Por Leonardo Venta
Alonso Fernández
de Avellaneda es el seudónimo empleado por el autor de la continuación apócrifa
de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
Saavedra, publicada 9 años después, 1614, de la aparición del Quijote original
(1605), y cuya segunda parte estaba muy avanzada para esa fecha.
En el prólogo del latrocinio
literario, el autor, desconocido hasta nuestros días, se deleita en burlarse de
Cervantes. Lo califica de inmodesto e intenta obstaculizar la continuación de
la primera novela moderna de la literatura universal.
Así leemos en el hostil prefacio del
tal Avellaneda: “Conténtese [Cervantes] con su Galatea y comedias en prosa, que
eso son las más de sus Novelas: no nos canse”. Si bien, el Manco de Lepanto
publicó la continuación de su Quijote un año después del apócrifo, en una etapa
de penuria para él, realidad que descubrimos en la pródiga en elogios
‘Aprobación’ del libro realizada por el licenciado Márquez Torres: “Halléme obligado
a decir que era [Cervantes] viejo, soldado, hidalgo y pobre”.
Isaías Lerner en su estudio
“Quijote, Segunda parte: parodia e invención”, sugiere la necesidad en
Cervantes de legitimar la novela a través del auto examen, lo cual comprobamos
en los juicios emitidos sobre la misma por el personaje del bachiller Sansón
Carrasco en el capítulo III del Segundo libro: “–Eso no –respondió Sansón–,
porque es tan clara, que no hay cosa que dificultar en ella: los niños la
manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran
(…) la tal historia es del más gustoso y menos perjudicial entretenimiento que
hasta agora se haya visto, porque en toda ella no se descubre ni por semejas una
palabra deshonesta ni un pensamiento menos que católico”.
En el “Prólogo al lector” de la
Segunda parte del Quijote, Cervantes afirma: ¡Válame Dios, y con cuánta gana
debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo,
creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don
Quijote digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en
Tarragona!”.
Cervantes trata de ganarse el apoyo
del lector a raíz del conflicto ocasionado por el robo literario. “Pues en
verdad que no te he dar este contento; que puesto que los agravios despiertan
la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta
regla. Quisieras tú que lo diera del asno [tratara de asno], del mentecato y
del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su
pan se lo coma y allá se lo haya”, leemos en el susodicho prólogo.
En el capítulo 59 del Segundo libro,
Cervantes arremete contra el falso Quijote valiéndose de la censura de los
propios personajes de la novela: “– ¿Para qué quiere vuestra merced, señor don
Juan, que leamos estos disparates, si el que hubiere leído la primera parte de
don Quijote de la Mancha no es posible que pueda tener gusto en leer esta
segunda? Al referirse al libro, el Caballero de la Triste Figura afirma "que
yerra y se desvía de la verdad en lo más principal de la historia”.
El tema del odiado Avellaneda vuelve
a resurgir en el capítulo 70. Cervantes lo sitúa en el umbral del Infierno –en el preámbulo, quizá por considerar su calidad literaria indigna de
ocupar un lugar fijo en el mismo Averno–, alejando al autor de los juicios
emitidos, mediante el empleo de un narrador ambiguo: “Dijo un diablo a otro:
‘Mirad qué libro es ése’. Y el diablo le respondió: ‘Ésta es la Segunda parte
de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta por Cide Hamete, su
primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser natural de Tordesillas’”.
Sonreímos, inmediatamente, ante el ingenio cervantino, al leer: “Quitádmele de
ahí, –respondió el otro diablo– y metedle en los abismos del infierno, no le
vean más mis ojos”.
Otra alusión aparece en la última
cláusula del testamento de Alonso Quijano: “Iten, suplico a los dichos señores
mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen
que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las
hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente
ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos
y tan grandes disparates como en ella escribe, porque parto desta vida con
escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos”.
En tanto, el último largo párrafo de
la novela igualmente acomete contra el usurpador literario, al mismo tiempo que
pone en tela de juicio las historias de los libros de caballerías: “(…) a quien
advertirás [a Avellaneda], si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la
sepultura los cansados ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera
llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole
salir de la fuesa, donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo,
imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva: que para hacer burla de
tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan
a gusto y beneplácito de las gentes a cuyas noticias llegaron, así en éstos
como en los extraños reinos".
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