viernes, 16 de diciembre de 2011

Los 360 años de sor Juana (y V)


Por Leonardo Venta

En cuanto al arte dramático, Sor Juana Inés de la Cruz se vale del típico estilo de las obras de capa y espada, uno de los subgéneros del teatro clásico español del Siglo de Oro, pero, al decir de José Juan Arrom en su libro En el teatro de Hispanoamérica en la época colonial, “como el otro Juan de México, Alarcón, acepta en buena hora el plan general impuesto – la fórmula – y con mano de orfebre mexicano imprime el rasgo innovador en los detalles de la ejecución”.

Para aquilatar a la monja jerónima en su calidad de criolla, es necesario tener en cuenta la sociedad racial y culturalmente compleja en que vivió: el grueso de la población era india y mestiza, mientras los españoles constituían una minoría, pero poderosa. Los criollos compartían la misma religión y lengua que los ocupantes, pero lo europeo sellaba y controlaba la vida intelectual de lo novohispano.

Sor Juana era amiga de la corte virreinal, mas eso no la privó de expresarse y escribir como criolla, especialmente en las loas que preceden a sus autos sacramentales. En estos poemas dramáticos, destinados a ser cantados y representados en palacio, como ritual artístico propio del discurso oficial, la escritora mexicana inserta sus inquietudes patrióticas y femeniles, estas últimas ya analizadas en esta serie de escritos.

Se aprovecha de las ventajas que le concede el ser intelectual de primera línea, admirada por la corte, para insertar con cautela en su obra rasgos nacionalistas, que aunque no son relevantes en cuanto a monto de citas, constituyen una templada embrionaria expresión americana. “Por detrás de su orgullo nacional se esconde un reproche a la voracidad europea y al carácter discriminatorio del trato de los pueblos esclavos”, asegura el erudito mexicano Francisco López Cámara.

Podemos afirmar, con placido desenfado, como corolario de esta serie de cinco artículos, que en la vida y obra de Sor Juana Inés de la Cruz palpitaron una genuina identidad criolla e incipiente conciencia nacionalista, sumamente difícil de graduar con escrupulosa exactitud debido al estilo barroco que las guarneció, así como a la imposibilidad de discernir y encasillar entre un océano discrepante de juicios y datos empañados por el vapor de los siglos la tersura precisa del criollismo en Sor Juana.

Son irrefutables los guiños criollos en la obra de la Décima Musa. Humberto Piñera, filósofo de oficio, escribe en el prólogo de Lo americano en el teatro de sor Juana Inés de la Cruz, de María Esther Pérez: “La obra de Juana de Asbaje está notoriamente salpicada de alusiones a lo americano, en contraste con lo español. Desde luego que todo esto varía según la obra suya de que se trate […] Pero, además, es la música, la danza, la pintura y otros detalles a cual más curiosos y demostrativos de que nuestra monja, situada en la encrucijada de dos culturas, no era indiferente a una ni a otra”.

Es posible, basándonos en la supuesta sinceridad de ciertos escritos de la monja, que admirara y hasta llegara a amar la España de sus ancestros. Lo que sí podemos advertir es su condición de criolla, pero sobre todo de mujer docta, abrigada de un patriotismo sin asentadas ideologías políticas, como si no le hubiese interesado detenerse mucho ante la mediocridad del oscuro intríngulis de los asuntos públicos que le circundaban. Sor Juana  pernoctó en lo más íntimo de su lobreguez de hija ilegítima, de mujer oprimida, perseguida, envidiada, asediada por ese silencio que los hombres y los dogmas religiosos le quisieron imponer, para exhalar, cual ardiente incontenible lava a través de la fisura de un volcán, su esplendor literario como testimonio de una de las erupciones más geniales de la literatura castellana de todos los tiempos.

1 comentario:

  1. La Decima Musa, orgullo de todo hombre y mujer de America.

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