Ernesto Lecuona (izq), junto a César Gonzmart, dueño del restaurante Columbia. Foto cortesía del restaurante Columbia (1950). |
Por Leonardo Venta
Bajo la batuta de
uno de los dos ganadores del III Premio Internacional Eduardo Mata 2007, Damon
Gupton, y patrocinado por el centenario restaurante Columbia, la Orquesta de la
Florida (TFO, por sus siglas en inglés) ofreció el miércoles 16 de octubre de
2013 un concierto especial titulado "Fiesta en Tampa”.
La velada,
programada dentro del marco de las celebraciones del Mes de la Herencia
Hispana, honró la música del gran compositor y pianista cubano Ernesto Lecuona
(1896-1963). Richard Gonzmart, presidente del restaurante Columbia, abrió el
concierto con emotivas palabras: "Mi padre [César Gonzmart] era el
violinista concertino de la Orquesta Sinfónica de La Habana, bajo la dirección
de Ernesto Lecuona en 1945, cuando conoció a mi madre [Adela Hernández], que
recientemente se había graduado de Juilliard y estaba de gira como artista
invitada con la Orquesta Sinfónica de La Habana. Se casaron en 1946 y el resto
es historia. Yo nací escuchando la música de este gran compositor. Si no fuera
por el Maestro Lecuona, no estaría aquí hoy".
Partituras de
Lecuona, Heitor Villa-Lobos, Georges Bizet, Manuel de Falla, Emmanuel Chabrier
y Arturo Márquez se escucharon en la Sala Carol Morsani, la más espaciosa del
Straz Center de Tampa. El programa,a su vez, contó con la actuación de la
bailarina española Carolina Esparza, que ha actuado como figura principal de la
compañía “Sombras Flamencas”, así como con su propia agrupación danzaria
“Candela Flamenco Dance Company”. El homenaje, lleno de emociones, ofreció
además un documental fílmico biográfico del aclamado compositor, el cual
abandonó Cuba el 6 de enero de 1960 para establecerse en Tampa. Murió en 1963
en Santa Cruz de Tenerife, adonde viajó para rastrear el aliento natal que
diera vida a su padre: el periodista Ernesto Lecuona Ramos.
La Orquesta
inició el concierto con “Andalucía”, “Gitanerías” y la muy apludida
“Malagueña”, tres de las seis piezas de la “Suite Española” (1919) de Lecuona,
A continuación, los oídos de la audiencia se deleitaron con la exótica dulzura
de las “Bachianas Brasileiras núm. 5” - la más famosa del ciclo de nueve
compuesta por el compositor brasileño Heitor Villa-Lobos para soprano y ocho
violonchelos –. Aunque esta ocasión no contaron con el servicio de los
violenchos ni de la voz más aguda de las voces humanas. Creadas entre 1930 y
1945, las Bachianas son nombradas de esa forma debido a que Villa-Lobos quiso
fusionar en ellas el folclore carioca con el estilo del compositor barroco
alemán Johann Sebastian Bach, a quien admiraba hondamente.
Luego, la
destacada agrupación floridana interpretó selecciones de la ópera “Carmen” de
Georges Bizet, tan asociado al apellido Alonso para aquellos que admiramos el
arte de las puntas, incluyendo "Aragonaise", de la Suite núm. 1; así
como "Habanera" y "Danse Bohème", de la Suite núm. 2. Antes
de la llegada del coqueto intermezzo, “La danza española núm. 1” de la ópera
“La vida breve” de Manuel de Falla – apasionante fusión de estilos flamencos y
variados perfiles melódicos y rítmicos –, cobró movimiento y forma en la
cadencia danzaria de Carolina Esparza, acompañada de Jennifer Tellone y Gelsy
Torres, en un 'paso a tres' sin muchas variaciones coreográficas.
Terminado el
acostumbrado ritual de vestíbulo de teatro, con el tintinear de luces
convocándonos nuevamente a nuestra íntima cita con la música, desde la radiante
penumbra de nuestras acechantes melifluas butacas, gustamos de la rapsodia para
orquesta “España”, compuesta por un francés de estilo y armonías poco
convencionales: Emmanuel Chabrier (1841-1894), para dar paso al genio gaditano
de Falla, esta vez mediante “La danza del Molinero” de la ópera “El sombrero de
tres picos” – en una doble seducción a nuestros sentidos visuales y auditivos,
a través del vivificante colorido orquestal de TFO y la exuberante entrega
danzaria de Carolina Esparza, quien esta vez nos inmergió indubitablemente en
el arrebatador espíritu del folclore español desperezado en el impresionismo
heredado por Falla de compositores franceses como Claude Debussy y Maurice
Ravel.
De Europa, nos
trasladamos otra vez a la efusión sinfónica cubana, fundida al legado africano,
español y a contenidas exiguas y cuestionadas espiraciones amerindias. De los
exitosos recitales de Lecuona en París, en 1928, donde interpretó selecciones
de su primera colección de danzas cubanas, dijo Maurice Ravel, uno de los
maestros modernos de la orquestación: “Esto es más que tocar el piano”. Se
publicaron dos colecciones más de danzas de Lecuona en 1929 y 1930, la última
fue denominada danzas afrocubanas. De esta serie, “Danza lucumí”, la cual se
popularizó en Estados Unidos como “From One Love to Another (De un amor a
otro)”, fue interpretada por la Orquesta de la Florida en la segunda mitad del
concierto. Le siguió “La comparsa”, para muchos, una de las danzas que mejor
define la cubanía, compuesta por un Lecuona de sólo 17 años de edad. El
escritor e intelectual Jorge Mañach la definió como la “lejanía que se va
haciendo poco a poco presencia, que tiene un momento de auge frenético y vuelve
a perderse luego en melancólico disminuendo”, para catalogarla como “una de las
composiciones de Lecuona en que la inspiración negra es más evidente, pero sin
que se sobreponga al matiz criollo, a ciertas nostalgias de otras cosas que no
son la selva pura y que están metidas en nuestra alma con no menos raigambre:
la tristeza siboney y la alegría blanca”.
Finalmente, la
Orquesta de la Florida interpretó el delicioso “Danzón No. 2” del compositor
mexicano Arturo Márquez, en el que el clarinete establecía un diálogo henchido
de sabor cubano con el resto de los instrumentos solistas. No tuvimos que
suspirar por el siempre ansiado estimulante ‘encore’, para luego deslizarnos
con musicalidad en fuga por lo corredores del teatro rumbo a la rutinaria
cotidianidad de una ciudad que acogiera, en sus últimos años de vida, al genio
musical cubano que compuso más de 176 piezas solamente para piano, 37 obras
para orquesta (entre ella tres para piano y orquesta), 406 canciones, muchas de
las cuales han sobrevivido el embate del tiempo, así como notables operetas,
ballets, zarzuelas, revistas y óperas.
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