sábado, 23 de septiembre de 2017

A una mística aureola

Imagen de la dríade cuya mística aureola inspirara esta prosa poética

Por Leonardo Venta

              No entiendo nada…nada… ando oscuro, confundido, sin la lozanía de tu afecto… tendido sobre tu corazón en fuga.
            ¿Qué taladro ha perjurado lo indecible en mi garganta? Grito, gritos: rescátenla, devuélvanmela, al menos su sonrisa, el amplio cálido júbilo de su voz.
            Sabes, abuela bajó anoche con dulce pañuelo de lino para enjugar mis lágrimas. Me hizo probar su nostálgico dulzor. Me dijo que anhelaba peinar tus longos cabellos, suavemente, como cuando eras niña, y trenzar ese angustioso éxodo tuyo sin retorno. Me rogó que no te dejara esperando por el temor a un vuelo aéreo.
            Humedecí la frente de la octogenaria tía Concha con la emoción de tus labios, mientras la contemplaba embelesado en el lacrimoso afán de sentirla y hacértela cercana. Me preguntó por ti. ¿Le pasa algo?, musitó atemorizada, con premonitorio temblor en las manos; y yo, con monástica sonrisa, le dije que estabas muy bien.
            En este juego –en que he sido el duende más afligido; y tú, simbiótica dríade madre hermana–, he terminado llorando…un llanto amargo vallejiano que ofusca y ahoga. Tanta virtud de afectos se diluyó en el gesto glacial de esa despiadada homicida. ¡Maldita sea!
             A quién le podré hablar de Tonito –que le apasione tanto–, de los peloteros y voleibolistas cubanos… los bistés con perejil que preparaba Carila y aquellas memorias cercanamente lejanas de la abuela Dominga.
            Con quién podré platicar de Lezama, de Martí, de Carmen Martín Gaite y hasta de la mismísima Sor Juana. Te lloro a diario, con la misma urgente asiduidad con que te hablaba. Y no menciono tu nombre para que el vaho de mis palabras no empañe el balsámico esplendor que ahora desprende tu mística aureola.

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