sábado, 7 de diciembre de 2013

La breve vida infeliz de Reynaldo Arenas

 

Por Guillermo Cabrera Infante

El País. martes 5 de septiembre de 2000 - Nº 1586



Decir que Reynaldo Arenas atravesó como un cometa la literatura cubana y no decir que fue un bólido salido del infierno es mentir a medias. Reynaldo (como le gustaba que escribieran su nombre y al acortarlo la amistad lo convertía en rey) empezó como un revolucionario y terminó como lo que siempre fue, un rebelde con varias causas. Antes que anochezca: "Tres pasiones rigieron la vida y la muerte de Reynaldo Arenas: la literatura no como juego, sino como fuego que consume; el sexo pasivo y la política activa". Pero no era suficiente. Seguí: "De las tres, la pasión dominante era, es evidente, el sexo. No sólo en su vida sino en su obra". Su vida sexual comenzó comiendo tierra, que ya Freud señalaba como una actividad sustitutiva del sexo por la coprofagia. Por supuesto Freud no podía saber que la pobreza, además del sexo, condenaba al niño Rey a comer tierra. Pero el adolescente subía a veces del suelo de tierra roja a los verdes árboles, donde era un rey aéreo por unas horas en su trono vegetal.

Reynaldo Arenas había nacido en Aguas Claras, no lejos de Gibara donde nací. Aguas Claras había sido una última estación del tren Gibara-Holguín en los años treinta. Pero cuando nació Arenas, que por su apellido podía haber comido arena, en las playas de Gibara, la parada del tren que venía de la costa había desaparecido, no llevada por el viento de la pobreza, sino por el huracán de la miseria. Sus futuras biografías dijeron luego que había nacido en Holguín. Aguas Claras era una aldea graciosa que pasaba rauda por las ventanillas del tren, pero Holguín era un pueblo sin gracia que quería ser una ciudad espléndida. Pero más espléndido fue Reynaldo por un tiempo.

Bajando de los árboles, apenas aprendió a escribir, tatuaba poemas con un cuchillo en el tronco de cada árbol. Un bolero temprano parece describir esta acción: "En el tronco de un árbol una niña / grabó su nombre henchida de placer. / Y el árbol / conmovido allá en su seno / a la niña una flor dejó caer". Ya Reynaldo era mirado por su abuelo como un niño raro, que grababa en el tronco de un árbol su nombre a medias. El abuelo, poseído de un furor extraño, cortaba con un hacha los troncos. Pero Reynaldo proseguía (perseguía la poesía de los nombres) su tarea de tallar Rey en los árboles.

Todo lo que cuenta Arenas en su primer libro, su primera novela, Celestino antes del alba, que le ganó muy temprano un segundo premio literario cuando ya era evidente que debía ser el primero de la casta de los escritores Castrados. Arenas encontró otros árboles, otros libros para esconder sus poemas en prosa y escribió otra novela, El mundo alucinante. Si en Celestino se poblaba de hachas el relato, en El mundo proliferaban, alucinantes o no, las cadenas. Con esta segunda novela ganó un primer premio -en el extranjero y en un extranjero en su tierra se convirtió su autor-. Por haber enviado un manuscrito al exterior sin permiso de su tiránico abuelo, que había trocado las hachas por ojos ubicuos, fue condenado a padecer en su tierra, que ya no era la de Aguas Claras de la que comió, sino de La Habana, condena capital, donde se distinguió por dos condiciones humanas que el régimen, dueño de los árboles y las cadenas, escribía su nombre con hachas. Pero Reynaldo se hizo claro en lo oscuro entre los cuentos de las callejas habaneras: fue un homosexual evidente y un escritor vidente allí donde el autor veía oscuro por espejo claro. Y Reynaldo se convirtió en la loca epónima, como dos generaciones antes lo había sido Virgilio Piñera, maestro y mentor. Pero si Virgilio era contenido y sobrio (excepto cuando fumaba su cigarrillo perenne: entonces Marlene Dietrich se apoderaba de sus gestos, de su humor y de su humo) Reynaldo era expansivo y barroco de maneras cuando Virgilio nunca padeció del barroquismo lírico que Góngora contagiaba a Lezama. Virgilio era la facilidad cuando Lezama opinaba con Mallarmé que "sólo lo difícil valía la pena".

La dificultad de vivir bajo un régimen totalitario le valió a Reynaldo una pena de cárcel: sólo le ganó Virgilio en la cárcel por un día y el desprecio oficial toda su vida.

Pero Virgilio nunca tuvo la franqueza oral (en todos los sentidos) de su discípulo díscolo. Las memorias de Arenas hechas cine ahora por Julian Schnabel (pintor que se convirtió en director de cine importante con su Basquiat, biografía última/ íntima del pintor haitiano de Nueva York, artista del graffito -en italiano quiere decir rasguño- que abrió una gran herida en las paredes y en su vida) son de una escritura lacerante en la carne cruda entre indecente/ inocente. Como su vida. Basquiat, por ser la vida de un artista visual, encubre no la obscenidad marcada en las paredes, sino la biografía casi divina de un artista adolescente que lo único de que adolece es una vida descrita más que escrita: exactamente la vida de Arenas. En el libro de Arenas no sólo es obsceno el relato, sino la propia vida que la obscenidad le ha obligado a asumir: una vieja sociedad presentada como el único futuro posible le condenaba a ser un hombre nuevo. No a la medida de muy macho que preconizaba su autor, el súcubo siniestro del totalitarismo, sino de una existencia que sólo puede ser descrita como un juego de manos, de manos entre hombres que se identifican con las mujeres y otros hombres que se consideran más machos: como el pederasta activo que posee al pederasta pasivo es un supermacho porque, razona, fornica a otro hombre. No creo que esta dualidad es ahora dudosa porque Arenas no era Virgilio Piñera como tampoco fue Lezama. La categoría aquí, para futuro horror de Guevara (el otro Guevara, el heterosexual), era de veras no un hombre nuevo, sino un marica nuevo. Eso le permitió escapar a todas las redadas, sobrevivir en la miseria y salir de la cárcel castrista, donde la pederastia era hastía, sin haber tenido un sólo percance homosexual. Como su vida en la cárcel estaba hecha de lances homosexuales aunque, paradoja, Reynaldo se casó cuando su mentor Virgilio, como el otro Virgilio, nunca tuvo mujer. Pero la boda de Arenas fue un acto de bondad, casi de caridad hecha a una mujer con problemas, otros problemas. Otra paradoja, a la novela que es el sólo antecedente de Antes que anochezca (a Hombres sin mujer de Carlos Montenegro) sólo le concierne la vida sexual en la cárcel, casi como a Genet.

Pero Reynaldo va más allá de Montenegro porque habla del sexo en la cárcel (no precisamente el suyo), en libertad, en la ciudad, en el campo, en su niñez, en su vida adulta y su sexo se manifiesta entre niños, con muchachos, con adolescentes, con bestias de corral y de carga, con árboles, con sus troncos y sus frutos, comestibles o no, con el agua, con la lluvia, con los ríos y con el mar mismo. Su pansexualismo es siempre homosexual y ubicuo, pero al revés de Genet, lo trasciende una poesía verdadera que lo hace una versión cubana y campesina de un Walt Whitman de la prosa.

Esta pansexualidad permea sus memorias y la película de sus memorias, pero Schnabel no está interesado únicamente en la sexualidad de Arenas, a veces lastimosa, como con su vida de perro perseguido, apaleado y encerrado y obligado de nuevo a vivir en la fuga que no cesa. Ni siquiera amengua ésta cuando logra escaparse de Cuba mediante una triquiñuela que sería increíble (convertir su apellido en Arina en su carnet de identidad), si no fuera verdad. Como toda la película, que es una visualización de la novela de la vida de un miserable, como un oscuro Papillon (que quiere decir mariposa en francés) en Papillon, porque Reynaldo fue una mariposa nocturna, aunque también se escapó de una versión de la Isla del Diablo.

Schnabel usa toda la literatura del libro en diversos tableaux vivants (sin, por supuesto, las connotaciones sexuales) y a veces utiliza otras fuentes no literarias (como la entrevista que hizo a Arenas Jana Boková en Habana para la BBC de Londres) para filmarlas de nuevo. Esta entrevista es uno de los momentos emocionantes del filme; gracias al encuadre y la fotografía en lo que es casi una copia no de la vida real, sino de la versión de Boková y, sobre todo, del contexto que es el texto de la vida de Arenas. Uno siente finalmente una lástima que no viene de Arenas, que nunca se tuvo lástima, sino del espectador de una vida irreal.

El contenido de toda la película es La Habana (y unas pocas secuencias neoyorquinas), una Habana no reconstruida sino construida con los elementos dispares que conforman las diversas locaciones de México, que forman la vida de Reynaldo en una cárcel dentro de la cárcel. Se la ofrece, paradójicamente, la ciudad que fue un dominio encantado, cantado antes por sus dos mentores, ese dúo dudoso, Lezama y Virgilio. Para ellos, por ellos esta versión es una suerte de reivindicación de Arenas: él es el personaje central y el protagonista con un solo, formidable antagonista: el estado totalitario que ha conducido su vida por un laberinto existencial. Para lograrlo Schnabel escogió a un actor español, Javier Bardem. ¿Un error? Todo lo contrario: Bardem es el sostén de toda la película, desde que el personaje se embarca en una absurda aventura guerrillera en la que Reynaldo, como una prefiguración, huye de su casa, de su madre y del hombre para encontrarse por primera vez con su destino. En el que habrá más fugas, más realizaciones de proyectos absurdos y más hambre -y, lo que es más decisivo, así se inicia la persecución de Arenas por toda la geografía cubana y por entre el plano general de La Habana.

Hay que hacer párrafo aparte para la actuación de Bardem, que es un prodigio a la vez de mimetismo y de creación. Bardem, un evidente heterosexual en la vida, recrea a Reynaldo con todos los manerismos de Arenas y todo lo ve a través de su mirada lánguida y desmayada y sus gestos que evocan a un Piñera más joven, más aventurero y finalmente más valiente y definen la pasividad del personaje a la vez que con sus brazos confina el límite de su heroísmo al caer (facilis decensus Averni) y al recobrarse de ese Averno para revivir en el invierno de Nueva York con la alegría de quien ve caer la nieve por primera vez, hasta que se hunde en el infierno del sida.

Hay otros momentos de actuación que son la revelación de un actor desconocido o solamente conocido hasta ahora no como actor. Me refiero a Manuel González, que hace una creación a la vez cómica y altruista de Lezama Lima, aquí con todas sus libras y señales. Es lástima que Héctor Babenco intente ser un Piñera que nunca es Virgilio. Pero con Bardem nos basta.

Before night falls será una película en competición en el Festival de Venecia. Si hay justicia en el Lido (y a veces la hay pero otras no la hay, ay) Javier Bardem será, por haber sido Reynaldo Arenas por dos horas, premiado por una actuación maestra y una aparición segura en el roster de los nuevos actores del cine. Ya lo era en el cine español. Desde ahora lo será en todas partes. Sobre todo si se sabe que comparte reparto con dos de los grandes actores del Hollywood del momento: Johnny Depp y Sean Penn en sucesivos y maestros camafeos.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid

digital@elpais.es | publicidad@elpais.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario