viernes, 9 de agosto de 2013

La gran triada barroca: Góngora, Sor Juana y Lezama




“Si la obra de Lezama Lima pudiera perpetrarse gráficamente sería René Portocarrero, su contemporáneo pintor cubano, el que simultaneare su misma trayectoria”. Eloisa Lezama Lima


Por Leonardo Venta

El cordobés Luis de Góngora – el poeta representativo del barroco europeo en castellano, lo que se ha dado en llamar culteranismo o gongorismo, autor de retadoras obras al entendimiento – es adalid de un lenguaje refinadísimo, colmado de atrevidas metáforas, cultismos (neologismos) greco-latinos, algunos de los cuales se reiteran sistemáticamente –, así como enarbola, cual antípoda estético torbellino, una sintaxis torcida, con alteración del orden normal de la colocación de las palabras, a la usanza del latín en las cláusulas. A su vez, emplea un léxico desmedido que se distancia categóricamente de la norma para explayar una riqueza que coquetea apetitosamente con el color, la luz, el sonido, el tacto, el olor; además de valerse de gran número de referencias mitológicas, asociadas a un simbolismo y hermetismo, que lo hace casi inaccesible, originando, por ende, juicios que califican o niegan su estilo de contraproducente y banal.

Marcelino Menéndez Pelayo acusó a Góngora de haberse “atrevido á escribir un poema entero (las Soledades), sin asunto, sin poesía interior, sin afectos, sin ideas, una apariencia ó sombra de poema, enteramente privado de alma”. No obstante, los simbolistas del siglo XIX, especialmente Verlaine, redimieron la reputación del cordobés como escritor. En tanto, en 1927, en el tercer centenario de la celebración de la muerte de Góngora, sale a luz una prosificación de las Soledades –  preparada por el poeta, crítico literario y filólogo español Dámaso Alonso – que rescata el valor del relegado e incomprendido escritor culterano.

 “El culto a Góngora lo trae a España Rubén Darío, y él lo aprende en el simbolismo francés. Es curioso, y hasta cómico. El entusiasmo de Verlaine por Góngora no pasa de ser una intuición: Verlaine ama a Góngora, a quien no conoce, no puede conocer, porque es un poeta maldito”, afirma Dámaso Alonso. A su vez, uno de los pioneros en revalorizar a Góngora en Europa fue Lucien-Paul Thomas con Études sur Góngora et gongorisme considéré dans leur rapports avec le marinisme, publicado en Bruselas, Bélgica, en 1910.
Como resultado a las extravagancias gongorinas, para referirse al oscuro poeta, es célebre la frase del humanista Francisco de Cascales: “convertido de ángel de luz en ángel de tinieblas”.  Las particularidades estilísticas que Góngora ha iluminado o ensombrecido con el apellido que bautiza su pluma, son prototipos de una escritura elitista, rechazada no sólo por el lector común sino incluso por lo más selecto de la intelectualidad de sus días, entre ellos su acérrimo enemigo Marcelino Menéndez y Pelayo.
 Existen puntos de contacto entre el gran escritor cordobés y el no menos destacado escritor habanero José Lezama Lima. Aunque es cierto que la poesía de Góngora y la de Lezama, padecen o disfrutan de una gran obsesión por lo estético y sensorial del lenguaje, pertenecen a épocas distantes y responden a poéticas y contextos diferentes. El hermetismo, ceñido a la complejidad formal que entenebra la lectura de sus obras, explica en parte la razón por la cual tanto Lezama como Sor Juana Inés de la Cruz han sido asociados con Góngora (el arquetipo) .
Si bien, Eloísa Lezama Lima niega la existencia de pronunciados lazos entre Góngora y Lezama, apoyándose precisamente en declaraciones de su propio hermano: “Ha negado Lezama Lima que Góngora y él hayan trabajado en la misma dirección; y con énfasis insiste en que él trata de hacer claras las cosas oscuras y que Góngora tornó oscuras las cosas claras”.

Otra fuente que refuta una honda presencia gongorina en Lezama, aunque titubea al plasmarlo, cuando emplea la expresión “pero a veces”, es Fina García Marruz: “[…] le suponen al poeta [Lezama] un gongorismo del que está más lejos de lo que parece. Góngora elabora cosas de suyo sencillas…el famoso ‘cuadrado pino’ en vez de mesa, la simple fábula que hay detrás de las alambicadas Soledades. Nuestro poeta [Lezama] habla de cosas oscuras de un modo claro. Su ‘oscuro’ es el de lo real, no el del arte. Pero a veces, sin duda, ‘se deja’ también cierto gustoso gongorismo, homenaje de buen lector, aprendizaje de buen artesano”.
De juicios como el de García Marruz y Eloisa Lezama Lima, que no constituyen casos aislados, en cuanto a las numerosas analogías establecidas entre el habanero y el cordobés, se desprende un cierto interés en resaltar las virtudes literarias de Lezama sobre las de Góngora, en consciente o indeliberada parcialidad.

Algo similar leemos en comentarios de ciertos sorjuanistas, quienes, impelidos a establecer cotejos entre el escritor español y la Décima Musa de México, especialmente entre las Soledades y Primero Sueño, sugieren que la mexicana sobrepasa a su antecesor, al menos en la profundidad temática. Octavio Paz, devoto de la moja jerónima pero distanciado del reducido nucleo sorjuanista por razones que no he de conjeturar aquí, afirma en su célebre Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la fe: “Góngora: transfiguración verbal de la realidad que perciben los sentidos; sor Juana: discurso sobre una realidad vista no por lo sentidos sino por el alma”. 
Tanto la obra de sor Juana (precedente asombroso a nuestra época) como la del neobarroco Lezama, en su calidad de americanos, en colación con la del peninsular don Luis, nos remiten a la simulación y venganza de la copia, temática ampliamente debatida por Nelly Richards en su ensayo “Latinoamérica y la postmodernidad: La crisis de los originales y la revancha de la copia”. A estos tres grandes escritores les une el estilo barroco que cultivaron – el punto de referencia ibérico en su calidad genesíaca –, pero ‘desde’ y ‘hacia’ marcadas perspectivas sumamente impares.      

Es innegable que el antecedente histórico-literario de Sor Juana y Lezama resida en Góngora, así como es justo aclarar que los tres escritores se diferencian entre sí por las singularidades de sus obras. En el caso de Lezama, un acercamiento de eclécticas aristas colmadas de cuestionamientos parodia y pone en tela de juicio estilos y valores tradicionales hegemónicos para trazar horizontes que trascienden  cualquier paralelo con la creación de sus predecesores.

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