de la novela de la vida de un miserable, como un oscuro Papillon (que quiere decir mariposa en francés) en Papillon, porque Reynaldo fue una mariposa nocturna, aunque también se escapó de una versión de la Isla del Diablo.

Schnabel usa toda la literatura del libro en diversos tableaux vivants (sin, por supuesto, las connotaciones sexuales) y a veces utiliza otras fuentes no literarias (como la entrevista que hizo a Arenas Jana Boková en Habana para la BBC de Londres) para filmarlas de nuevo. Esta entrevista es uno de los momentos emocionantes del filme; gracias al encuadre y la fotografía en lo que es casi una copia no de la vida real, sino de la versión de Boková y, sobre todo, del contexto que es el texto de la vida de Arenas. Uno siente finalmente una lástima que no viene de Arenas, que nunca se tuvo lástima, sino del espectador de una vida irreal.

El contenido de toda la película es La Habana (y unas pocas secuencias neoyorquinas), una Habana no reconstruida sino construida con los elementos dispares que conforman las diversas locaciones de México, que forman la vida de Reynaldo en una cárcel dentro de la cárcel. Se la ofrece, paradójicamente, la ciudad que fue un dominio encantado, cantado antes por sus dos mentores, ese dúo dudoso, Lezama y Virgilio. Para ellos, por ellos esta versión es una suerte de reivindicación de Arenas: él es el personaje central y el protagonista con un solo, formidable antagonista: el estado totalitario que ha conducido su vida por un laberinto existencial. Para lograrlo Schnabel escogió a un actor español, Javier Bardem. ¿Un error? Todo lo contrario: Bardem es el sostén de toda la película, desde que el personaje se embarca en una absurda aventura guerrillera en la que Reynaldo, como una prefiguración, huye de su casa, de su madre y del hombre para encontrarse por primera vez con su destino. En el que habrá más fugas, más realizaciones de proyectos absurdos y más hambre -y, lo que es más decisivo, así se inicia la persecución de Arenas por toda la geografía cubana y por entre el plano general de La Habana.

Hay que hacer párrafo aparte para la actuación de Bardem, que es un prodigio a la vez de mimetismo y de creación. Bardem, un evidente heterosexual en la vida, recrea a Reynaldo con todos los manerismos de Arenas y todo lo ve a través de su mirada lánguida y desmayada y sus gestos que evocan a un Piñera más joven, más aventurero y finalmente más valiente y definen la pasividad del personaje a la vez que con sus brazos confina el límite de su heroísmo al caer (facilis decensus Averni) y al recobrarse de ese Averno para revivir en el invierno de Nueva York con la alegría de quien ve caer la nieve por primera vez, hasta que se hunde en el infierno del sida.

Hay otros momentos de actuación que son la revelación de un actor desconocido o solamente conocido hasta ahora no como actor. Me refiero a Manuel González, que hace una creación a la vez cómica y altruista de Lezama Lima, aquí con todas sus libras y señales. Es lástima que Héctor Babenco intente ser un Piñera que nunca es Virgilio. Pero con Bardem nos basta.

Before night falls será una película en competición en el Festival de Venecia. Si hay justicia en el Lido (y a veces la hay pero otras no la hay, ay) Javier Bardem será, por haber sido Reynaldo Arenas por dos horas, premiado por una actuación maestra y una aparición segura en el roster de los nuevos actores del cine. Ya lo era en el cine español. Desde ahora lo será en todas partes. Sobre todo si se sabe que comparte reparto con dos de los grandes actores del Hollywood del momento: Johnny Depp y Sean Penn en sucesivos y maestros camafeos.

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domingo, 3 de noviembre de 2013

Un rencuentro con María Zambrano


Por Leonardo Venta
“No me respondes, hermana. He venido ahora a buscarte. Ahora, no tardarás ya mucho en salir de aquí. Porque aquí no puedes quedarte. Esto no es tu casa, es sólo la tumba donde te han arropado viva. Y viva no puedes seguir aquí; vendrás ya libre, mírame, mírame, a esta vida en la que yo estoy. Y ahora sí, en una tierra nunca vista por nadie, fundaremos la ciudad de los hermanos, la ciudad nueva, donde no habrá ni hijos ni padres. Y los hermanos vendrán a reunirse con nosotros. Nos olvidaremos allí de esta tierra donde siempre hay alguien que manda desde antes, sin saber. Allí acabaremos de nacer, nos dejarán nacer del todo. Yo siempre supe de esa tierra. No la soñé, estuve en ella, moraba en ella contigo, cuando se creía ése que yo estaba pensando”.
María Zambrano

Cimentada y realzada por la fundación que honra su nombre, contando con el apoyo de la Universidad de Málaga y la Universidad del Sur de la Florida (USF), la figura de la filósofa española María Zambrano (1907-1991), recipiente en 1981 del prestigioso Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, y en 1988 del Cervantes, reinó nuevamente en el ámbito tampeño de la Universidad del Sur de la Florida los días 14, 15 y 16 de octubre, dentro del marco del III Forum dedicado a su vida y obra.
“El propósito es seguir generando espacios de diálogo entre académicos de las orillas que Zambrano supo unir, tanto en su experiencia vital como en su práctica filosófica”, ha recalcado la profesora, investigadora literaria y organizadora del evento, Madeline Cámara, cepa y meollo de este esperanzador proyecto académico. En el fórum participaron especialistas en la obra zambraniana provenientes de España, Cuba, Canadá, Puerto Rico y Estados Unidos, entre ellos, Roberta Johnson, profesora emérita de la Universidad de California, y el poeta, ensayista y filósofo español Jesús Moreno Sanz vía Skype.
Varios estudiosos residentes en España que no pudieron concretar su viaje a Tampa, estuvieron igualmente presentes gracias a la magia cibernética. Las ponencias consiguieron sembrar, en los desconocedores; desperezar, entre los olvidadizos; y afianzar, en sus fieles seguidores, el legado de la erudita española. A su vez, el artista plástico Baruj Salinas departió sobre su amistad con María Zambrano, y presentó las pinturas que creó inspirado en el texto zambraniano "Claros del bosque". Posteriormente, donó uno de sus cuadros a USF para el Aula María Zambrano que se inauguró en esta oportunidad. Las actividades comenzaron a partir de las 10 de la mañana del lunes, 14 de octubre en la sala Grace Allen de la Biblioteca Central de la Universidad del Sur de la Florida, acicalada con todo el protocolo habitual de una festividad en que académicos, estudiantes y público en general articularon sus inquietudes literarias y filosóficas en el elevado horizonte en que relumbra el nombre de María Zambrano.
Como apetecido preámbulo, Roberta Johnson, profesora emérita de literatura española en la Universidad de California tuvo a su cargo la charla en inglés “Lo que María Zambrano descubrió en el Nuevo Mundo”. Luego se reasentó el radio de las ponencias en temas tan fascinantes como “Sujetos frágiles: Arendt y Zambrano en el diálogo”, “Releyendo a María Zambrano en el siglo XXI”, “María Zambrano y Bergson: vitalismo en Cuba", "¿Qué diría hoy María Zambrano?”. El telúrico epicentro alrededor de la homenajeada se trasladó precisamente a la nueva aula María Zambrano, inaugurada esa jornada en el cuarto piso del edificio Cooper Hall de USF. Allí, entre perspicaces guiños de camaradería trasatlántica, se miraron de cerca la Antígona de Sófocles y la zambraniana en la ponencia bajo el título de “Antígona: desde Grecia Antigua a Europa en el tiempo de María Zambrano”.
Al reanudarse las actividades el martes, "María Zambrano: claves secretas a la isla [Cuba]”, '”María Zambrano y José Lezama Lima: historia de una amistad sin fin”, “Palabras entre María y Virgilio [Piñera]”, fueron las charlas que alumbraron el perfil de la agasajada aurora. En horas de la tarde, la tierra de Eugenio María de Hostos mimó la memoria en éxodo de Zambrano, al encomiar su relación amistosa con Inés María de Mendoza, quien fuera Primera Dama de Puerto Rico bajo los cuatro mandatos consecutivos de Luis Muñoz Marín (1948-1965).
El miércoles, día de abrazos de despedida, las actividades devolvieron su matutina claridad a la Sala Grace Allen, para reasentarse en la Universidad de Tampa, entre minaretes y señoriales torres que destilan a través de sus medias lunas el misticismo mahometano que motivara al ex presidente John F. Kennedy, en 1963, a detener su comitiva para admirar su majestuosidad. Consumado el dictamen académico de tres intensas productivas jornadas, redescubrimos una María Zambrano más íntima, más ilustre, más cercana, entroncada a sus raíces europeas y vivencias latinoamericanas, adalid sibilina en la compleja confluencia de ese ilustrado conjuro – al decir lezamesco – que ella denominara el “saber del alma”.

“Fiesta en Tampa”: un homenaje a Ernesto Lecuona

Ernesto Lecuona (izq), junto a César Gonzmart, dueño del restaurante Columbia. Foto cortesía del restaurante Columbia (1950).

Por Leonardo Venta

Bajo la batuta de uno de los dos ganadores del III Premio Internacional Eduardo Mata 2007, Damon Gupton, y patrocinado por el centenario restaurante Columbia, la Orquesta de la Florida (TFO, por sus siglas en inglés) ofreció el miércoles 16 de octubre de 2013 un concierto especial titulado "Fiesta en Tampa”.

La velada, programada dentro del marco de las celebraciones del Mes de la Herencia Hispana, honró la música del gran compositor y pianista cubano Ernesto Lecuona (1896-1963). Richard Gonzmart, presidente del restaurante Columbia, abrió el concierto con emotivas palabras: "Mi padre [César Gonzmart] era el violinista concertino de la Orquesta Sinfónica de La Habana, bajo la dirección de Ernesto Lecuona en 1945, cuando conoció a mi madre [Adela Hernández], que recientemente se había graduado de Juilliard y estaba de gira como artista invitada con la Orquesta Sinfónica de La Habana. Se casaron en 1946 y el resto es historia. Yo nací escuchando la música de este gran compositor. Si no fuera por el Maestro Lecuona, no estaría aquí hoy".

Partituras de Lecuona, Heitor Villa-Lobos, Georges Bizet, Manuel de Falla, Emmanuel Chabrier y Arturo Márquez se escucharon en la Sala Carol Morsani, la más espaciosa del Straz Center de Tampa. El programa,a su vez, contó con la actuación de la bailarina española Carolina Esparza, que ha actuado como figura principal de la compañía “Sombras Flamencas”, así como con su propia agrupación danzaria “Candela Flamenco Dance Company”. El homenaje, lleno de emociones, ofreció además un documental fílmico biográfico del aclamado compositor, el cual abandonó Cuba el 6 de enero de 1960 para establecerse en Tampa. Murió en 1963 en Santa Cruz de Tenerife, adonde viajó para rastrear el aliento natal que diera vida a su padre: el periodista Ernesto Lecuona Ramos.

La Orquesta inició el concierto con “Andalucía”, “Gitanerías” y la muy apludida “Malagueña”, tres de las seis piezas de la “Suite Española” (1919) de Lecuona, A continuación, los oídos de la audiencia se deleitaron con la exótica dulzura de las “Bachianas Brasileiras núm. 5” - la más famosa del ciclo de nueve compuesta por el compositor brasileño Heitor Villa-Lobos para soprano y ocho violonchelos –. Aunque esta ocasión no contaron con el servicio de los violenchos ni de la voz más aguda de las voces humanas. Creadas entre 1930 y 1945, las Bachianas son nombradas de esa forma debido a que Villa-Lobos quiso fusionar en ellas el folclore carioca con el estilo del compositor barroco alemán Johann Sebastian Bach, a quien admiraba hondamente.

Luego, la destacada agrupación floridana interpretó selecciones de la ópera “Carmen” de Georges Bizet, tan asociado al apellido Alonso para aquellos que admiramos el arte de las puntas, incluyendo "Aragonaise", de la Suite núm. 1; así como "Habanera" y "Danse Bohème", de la Suite núm. 2. Antes de la llegada del coqueto intermezzo, “La danza española núm. 1” de la ópera “La vida breve” de Manuel de Falla – apasionante fusión de estilos flamencos y variados perfiles melódicos y rítmicos –, cobró movimiento y forma en la cadencia danzaria de Carolina Esparza, acompañada de Jennifer Tellone y Gelsy Torres, en un 'paso a tres' sin muchas variaciones coreográficas.

Terminado el acostumbrado ritual de vestíbulo de teatro, con el tintinear de luces convocándonos nuevamente a nuestra íntima cita con la música, desde la radiante penumbra de nuestras acechantes melifluas butacas, gustamos de la rapsodia para orquesta “España”, compuesta por un francés de estilo y armonías poco convencionales: Emmanuel Chabrier (1841-1894), para dar paso al genio gaditano de Falla, esta vez mediante “La danza del Molinero” de la ópera “El sombrero de tres picos” – en una doble seducción a nuestros sentidos visuales y auditivos, a través del vivificante colorido orquestal de TFO y la exuberante entrega danzaria de Carolina Esparza, quien esta vez nos inmergió indubitablemente en el arrebatador espíritu del folclore español desperezado en el impresionismo heredado por Falla de compositores franceses como Claude Debussy y Maurice Ravel.

De Europa, nos trasladamos otra vez a la efusión sinfónica cubana, fundida al legado africano, español y a contenidas exiguas y cuestionadas espiraciones amerindias. De los exitosos recitales de Lecuona en París, en 1928, donde interpretó selecciones de su primera colección de danzas cubanas, dijo Maurice Ravel, uno de los maestros modernos de la orquestación: “Esto es más que tocar el piano”. Se publicaron dos colecciones más de danzas de Lecuona en 1929 y 1930, la última fue denominada danzas afrocubanas. De esta serie, “Danza lucumí”, la cual se popularizó en Estados Unidos como “From One Love to Another (De un amor a otro)”, fue interpretada por la Orquesta de la Florida en la segunda mitad del concierto. Le siguió “La comparsa”, para muchos, una de las danzas que mejor define la cubanía, compuesta por un Lecuona de sólo 17 años de edad. El escritor e intelectual Jorge Mañach la definió como la “lejanía que se va haciendo poco a poco presencia, que tiene un momento de auge frenético y vuelve a perderse luego en melancólico disminuendo”, para catalogarla como “una de las composiciones de Lecuona en que la inspiración negra es más evidente, pero sin que se sobreponga al matiz criollo, a ciertas nostalgias de otras cosas que no son la selva pura y que están metidas en nuestra alma con no menos raigambre: la tristeza siboney y la alegría blanca”.


Finalmente, la Orquesta de la Florida interpretó el delicioso “Danzón No. 2” del compositor mexicano Arturo Márquez, en el que el clarinete establecía un diálogo henchido de sabor cubano con el resto de los instrumentos solistas. No tuvimos que suspirar por el siempre ansiado estimulante ‘encore’, para luego deslizarnos con musicalidad en fuga por lo corredores del teatro rumbo a la rutinaria cotidianidad de una ciudad que acogiera, en sus últimos años de vida, al genio musical cubano que compuso más de 176 piezas solamente para piano, 37 obras para orquesta (entre ella tres para piano y orquesta), 406 canciones, muchas de las cuales han sobrevivido el embate del tiempo, así como notables operetas, ballets, zarzuelas, revistas y óperas.

jueves, 31 de octubre de 2013

A 59 años de la muerte de Henri Matisse

“Autorretrato”, Henri Matisse. Museo Real de Bellas Artes. Copenhague. Dinamarca

Por Leonardo Venta

Un 3 de noviembre de 1954, murió en Niza el pintor Henri Matisse. Célebre por su ardiente audacia cromática y originalidad en el uso del dibujo, es una de las figuras medulares del arte contemporáneo. Es reveladora la frase de Matisse: "El color, incluso más que el dibujo, es un medio de liberación".


Nacido en Le Cateau-Cambrésis, una pequeña localidad en el norte de Francia, el 31 de diciembre de 1869, Matisse supo transmitir a través de su arte la autonomía del instinto y la intuición. El genio Picasso tomó mucho de este pintor francés líder del 'fauvismo', al extremo que Matisse le llamó "un bandido esperando en la trampa".

Neófito en materia de abogacía, a los 21 años de edad, mientras se recuperaba de una apendicitis, no pudo resistir el hechicero dulce mordisco de las artes plásticas. Un año después desalmidonó su cuello abogadil para recorrer con paleta y pinceles en mano los majestuosos corredores de la Escuela de Bellas Artes parisina.

Como casi todo recién graduado, serpenteó la visión academicista y tradicional, especialmente la del naturalismo, realizando numerosas copias de los clásicos. Si bien, esto no le impidió captar gradualmente con sus coloridas pupilas el curso espontáneo de su entorno, centrándose en la agenda sediciosa de los impresionistas. Gauguin, Cézanne y van Gogh fueron para Matisse amuletos de la subjetividad del color que respira con avidez.

Entre 1903 y 1904, Matisse se sintió motivado por el puntillismo de Henri Edmond Cross y Paul Signac, articulando cuantiosos puntos de color que, a una cierta distancia, restablecían la unidad del tono y suscitaban la vibración luminosa. Después de modificar este método pictórico con pinceladas más amplias, lo abandona pronto.

Ya para 1905 sus cuadros rompían moldes por razón de su creatividad y asombrosa temeridad formal. Entre las obras de este período sobresale el retrato “Raya verde” (Madame Matisse; 1905, Museo Estatal de Arte, Copenhague), donde resaltan rasgos expresionistas, precisados por el verde lustroso de la frente y la nariz de su modelo.

La lucidez artística de Matisse evoluciona partiendo de “Las flores amarillas” (Madrid, Museo Thyssen-Bornemisza), obra relacionada con su llamado ‘período oscuro’, accediendo pronto el paso a trabajos relacionados con las exaltadas pinturas 'fauves' de 1905.

El arte de Matisse, inicialmente rechazado, terminó seduciendo a numerosos críticos y coleccionistas, entre ellos, a la escritora estadounidense Gertrude Stein, la cual escribió que "es difícil, ahora que todo el mundo está acostumbrado a ellos [los cuadros de Matisse], hacerse una idea de la inquietud que provocaban cuando uno los veía por primera vez".

Las figuras creadas por el gran pintor francés revelan, sobre todo, la intangible expresividad ilimitada de la forma, para relegar a un plano secundario los rasgos anatómicas. Sus obras liberan la propensión natural e indeliberada del alma, vigorizan el proceso cognoscitivo racional del espíritu. Para Matisse, la fusión de las formas, líneas y colores dictaminaban el curso de la sensibilidad del artífice, en pos del oportuno equilibrio de la obra como un todo.

Desde 1920 hasta su fallecimiento, pasó la mayor parte del tiempo en el sur de Francia, especialmente en la pintoresca Niza, nutriendo su arte del colorido y la vitalidad de esa zona. Entrado ya en años, se le encargó la decoración de la capilla de Santa María del Rosario en Vence, situada en las inmediaciones de Cannes. La terminó en 1951, cuando ya estaba muy enfermo de cáncer.
Tres años antes de su muerte, la capilla fue consagrada. A raíz del acontecimiento, Matisse escribió al obispo de Niza: "La obra ha requerido cuatro años de un trabajo exclusivo y asiduo y es el resultado de toda mi vida activa. La considero, a pesar de todas sus imperfecciones, mi obra maestra".


martes, 24 de septiembre de 2013

Lecuona en Tampa


Un concierto celebrando el Mes Nacional de la Herencia Hispana, incluyendo música de Ernesto Lecuona y otros compositores. El concierto no es parte de la temporada regular de la Orquesta de la Florida.

jueves, 29 de agosto de 2013

“Mi nombre es Asher Lev”, teatro que edifica


Brian Webb Russell (izq.), en el papel de Jacob Kahn, y Chris Crawford, como Asher Lev. Foto: Chad Jacobs

Por Leonardo Venta

Ciertas obras que se producen al margen de los circuitos comerciales apelan al intelecto del público, asumen materiales no concebidos propiamente para las tablas, que la dirección, el guión y la actuación, entre otros elementos, complementan en un trabajo grupal que persigue la catarsis en el espectador – liberación o transformación interior – . De esa manera, “My name is Asher Lev (Mi nombre es Asher Lev)”, la adaptación realizada por Aaron Posner de la novela de corte autobiográfico del escritor Chaim Potok (1929-2002), establece pautas que la afianzan como una gran obra de este tipo.


Recientemente, en el acogedor teatro Raymond James de St. Petersburg, seguimos de cerca la historia del personaje Ashe Lev, desde una espaciosa butaca que resultaba pequeña para acomodar nuestras emociones. La producción del American Stage Theatre Company, apoyada en la agudeza dramática de dos magistrales actores y una actriz – Chris Crawford, Brian Webb Russell y Georgina McKee – condensó en nuestros sentidos la novela homónima del rabino y pintor estadounidense, descendiente de inmigrantes polacos, en una inteligente puesta en escena que sobre todo logró transmitirnos un mensaje edificante y estimular nuestro pensamiento crítico.

La pieza en un acto, de casi hora y media de duración, relata la historia de un niño prodigio que para desarrollar su genio artístico se ve precisado a encarar ciclópeos obstáculos. Aborda, asimismo, el universal conflicto entre las inclinaciones – la vocación artística – y las prohibiciones – constreñidas por la tradición –. Un matrimonio de judíos y su único hijo, criado en las prácticas hebraicas, desbordan un inconciliable torrente de ideas y sentimientos en el espacio de un diminuto apartamento neoyorquino, recién concluida la II Guerra Mundial.

Aryeh Lev, el padre de Asher – interpretado por Brian Webb Russell –, vive entregado a la causa de los judíos supervivientes del reciente conflicto bélico europeo. Si bien, su hijo, al que ama pero considera apostata y traidor a la tradición judaica, posee un talento artístico no afín a sus observancias religiosas. ¿Cuántas personas formadas bajo la presión exacerbada de cualquier índole de fanatismo no se han visto impelidas a obedecer los obsesos lineamientos ideológicos de sus padres o seguir a todo trance sus propias inclinaciones, de cualquier naturaleza que éstas sean?

Rivkeh Lev, la madre de Asher – interpretada por Georgina McKee –, se encuentra amorosamente atrapada entre la intolerancia del padre y la agonía del hijo por darle rienda suelta a su irresistible vocación por las artes plásticas. Asher, – magistralmente interpretado por Chris Crawford –, evoluciona desde las primeras desavenencias con sus padres durante su infancia hacia la alineación del joven artista que no puede renunciar a su condición de artífice.

No obstante, el talentoso pintor encuentra apoyo en el no observante artista judío Jacob Kahn, el maestro que le enseña a canalizar las emociones a través del arte. Los parlamentos de Kahn son el pretexto de que se vale Chaim Potok para establecer su concepción del arte de una manera libre y personal. La pieza teatral, al igual que la novela que la inspira, no sólo cuestiona la fe judaica, sino todo tipo de ideología afirmada en el fanatismo y la intransigencia, al poner en pugna el amor familiar y la incapacidad paterna de comprender y aceptar la vocación de su hijo.

La escenografía, a cargo de Jerid Fox, en todo momento juega un rol adecuado en función del espacio que recrea, sin que se existan cambios de escenas. Todo es mínimo, pero trascendente. La obra se apoya en los diálogos, pero sobre todo en la narración del protagonista, especie de relato reflexivo en que el protagonista dialoga a solas con el espectador, y cuyo destino es la propia conciencia del público que va descubriendo la disposición interna, el nudo entre las partes de la obra. El sonido, por T. Scott Wooten, y el adecuado empleo de la iluminación a cargo de Megan Byrne, así como el vestuario dispuesto por Adrin Erra Puente, todos bajo la producción de Karla Hartley, complementan el éxito de la producción.

La puesta despliega una progresión dramática. Capta nuestra atención, cautiva, al mismo tiempo que nos nutre de mensajes sumamente edificantes, guiños en pos del mejoramiento humano. Por momentos, nos pone el alma en un hilo, estimulando en nosotros emociones estéticas y humanas, identificándonos con la “otredad incomprendida”, en cualquier sociedad, en cualquier esfera. Terminada la función, los asistentes agradecieron con una ovación de pie la íntima catarsis que despertó en ellos la propuesta dramática.

“Mi nombre es Asher Lev” es el tipo de drama que nos hace crecer, lo que lo convierte en ineludible opción para los amantes del buen teatro.


miércoles, 28 de agosto de 2013

Fallece el padre de la escuela cubana de ballet


Por Leonardo Venta

“Fernando Alonso representa la escuela clásica pura con sus movimientos prolongados
 hasta lo infinito, su ritmo y su música, su disciplina perfecta y su júbilo”. 
Arnold L. Haskell

Un admirable capítulo en la historia de la danza clásica se acaba de cerrar con la pérdida de quien fuera el fundador de la Escuela Cubana de Ballet y del Ballet Nacional de Cuba (BNC). A los 98 años de edad, en horas tempranas de la tarde del sábado, 27 de julio, Fernando Alonso Rayneri falleció en la capital de la Mayor de las Antillas.

En diciembre de 1931 asistió a la primera función de la Escuela de Baile de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, integrada para esa época por tres academias: la de declamación, la de guitarra y la de baile – esta última, cuna del ballet cubano, en la que Alicia, Fernando y Alberto Alonso se iniciaron en el lenguaje melódico del movimiento y los gestos con el maestro ucraniano Nicolás Yavorski –.

Esta primera impresión marcó para siempre la devoción de Fernando por la danza clásica. En 2007, relataba a la revista Danza Ballet cómo había sido su primer contacto con el universo de las musicales piruetees y los desafiantes jetés: “Regresaba de estudiar en el exterior cuando vi a mi hermano Alberto [el célebre coreógrafo de Carmen] en la Sociedad Pro Arte Musical, donde tomaba clases. Bailaba Coppélia con Alicia Alonso, por entonces Alicia Martínez del Hoyo. Era tan elegante y varonil que pensé: ‘Me encantaría bailar eso’. Alberto había sido contratado por el Ballet Ruso de Montecarlo y salió para París, y de allí a Cannes, a sumarse a la compañía. La idea de bailar y además viajar, conocer el mundo, me pareció formidable. También me gustaba mucho el ejercicio y me di cuenta de que el ballet combinaba lo musical con la fuerza física. El entrenamiento que tenía me facilitó aprender a bailar”.

Sobre la sensación que despertó en él la que luego sería su esposa, confesó a la misma publicación: “Había en Alicia una sensualidad, un endulzar la música, y me di cuenta de que esa debía ser la cualidad de las bailarinas cubanas”. En 1935, emprendió sus estudios de ballet en Pro Arte, presidida entonces por su madre Laura Rayneri. Allí realizó su debut escénico en 1936 con el ballet “Claro de luna”, junto a Alicia. Entre funciones y ensayos el travieso Cupido flechó a la joven pareja.

En 1937, Fernando y Alicia se casaron en Nueva York. Al año siguiente nació Laura, la única hija de ambos. En suelo norteamericano, el joven cubano prosiguió sus estudios danzarios en la academia del ruso Mijáil Mordkin, bailarín con quien hiciera su debut en los escenarios estadounidenses la legendaria Anna Pavlova, en 1910. Fueron además profesores de Fernando, Mijáil Fokine, entre cuyos trabajos como coreógrafo sobresalen “Las sílfides” (1909) y “La muerte del cisne” (1905), y Alexandra Fedorova, ex bailarina formada por Enrico Cecchetti en la escuela de ballet de los Teatros Imperiales de San Petersburgo.

Fernando integró en 1939 el American Ballet Caravan, dirigido por George Balanchine, el creador de la tradición balletística en Estados Unidos. Asimismo, formó el elenco del Russian Ballet of Monte Carlo (Ballet Ruso de Monte Carlo), y el Ballet Theater of New York (hoy American Ballet Theatre), donde alcanzó el rango de solista e interpretó obras como “Pedro y el lobo”, de Adolf Bolm, y “Tres vírgenes y el diablo”, de Agnes de Mille. Del mismo modo, desempeñó el papel de Mercuccio, en “Romeo y Julieta”, de Anthony Tudor, además de bailar coreografías de Balanchine, Fokine, Dolin, Nijinska, Massine y Robbins.

El neoyorquino invierno no congeló su amor por Cuba. Cada año regresaba a la verde isla para bailar en el Ballet de la Sociedad Pro Arte. Allí montó “Giselle” en 1945, junto a Alicia Alonso, representado en el teatro Auditorium (hoy Amadeo Roldán). En 1956, bailó por última vez en una función pública en el Estadio de la Universidad de La Habana. Si bien, diez años más tarde, fue llamado a representar el papel de Hilarión de último minuto, cuando diez bailarines del BNC pidieron al unísono asilo durante una gira en París.

El 28 de octubre de 1948, en unión de Alicia y Alberto, fundó el Ballet Alicia Alonso (hoy Ballet Nacional de Cuba), que dirigió hasta 1974. Fue el iniciador de la Escuela Nacional de Ballet en 1962, y su director hasta 1968. En ella estableció no sólo una disciplina estrictamente clásica, sino la maquinaria, la sistematización de un estilo de hondo carácter nacional, la conceptuación de los primeros lineamientos de estudios para la formación de una legítima escuela cubana, en coordinación con Alicia y otras destacadas figuras danzarias del país antillano.

Acerca de los primeros bostezos de la escuela de ballet más joven del mundo, comentaba Fernando para Danza Ballet: “Decidimos fundar una escuela donde los cubanos pudieran aprender el estilo, esencialmente el de Alicia, a quien llamaban el milagro. Debíamos tener muchos milagros, bailarinas de la escuela cubana, pero con sus propias características, algo que logramos con Aurora Bosch, Mirta Plá, Josefina Méndez y Loipa Araújo”. Las "cuatro joyas" del BNC – como fueron bautizadas por el reconocido crítico británico Arnold L. Haskell – establecieron sus nombres en el olimpo del ballet, cuando obtuvieron el Premio Estrella de Oro de París en 1970, mediante la interpretación del célebre "Grand Pas de Quatre".

En 1975, a la edad de 60 años, Fernando se divorció de Alicia para casarse con la bella joven bailarina Aida Villoch. A causa de la separación, se vio precisado a abandonar el Ballet Nacional de Cuba. Junto a su nueva esposa, aceptó la dirección del Ballet de Camagüey, donde trabajó arduamente para desarrollar la segunda compañía más importante de su tipo en la isla, cuyas presentaciones han sido aplaudidas en más de una veintena de países.

De esta manera evocaba Fernando esa significativa etapa de su vida: “Cuando Alicia y yo nos separamos, entendimos que en la compañía chocaríamos mucho, pues yo era el director general y ella la directora artística, pero yo impartía clases, incluso a ella. En ese momento, el gobierno me pidió que dirigiera las escuelas de ballet, una actividad que de hecho ya hacía, y después, que ayudara al Ballet de Camagüey, que se encontraba en un momento crítico, a reencontrar su camino”.

En la década de los noventa, durante el llamado Período especial* en Cuba, el destacado maestro se estableció temporalmente en México. Asumió la dirección de la Compañía Nacional de Danza de México (1992-94) y del Ballet de Monterrey (a partir de 1995), además ejerció las funciones de Asesor Académico del Área de Danza Clásica y Director del Taller de la Facultad de Artes Escénicas de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Sus últimos años los consagró a su amada Escuela Nacional de Ballet, en La Habana.

Entre numerosos reconocimientos, nunca suficientes para premiar su grandeza artística, fue miembro del Jurado del Concurso Internacional de Ballet de Nueva York (1996). En el año 2000 recibió el Premio Nacional de la Danza en Cuba y, en 2008, le fue otorgado el Premio Benois por toda su carrera artística, equivalente al Óscar de la danza.

El legado artístico de Fernando Alonso prevalece en el virtuosismo, la magnificencia, la sensualidad, la gracia, el refulgente temperamento y la cálida contagiosa alegría de cada generación de bailarinas y bailarines cubanos alrededor del mundo. El maestro ha muerto, su legado vive.

  *El período especial fue un largo período de hondo recrudicimento de la crisis económica ya existente en la isla, como resultado del colapso de la Unión Soviética en 1991 y se extiende a comienzos/mediados de la década de los 90

martes, 27 de agosto de 2013

Forum “María Zambrano: entre el Mediterráneo y el Caribe”


     Este tipo de encuentro académico se ha creado para destacar momentos claves en la vida y el pensamiento de la intelectual española donde se cruzan la tradición clásica europea y las utopías latinoamericanas. Instituido por la Fundación María Zambrano en el verano del 2011-que acogió los dos primeros eventos- la iniciativa es retomada ahora en Estados Unidos. La Universidad del Sur de la Florida, celebrará los días 14, 15 y 16 de octubre, en su recinto de Tampa, el III Forum con el apoyo de la Fundación María Zambrano y la Universidad de Málaga .
     El propósito es seguir generando espacios de diálogo entre académicos de las orillas que Zambrano supo unir, tanto en su experiencia vital como en su práctica filosófica. Participan especialistas en la obra zambraniana provenientes de España, Cuba, Canadá , Puerto Rico y Estados Unidos. Las sesiones serán abiertas a estudiantes y profesores así como a miembros de la comunidad. Para más información, puede comunicarse con la coordinadora del encuentro, Dra Madeline Cámara, profesora del Dept de World Languages de USF, al correo electrónico: camaram@usf.edu

viernes, 9 de agosto de 2013

La gran triada barroca: Góngora, Sor Juana y Lezama




“Si la obra de Lezama Lima pudiera perpetrarse gráficamente sería René Portocarrero, su contemporáneo pintor cubano, el que simultaneare su misma trayectoria”. Eloisa Lezama Lima


Por Leonardo Venta

El cordobés Luis de Góngora – el poeta representativo del barroco europeo en castellano, lo que se ha dado en llamar culteranismo o gongorismo, autor de retadoras obras al entendimiento – es adalid de un lenguaje refinadísimo, colmado de atrevidas metáforas, cultismos (neologismos) greco-latinos, algunos de los cuales se reiteran sistemáticamente –, así como enarbola, cual antípoda estético torbellino, una sintaxis torcida, con alteración del orden normal de la colocación de las palabras, a la usanza del latín en las cláusulas. A su vez, emplea un léxico desmedido que se distancia categóricamente de la norma para explayar una riqueza que coquetea apetitosamente con el color, la luz, el sonido, el tacto, el olor; además de valerse de gran número de referencias mitológicas, asociadas a un simbolismo y hermetismo, que lo hace casi inaccesible, originando, por ende, juicios que califican o niegan su estilo de contraproducente y banal.

Marcelino Menéndez Pelayo acusó a Góngora de haberse “atrevido á escribir un poema entero (las Soledades), sin asunto, sin poesía interior, sin afectos, sin ideas, una apariencia ó sombra de poema, enteramente privado de alma”. No obstante, los simbolistas del siglo XIX, especialmente Verlaine, redimieron la reputación del cordobés como escritor. En tanto, en 1927, en el tercer centenario de la celebración de la muerte de Góngora, sale a luz una prosificación de las Soledades –  preparada por el poeta, crítico literario y filólogo español Dámaso Alonso – que rescata el valor del relegado e incomprendido escritor culterano.

 “El culto a Góngora lo trae a España Rubén Darío, y él lo aprende en el simbolismo francés. Es curioso, y hasta cómico. El entusiasmo de Verlaine por Góngora no pasa de ser una intuición: Verlaine ama a Góngora, a quien no conoce, no puede conocer, porque es un poeta maldito”, afirma Dámaso Alonso. A su vez, uno de los pioneros en revalorizar a Góngora en Europa fue Lucien-Paul Thomas con Études sur Góngora et gongorisme considéré dans leur rapports avec le marinisme, publicado en Bruselas, Bélgica, en 1910.
Como resultado a las extravagancias gongorinas, para referirse al oscuro poeta, es célebre la frase del humanista Francisco de Cascales: “convertido de ángel de luz en ángel de tinieblas”.  Las particularidades estilísticas que Góngora ha iluminado o ensombrecido con el apellido que bautiza su pluma, son prototipos de una escritura elitista, rechazada no sólo por el lector común sino incluso por lo más selecto de la intelectualidad de sus días, entre ellos su acérrimo enemigo Marcelino Menéndez y Pelayo.
 Existen puntos de contacto entre el gran escritor cordobés y el no menos destacado escritor habanero José Lezama Lima. Aunque es cierto que la poesía de Góngora y la de Lezama, padecen o disfrutan de una gran obsesión por lo estético y sensorial del lenguaje, pertenecen a épocas distantes y responden a poéticas y contextos diferentes. El hermetismo, ceñido a la complejidad formal que entenebra la lectura de sus obras, explica en parte la razón por la cual tanto Lezama como Sor Juana Inés de la Cruz han sido asociados con Góngora (el arquetipo) .
Si bien, Eloísa Lezama Lima niega la existencia de pronunciados lazos entre Góngora y Lezama, apoyándose precisamente en declaraciones de su propio hermano: “Ha negado Lezama Lima que Góngora y él hayan trabajado en la misma dirección; y con énfasis insiste en que él trata de hacer claras las cosas oscuras y que Góngora tornó oscuras las cosas claras”.

Otra fuente que refuta una honda presencia gongorina en Lezama, aunque titubea al plasmarlo, cuando emplea la expresión “pero a veces”, es Fina García Marruz: “[…] le suponen al poeta [Lezama] un gongorismo del que está más lejos de lo que parece. Góngora elabora cosas de suyo sencillas…el famoso ‘cuadrado pino’ en vez de mesa, la simple fábula que hay detrás de las alambicadas Soledades. Nuestro poeta [Lezama] habla de cosas oscuras de un modo claro. Su ‘oscuro’ es el de lo real, no el del arte. Pero a veces, sin duda, ‘se deja’ también cierto gustoso gongorismo, homenaje de buen lector, aprendizaje de buen artesano”.
De juicios como el de García Marruz y Eloisa Lezama Lima, que no constituyen casos aislados, en cuanto a las numerosas analogías establecidas entre el habanero y el cordobés, se desprende un cierto interés en resaltar las virtudes literarias de Lezama sobre las de Góngora, en consciente o indeliberada parcialidad.

Algo similar leemos en comentarios de ciertos sorjuanistas, quienes, impelidos a establecer cotejos entre el escritor español y la Décima Musa de México, especialmente entre las Soledades y Primero Sueño, sugieren que la mexicana sobrepasa a su antecesor, al menos en la profundidad temática. Octavio Paz, devoto de la moja jerónima pero distanciado del reducido nucleo sorjuanista por razones que no he de conjeturar aquí, afirma en su célebre Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la fe: “Góngora: transfiguración verbal de la realidad que perciben los sentidos; sor Juana: discurso sobre una realidad vista no por lo sentidos sino por el alma”. 
Tanto la obra de sor Juana (precedente asombroso a nuestra época) como la del neobarroco Lezama, en su calidad de americanos, en colación con la del peninsular don Luis, nos remiten a la simulación y venganza de la copia, temática ampliamente debatida por Nelly Richards en su ensayo “Latinoamérica y la postmodernidad: La crisis de los originales y la revancha de la copia”. A estos tres grandes escritores les une el estilo barroco que cultivaron – el punto de referencia ibérico en su calidad genesíaca –, pero ‘desde’ y ‘hacia’ marcadas perspectivas sumamente impares.      

Es innegable que el antecedente histórico-literario de Sor Juana y Lezama resida en Góngora, así como es justo aclarar que los tres escritores se diferencian entre sí por las singularidades de sus obras. En el caso de Lezama, un acercamiento de eclécticas aristas colmadas de cuestionamientos parodia y pone en tela de juicio estilos y valores tradicionales hegemónicos para trazar horizontes que trascienden  cualquier paralelo con la creación de sus predecesores.

lunes, 5 de agosto de 2013

Dalí, por todo lo grande

“Santiago el Grande” (1957), óleo sobre lienzo, exposición permanente en Beaverbrook Art Gallery en Fredericton, New Brunswick, Canadá.
Por Leonardo Venta

Localizado en el azuloso litoral del centro de San Petersburg, a sólo 30 minutos de la floridana Tampa, el nuevo museo de tres plantas que alberga las obras de Salvador Dalí va para tres años que reabrió sus puertas al público.

La arquitectura de la nueva morada dalisiana, por el monto de 30 millones de dólares, en conexión con el carácter surrealista de gran parte de las obras del excéntrico artista, funde lo clásico con lo ilusorio, lo minucioso con lo exuberante, lo palmario con lo onírico.



A excepción de las colecciones que se encuentran en España, la de este estadounidense centro es la más extensa en obras originales del artista nacido en Figueras, municipio perteneciente a la provincia de Girona, en Cataluña. Incluye 96 pinturas al óleo y un extenso inventario de acuarelas, dibujos, grabados, fotografías, esculturas, objetos de arte de su creación, así como un amplio archivo de documentos.

La rutilante tecnología del siglo XXI, fundamentada en el análisis computacional y la digitalización, ha conseguido recrear novedosas geometrías geodésicas que ofrecen la ilusión del fluido de los líquidos de la naturaleza en estructuras sumamente vigorosas que particularizan el nuevo alojamiento para las criaturas de uno de los máximos exponentes del movimiento surrealista.



El museo consta además de una escalera en espiral, que comunica la planta baja y el tercer piso, inspirada en la fascinación de Dalí por el ADN. La singular acumulación de peldaños, en forma de resorte tensionado, se suspende desafiantemente en una curva que infunde plácido dalisiano vértigo. El gusto por las simetrías y la sucesión de números Fibonacci, en la que cada término es igual a la suma de los dos que le preceden, complementan esta maravilla arquitectónica, digna de la magia del gran artista catalán.



A la colección, valorada en alrededor de 500 millones de dólares, se le han sumado hasta el mes de octubre “Santiago el Grande” (1957), una de las composiciones más impresionantes de Dalí, acompañada por otras dos pinturas del artista – “La Turbie - Sir James Dunn, sentado” (1949), y “Fantasía Ecuestre: Retrato de Lady Dunn” (1954) – pertenecientes a la llamada vanguardia histórica. Las obras son préstamos de la galería de arte Beaverbrook en Fredericton, New Brunswick, Canadá.

A finales de la década de los cincuenta, Dalí incursionó en un nuevo movimiento, el expresionismo abstracto, en piezas como “Velázquez pintando a la infanta Margarita, rodeada de las luces y las sombras de su propia gloria” (1958) o “El siervo de los discípulos de Emaús” (1960). Pertenecen también a esa época, sus dos monumentales cuadros históricos: “Santiago el Grande” y “El sueño de Cristóbal Colón”. La superficie de “Santiago el Grande” armoniza perfectamente con el epíteto que califica al Apóstol. Con sus 13 pies de altura, solo es superado (ligeramente) en dimensión por el hermosísimo óleo sobre lienzo “El sueño de Cristóbal Colón", parte de la colección permanente del museo, y, a su vez, el cuadro de mayor dimensión realizado por el artífice catalán.

“El descubrimiento de América por Cristóbal Colón (El sueño de Cristóbal Colón)", óleo sobre lienzo 410 x 284 cm. de Salvador Dalí, 1958-59. Museo Salvador Dalí, St. Petersburg, Florida, Estados Unidos.


En “Santiago el Grande” – que representa a Santiago de Compostela, el santo patrón de España – el siervo de Dios emerge del mar sobre su caballo blanco en enérgico ascenso hacia una esfera gloriosa. El artista reveló que había experimentado mientras lo pintaba “un escalofrío existencialista: el escalofrío de la unidad de la patria”. Dalí logra en la representación hiperrealista del equino –cuya recia cabeza contrasta con sus pies y cuerpo nebuloso– causar la impresión de proyectarse en un salto desde el lienzo.



Otro de los aspectos relevantes de “Santiago el Grande” es la manera sorprendente cómo su fondo azul-celosía se asemeja al atrio de cristal del Museo Dalí. Una joya arquitectónica en sí, el museo está recubierto por un resistente vidrio triangulado del mismo color que sugiere el contraste entre la consciencia dalisiana y el mundo exterior. El fondo del cuadro es una representación directa de la decoración de una iglesia del siglo XIII de los Jacobinos en Toulouse, Francia, punto de parada en el peregrinaje cristiano del medieval “Camino de Santiago”, rumbo a la tumba del venerado Apóstol. Según el periodista y escritor Antonio Olano, amigo de Dalí, la pintura propone un retorno del pintor a la devoción católica. Al mismo tiempo, exalta la cultura y la religión de España mediante un enfoque místico.

En cuanto a los dos otros préstamos provenientes de la galería de arte Beaverbrook – los retratos de Sir James Hamet Dunn y Lady Dun, ambos amigos de Dalí –, el primero aparece sentado con las piernas cruzadas y descalzo, arropado en una toga oro satinada para subrayar su presunto parecido a  César Augusto, tras cuya muerte el nombre de Augusto sería utilizado como título por los siguientes emperadores romanos.

“La Turbie - Sir James Dunn, sentado” (1949)

En tanto, la imagen de Lady Dunn se ofrece noblemente sentada sobre un caballo palomino con un halcón posado sobre su brazo enguantado. Aunque el naturalismo de la obra es impresionante, se respira un cierto aire lúdico en la misma, mediante la presencia de diminutos animales casi imperceptibles que acentúan una atmósfera de cuento de hadas.

“Fantasía Ecuestre: Retrato de Lady Dunn” (1954)

Para los interesados en la historia detrás de “Santiago el Grande”, el museo ofrece el documental “The Way of Saint James (El camino de Santiago)”, del realizador Manuele Mandolesi, en un recorrido por el peregrinaje de la antigua ruta de los Pirineos a la famosa ermita de Santiago de Compostela, donde descansan los restos del venerado Apóstol, a través de la experiencia de varios peregrinos iluminados por el albor de tan excepcional experiencia espiritual.