"Retrato de Benito Pérez Galdós", carboncillo
sobre papel del artista Ramón Casas, Museo Nacional de Arte de Cataluña (1903)
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Por Leonardo Venta
En 1876, a los 33 años de edad, Benito
Pérez Galdós escribe Doña Perfecta. La retrógrada aldea de Orbajosa, de sólo 7
mil habitantes, "pueblo enano y por eso soberbio", es donde se
desarrolla la trama de esta novela en que la protagonista, una viuda hondamente
religiosa, acuerda con su hermano, residente en Madrid, casar a su hija Rosario
con su sobrino Pepe, al que invita a su casa.
"¡Cómo abundan los nombres
poéticos en estos sitios feos!", apunta Pepe Rey para referirse a
Valleameno, Villarica, Valdeflores, parajes de
Orbajosa, lugar donde nunca ocurre nada y la devastación, la pobreza y
el desamparo pululan.
Doña Perfecta, pilar ideológico de
la obra, representa a una España oscurantista; en tanto, el ingeniero Pepe Rey
es prototipo del progreso, el espíritu ilustrado y tolerante. De esta manera, la
pieza narrativa denuncia la maldad que subyace en la intransigencia religiosa,
así como aborda la pugna entre progreso y tradición.
No hay una significativa complejidad
en los personajes. Estamos ante una novela de tesis, en que la intención del
autor excede la acción de la obra; por ende, la minuciosidad psicológica pudiera
antojársenos exigua, aunque discrepo sobre dicha insuficiencia. Los caracteres
son mayormente rígidos, con excepción de Pepe Rey, María Remedios, sobrina del
canónigo, y Rosario, la hija de doña Perfecta. Por su parte, el personaje epónimo
no supera su propia neurosis, intolerancia religiosa, autoritarismo moral e
hipocresía.
Pérez Galdós se apoya en el
Positivismo comtiano, que advierte en la actividad científica práctica la única
vía para establecer y consolidar el poder del hombre sobre la naturaleza, estableciendo
un contraste entre la España progresista y la conservadora, la urbana y la
rural. Tanto en Doña Perfecta como en Marianela, nuestro maestro de la
novelística manifiesta su identificación con el Positivismo a través de los
personajes de Pepe Rey, ingeniero, y Teodoro Golfín, galeno.
De estilo fluido, opuesto a los
afeites románticos, esta gema realista emplea la ironía, no sólo mediante hermosos
calificativos para designar desapacibles lugares, como el "Cerrillo de los
Lirios" –donde sólo hay piedras y hierba descolorida–, el aspecto antitético
de los nombres que distinguen a doña Perfecta, don Inocencio y Licurgo, los
cuales lejos de indicar perfección, inocencia e inteligencia sugieren imperfección,
malicia y torpeza, así como también mediante un duelo de fuerzas discordantes y
misteriosas en el devenir de los protagonistas.
Los contrastes entre la oscuridad y
la luz, el amor y la muerte, el bien y el mal, develan al lector sagaz el odio que
puede esconderse tras una máscara de perfección y piedad. Aunque la obra es anticlerical
no es antirreligiosa, ya que no cuestiona los dogmas de la Iglesia sino su omnímodo
perjuicio en los sectores políticos y sociales de la sociedad española de esa
época. “El clero tiene todavía grandísimo poder”, afirmó el escritor canario en
1885.
Doña Perfecta en lugar de amar odia,
la imagen pública que proyecta desaviene con su verdadera forma de ser; su hija
Rosario, una dulce y débil criatura, pasa de un extremo a otro: de la luminosidad a las
tinieblas. La apacible relación con su autoritaria progenitora se entenebrece
paulatinamente. El obstáculo –la madre– para acercarse a la persona amada –Pepe
Rey– se yergue en objeto de su odio. Incluso, los cándidos orbajosenses ocultan una naturaleza codiciosa, violenta
y aborrecedora. El enjuto don Cayetano, erudito y bibliófilo de la región, se
refiere a sus coterráneos de la siguiente manera: "En todas las épocas de
nuestra historia, los orbajosenses se han distinguido por su hidalguía, por su
nobleza, por su valor, por su entendimiento (...) Pues sí, teólogos eminentes,
bravos guerreros, conquistadores, santos, obispos, poetas, políticos, toda
suerte de hombres esclarecidos florecieron en esta humilde tierra del ajo". Si
bien, sobre la experiencia de Pepe Rey, en el Casino, con los "varones
insignes", el hablante narrativo expresa: "Lo que principalmente
distinguía a los orbajosenses del Casino era un sentimiento de viva hostilidad
hacia todo lo que de fuera viniese. Y siempre que algún forastero de viso se
presentaba en las augustas salas, creíanle venido a poner en duda la
superioridad de la patria del ajo". La disposición del poder en Orbajosa
teme que el capitalino sobrino de doña Perfecta pueda desplazar a sus líderes
locales, si éste llegara a posesionarse de un lugar promisorio entre ellos.
La ancestral operación de propinar
golpes bajos con una fingida sonrisa, un gesto de aprobación, un estrechón de
manos, una cálida frase –tan presente en Doña Perfecta– sigue ejercitándose en
nuestros días, como si fuera parte de un estímulo incondicionado de nuestras más
intestinas propiedades trascendentales.
Hay quienes proyectan hostilidad hacia aquellos o aquellas –para no contrariar a las feministas– que no comparten sus arbitrios. Un observador genial, como es Benito Pérez Galdós, realista en su esencia, refleja la pugna social entre valores e intereses discordantes y sus consecuencias; he ahí –apoyado por todo un simbolismo de tácita duplicidad– donde radica la vigente universalidad de esta obra.
Hay quienes proyectan hostilidad hacia aquellos o aquellas –para no contrariar a las feministas– que no comparten sus arbitrios. Un observador genial, como es Benito Pérez Galdós, realista en su esencia, refleja la pugna social entre valores e intereses discordantes y sus consecuencias; he ahí –apoyado por todo un simbolismo de tácita duplicidad– donde radica la vigente universalidad de esta obra.
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