"El Beso", del escultor francés Auguste Rodin, representa
a Paolo y Francesca, dos amantes que aparecen en la Divina Comedia, de Dante
Alighieri, condenados al segundo círculo del Infierno
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Por Leonardo Venta
Esa fuerte
inclinación emocional hacia otra persona, grupos de personas u objetos –a la
que llamamos amor–, esencial para la felicidad, es, junto a la muerte, una de las
grandes inquietudes que agitan al ente racional. A pesar de constituir un
sentimiento universal, resulta difícil precisarlo. Su naturaleza subjetiva así
lo determina.
El diccionario, entre
sus variadas acepciones, lo define como “el sentimiento intenso del ser humano
que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y
unión con otro ser”.
Según Platón, el amor
es regido por dos principios: “el deseo intuitivo del placer” y “el deleite
reflexivo del bien”. Aristóteles, por su parte, lo determina acompañado de
placer y dolor. El amor implica felicidad para unos y desventura para otros, o
una mixtura de ambos estados de espíritu.
En Tratados en La Habana, José Lezama Lima
expresa: "Busca el amante las virtudes coincidentes, sutiles interregnos
donde sea necesario la compañía y todos los afortunados antídotos de la
soledad", refiriéndose a ese aislamiento intestino que en parte le tocó vivir, y que en misiva a su hermana Eloisa confiesa: "Yo me voy quedando
solo, como una araña en el centro de su tela".
Convertido en un libro,
De profundis, la extensa carta que Oscar Wilde le escribiera desde la cárcel de
Reading a su amante lord Alfred Douglas, refleja la estrecha relación entre el
amor difícil de nombrar y el dolor: "Quisiste que yo te enseñara el placer
de vivir y el placer del arte; tal vez esté yo llamado a enseñarte una cosa
mucho más hermosa: el valor y la belleza del dolor".
Existen diferentes
tipos de amor. ¿Amor desquiciado? La historia recoge cómo la Reina Juana I de
Castilla (la Loca) enloqueció de amor y celos hacia su marido Felipe I el
Hermoso. Del mismo modo hay amores prohibidos. La historia de Paolo y
Francesca, inmortalizada en la Divina
Comedia, de Dante Alighieri, es un conmovedor ejemplo del mismo.
La literatura
registra huellas de amor no correspondido. Garcilaso de la Vega, a pesar de sufrir
el rechazo de Isabel de Freyre, perpetúa su amor hacia ella en varios de los
más bellos poemas escritos en lengua castellana. "Yo no nací sino para
quereros; / mi alma os ha cortado a su medida; / por hábito del alma misma os
quiero.// Cuanto tengo confieso yo deberos; / por vos nací, por vos tengo la
vida, /por vos he de morir y por vos muero", leemos en su "Soneto
V".
El amor puede
transmutarse en odio. La desconfianza puede cobrar matices oscuros hasta el
punto del homicidio. El Otelo de Shakespeare asesina a la Desdémona que cree
infiel. Ahora bien, no todos
los amores desatan tormentas pasionales. Hay amores tan etéreos que extasían de
sólo vislumbrarlos, como el de San Juan de la Cruz por su Creador:
"Quedéme y olbidéme / el rostro recliné sobre el amado [Dios]; /cessó
todo, y dexéme /dexando mi cuydado / entre las açucenas olbidado".
Por otra parte, ¡cuán
sublime es el amor a la patria! Martí, Bolívar, Sucre, Madero, San Martín,
O'Higgins, sobrepusieron el amor patrio a los otros. En su drama en verso, Abdala, el Apóstol de los cubanos
expresa:"El amor, madre, a la patria / no es el amor ridículo a la tierra
/ ni a la hierba que pisan nuestras plantas. / Es el odio invencible a quien la
oprime, / es el rencor eterno a quien la ataca".
Es imposible abarcar
el tema del amor, sin referirnos al término ‘madre’, su más digno equivalente.
El Santo de Asís, quien se quejaba frecuentemente de que "el amor no era
amado", exhortaba a sus discípulos a amarse unos a otros con amor de
madre; para él, el más parecido al divino.
El amor, según San Pablo, “es paciente, es servicial; no es envidioso,
no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio
interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la
injusticia, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree,
todo lo espera, todo lo soporta”. ¡Acojámoslo y prodiguémoslo, pues, con
frecuentado regocijo!