martes, 25 de marzo de 2014

«El Mikado», una jocosa opereta con un mensaje universal

Por Leonardo Venta
(Publicado en el semanario La Prensa, en abril de 2008)


«El Mikado», título popular con el que se denominaba al emperador de Japón, es el nombre de la opereta cómica que acaba de presentar la compañía británica Carl Rosa el viernes 28 de marzo de 2008 en el Ruth Eckerd Hall de Clearwater.

Carl Rosa, con sede en Londres, despliega uno de los proyectos más prestigiosos y fascinantes de investigación histórica de las obras de Arthur Seymour Sullivan, célebre compositor británico por sus óperas cómicas escritas en colaboración con el libretista de la misma nacionalidad William Schwenck Gilbert.

Esta compañía de ópera, integrada por 65 músicos, cantantes y técnicos, es reconocida por realizar un trabajo que recrea fielmente el vestuario, los accesorios teatrales y las escenas de las producciones originales de Gilbert y Sullivan, creadas entre 1879 y 1885, cuyo clásico «Los Piratas de Penzance»  vimos interpretada recientemente, en su versión para danza clásica, por el Ballet de Orlando.

El Mikado, un implacable emperador japonés, ha decidido prohibir cualquier tipo de flirteo o galanteo entre los habitantes de Titipú, un pueblo imaginario. Los pobladores de Titipú se valen de ardides para evadir esta arbitraria ley, elevando al rango de Honorable Señor Verdugo – máxima autoridad local – al primero de los condenados a muerte; un pobre sastre llamado Ko-Ko (interpretado magistralmente por Fenton Gray).

Si Ko-Ko es el primer condenado; entonces, no podrá ejecutar a nadie sin antes ejecutarse a sí mismo. A su vez, Nanki-Poo, quien es hijo del cruel Mikado, escapa de un matrimonio arreglado con la anciana Katisha.

Disfrazado de trovador, Nanki-Poo llega a Titipú, para rescatar a la bella Yum-Yum del acoso del insidioso Ko-Ko. El drama se intensifica cuando el mismo emperador y la desairada Katisha llegan también al imaginario pueblo para escuchar que Ko-Ko ha ejecutado al heredero, una farsa inventada para preservarle a éste el puesto de honorable Señor Verdugo.

 La obra culmina con el clásico decimonónico final feliz. Nanki-Poo y Yum-Yum se casan. La trama de la obra, llena de colorido e hilarante picardía, a pesar de su aparente simpleza, denuncia el abuso de poder, la intolerancia, la corrupción y la doble moral, problemáticas actuales muy vigentes a nivel global. Por otra parte, proclama el carácter invencible y renovador del amor.

La puesta en escena contó con acertadas intervenciones vocales, excelente acompañamiento orquestal y una lograda recreación del ambiente oriental, a través del decorado, el maquillaje, el vestuario impresionante y las vistosas coreografías. La estrella de la noche fue, sin lugar a duda, Fenton Gray en el rol de Ko-Ko, quien recibió la ovación más cerrada al final de la función. El espectáculo, que duró alrededor de dos horas, además de aplausos, arrancó repetidas carcajadas de júbilo del público reunido en el Ruth Eckerd Hall.

sábado, 15 de marzo de 2014

Julián del Casal: la sublimidad de la rareza


"¿No veis en la frustración de Casal, en su sacrificio, el cumplimiento de un destino armonioso?".  Lezama Lima
Por Leonardo Venta

“…Por primera vez en la historia de nuestra sensibilidad, el poeta hace arrodillar, obliga a que se le crea”, José Lezama Lima [1941]

Si hay un poeta con quien plenamente me identifico es Julián del Casal (1863-93). Se le reconoce como un esteta aderezado en una especie de maldición baudeleriana. Expuesto prematuramente a la condena fatal de la tuberculosis, vivió su corta existencia – 30 años – en espera de la fina invisible inevitable estocada de la dama del nunca jamás. Su respiración literaria se movía al lánguido ritmo hesicástico del romanticismo, del gregario y pulcro parnasianismo, y del novedoso modernismo que iniciaran y cultivaran José Martí, Rubén Darío, José Asunción Silva y Manuel Gutiérrez Nájera.

Casal vivió inventándose en una exótica displicencia de agitada dolida serenidad, extravagante sagacidad, enfermizo subsistir, palpitar (homo) erótico, reverenciando los modelos estéticos de los poetas franceses de su época, en alas del ensoñador magín decimonónico parisino, que sólo pudo recrear en su habanera metafórica imaginación finisecular, a falta del tan suspirado viaje a la “ciudad de la luz”.

Las imágenes de su primer libro de poesías, Hojas al viento (1890), navegan los celajes románticos de José Zorrilla o la musicalidad amorosa de Gustavo Adolfo Bécquer, al mismo tiempo que fruncen el seño con el punzante desdén de un Heinrich Heine o la taciturna sensible perfección de Giacomo Leopardi en un venerado inexplorado éxodo al altar de Charles Baudelaire y Théophile Gautier.

Su segunda publicación, Nieve (1892), refrenda con su título el sello exótico de un escritor modernista, injertando la ilusoria imagen de los helados copos blancos en improcedente entorno caribeño. Su último poemario, Bustos y rimas (1893), libro póstumo, sentencia la madurez de un estilo impar en la literatura castellana – brumoso y límpido, osado e incorpóreo, opulentamente simbólico –, en que los sentidos articulan incontenibles sacudidas y desprenden delicada evasiva complacencia por las culturas exóticas en un viaje íntimo hacia la beldad sin centralizarse en descripciones de panoramas externos.

En 1885, escribe Francisco Chacón en la revista cubana El Fígaro, consideraba la mejor publicación de su tipo en América Latina, y fundada el 23 de julio del mismo año: “Casal no pertenece a esta época mercantilista hasta dejarla de sobra, es cosa en la cual no cabe un adarme de la duda. Si existiera la metempsicosis, aseguraría que Casal encarnó en el espíritu de algún romántico de mediados del siglo”. Luego afirma: “No se interesa por la política”, lo que lo singulariza en un momento histórico de tantos contrastes políticos en la isla.

La aparición de Hojas al viento, intensifica la concepción de rareza que estimula la poesía casaliana en los exámenes y juicios literarios, en discrepancia con el medio social en que vive. El escritor, crítico literario, periodista y orador Enrique José Varona, nos previene: “Julián del Casal tendría delante una brillante carrera de poeta; si no viviese en Cuba. Porque aquí se puede ser poeta, pero no vivir como poeta”. Manuel de la Cruz, en una crónica publicada en 1888 se refiere al “nerviosismo, la melancolía tenaz, el tinte de incertidumbre angustiosa que caracteriza las lucubraciones, y uno de sus casos típicos Casal”.

El escritor, periodista y traductor cubano Ricardo del Monte, dijo sobre el poeta maldito habanero: “así vivió Casal, en perpetua contradicción con su tierra Cuba, con la sociedad que lo rodeaba, con el medio ambiente moral, científico y literario de su época y hasta con su idioma nativo que hubiera trocado gustosamente por el de Baudelaire y Huysmann”.

El insigne José Martí publicó a raíz de la muerte de Casal en el neoyorquino diario “Patria”, en 1893: “De la beldad vivía prendida su alma; del cristal tallado y de la levedad japonesa; del color del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con ornamentos de plata labrada; y él, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme”.

El gran Darío nicaragüense – amigo del autor de "Virgen triste" – publica en La Habana Elegante el 17 de junio de 1894, rememorando su visita, junto a Casal y Enrique Hernández Miyares, al Cementerio Colón de La Habana, la manera en que el primero, “el único triste de todo el grupo, sólo se animó a su llegada a la necrópolis”, como hechizado por la morada permanente que le aguardaba. “Unos le llaman decadente, otros lamentan su originalidad […] Los Huysmann, los Verlaine, los Hellos, no tienen nada que ver con los Taines o los Gouyeau. Son artistas de excepción y, por lo tanto, no pueden ser pesados en las mismas romanas en que la crítica, sabia o docta, pesa el montón de carne humana que compone el inmenso rebaño de los hombres de letras, poesía y literatos. Y Casal, en nuestras letras españolas, es un ser exótico”, sostiene Darío.

Para el inmenso Cintio Vitier, “Martí encarna en nosotros las nupcias del espíritu con la realidad, con la naturaleza, y con la tierra misma, Julián del Casal… significa todo lo contrario”. De esta manera se reafirma la antitesis Casal-Martí: “al revés que en Martí, en Casal el mundo humano y el mundo natural se repelen”, añade Vitier. Casal no puede abandonar Cuba, la isla, que según algunos, desprecia; mientras Martí la venera desde el profundo océano en que se anega su crujiente ostracismo.

En el pródigo ensayo “Julián del Casal”, del Maestro José Lezama Lima,  aparecido en Analecta del Reloj, en 1941, leemos: “Hasta la llegada de Casal habíamos contemplado en nuestro siglo XIX, superficiales complementos, gratuitas recepciones poéticas, influencias porque sí y cómodas resonancias. Pero a fines de ese siglo se brinda con Casal una espléndida muestra de madurez poética. Casal tenía todos los antecedentes de sangre y de gusto para receptar a Baudelaire. Nuestra crítica – tan absurda y municipal para juzgar el hecho poético – se contentaba con presentarlo como un afrancesado más o cualquiera (...) A la deliciosa síntesis que ofrecía Baudelaire, Casal podía responder con una síntesis sanguínea igualmente deliciosa. Tenía ese vasto arsenal cuantitativo en el cual día a día el poeta esconde y distribuye. Sus contemporáneos sólo le distinguen cuando se disfraza con babuchas orientales o cuando adopta la vestimenta del eterno huérfano. Pero toda la vida previa y misteriosa de Casal, cuando se encuentra con Baudelaire, no lo abandona, y animado por éste, convierte la externa queja en invisible secreto. Secreto donde vida y poesía se resuelven”. 

jueves, 13 de marzo de 2014

Los Oscar 2014, un tributo a la "otredad"


El director Steve McQueen salta jubiloso ante miembros del reparto y la producción de "12 Years of a Slave (12 años de esclavitud)" en celebración al Oscar a la mejor película.

Por Leonardo Venta

En su 86 edición, la entrega de los Premios Oscar, concedidos por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood a los artistas, técnicos y películas más destacados del 2013, se celebró en el teatro Dolby de Los Angeles el pasado domingo, 2 de marzo de 2014, con el glamour acostumbrado.


Sin embargo, aparte del exuberante formulario ritual a que nos tiene acostumbrado el desfile de la alfombra roja, no todo fue fatua sensualidad en la celebración de la tan suspirada industria cinematográfica estadounidense.

La Academia activó potentes guiños dirigidos a las nada “blanquecinas” minorías, al otorgarle el magno lauro al filme histórico del director británico de raza negra Steve McQueen, “12 Years of a Slave (12 años de esclavitud)”, que aborda un tema tan oscuro como la autobiografía del esclavo Solomon Northup en las plantaciones de Louisiana, Estados Unidos, a mediados del siglo XIX.




La cinta, nominada en diez categorías, con Chiwetel Ejiofor y Michael Fassbender como protagonistas, se alzó además con el premio a la mejor actriz de reparto, Lupita Nyong'o, nacida en Ciudad de México, pero que vivió allí menos de un año antes de trasladarse a Kenya, la tierra de sus padres; y al mejor guión adaptado para el afroamericano John Ridley.




Fue edificante contemplar en la ceremonia de premiación a integrantes del reparto y la producción de “12 Years of a Slave”, blancos y negros, entre ellos Brad Pitt, celebrar entrañablemente fundidos el triunfo en una especie de reparación a un ominoso pasado que aún hoy arrastra sus solapados (o verticales) tentáculos en disímiles manifestaciones y rincones del planeta.




"Esta ha sido la alegría de mi vida", dijo Nyong'o, sin poder contener las lágrimas, mientras el público arropaba el pronunciadamente descubierto escote de su vestido azul claro de Prada con una sonriente ovación. Visiblemente conmovida, agregó que su felicidad había llegado a expensas de los sufrimientos de los esclavos en Estados Unidos y dedicó su estatuilla a todos los niños alrededor del mundo. "No importa de dónde seas, todos tus sueños son válidos", enfatizó el nuevo agraciado rostro de ébano hollywoodense.

Después de que Will Smith anunciara el Oscar a la mejor película, Brad Pitt – el primero en subir al escenario para recibir el premio más importante de la velada, y el único de su carrera después de tres nominaciones como actor y una como productor – pronunció breves palabras de agradecimiento para dar paso al director y productor Steve McQueen, el cual declaró: "Todos merecen no sólo sobrevivir, sino vivir", al tiempo que dedicaba el galardón “a todos los que han sufrido esclavitud y a los que aún la sufren".




Si bien, la película ganadora fue “12 Years of a Slave”, "Gravity (Gravedad)", del mexicano Alfonso Cuarón, sobre dos astronautas perdidos en el espacio, fue la que acaparó más estatuillas – siete –, entre ellas, una a la mejor dirección , que ubica a Cuarón como el primer latinoamericano, e hispanohablante, en ganar el Oscar en dicha categoría. ¿Debe celebrar México este triunfo como propio? Algunos no demuestran estar tan convencidos de que el éxito del cinesta azteca en la meca del cine represente un triunfo para México. Ciertos cineasta y cinéfilos mexicanos se quejan de que talentos nacionales prefieren o se ven precisados a trabajar para Hollywood, en películas rodadas en inglés, mientras subestiman o descuidan el castellano y el cine nacional.



Otra palmaria manifestación del cada vez mayor robustecimiento de la periferia en el mundo cultural actual, fue la intervención de una reconocida lesbiana, Ellen DeGeneres, en calidad de maestra de ceremonia de la presentación que llegó este año a televidentes de 225 países a través de la cadena ABC. Ellen, que ya lo habia hecho en 2007, es la primera persona abiertamente homosexual al frente de la animación de los Oscar.




A su vez, el Oscar al mejor actor de reparto – Jared Leto, por su interpretación de un transexual drogadicto enfermo de SIDA en “Dallas Buyers Club”– y el lauro al mejor actor protagónico masculino en la misma película – Matthew McConaughey, un promiscuo electricista homofóbico, que al contraer el SIDA en los años 80 se transforma en un activista por los derechos de personas afectadas por esa enfermedad, patentizan, independientemente de sus excelentes interpretaciones, un valiente tributo a la "otredad" oprimida en la lucha por conquistar sus derechos.