lunes, 8 de agosto de 2011

El castellano y las lenguas amerindias (Segunda parte y última)

El Cuzco, ciudad situada en los Andes surorientales, que albergó la gran urbe prehispánica del Qosqo, capital del Imperio inca o Tahuantinsuyo.
Por Leonardo Venta

Algunos años después de su llegada a suelo americano, los conquistadores descubrieron México y Centroamérica. Allí aprendieron nuevos vocablos, sobre todo con los aztecas del centro y noroeste de México. Ejemplos de dichas adquisiciones serpentean la prosa enérgica, espontánea y sencilla de Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, publicada póstumamente en 1632, pero que debió de ser escrita entre 1557 y 1575.

El náhuatl, lengua de los aztecas hablada actualmente por cerca de un millón de personas en México, ha aportado muchas voces al castellano. Entre las más conocidas se encuentran: ‘tiza’, arcilla blanca usada para escribir; ‘petaca’, caja grande; ‘coyote’, lobo americano; ‘guajolote’, pavo; y otras que por resultarnos tan familiares no necesitan explicación: chocolate, cacao, chicle, tomate, aguacate, tamal y jícara, que es una vasija pequeña. En México y Centroamérica el español tiene otros nahuatlismos de uso local como ‘metate’, piedra plana para moler el maíz; ‘mecate’, soga o cordel; ‘achiote’, bija o especie de colorante para la comida; ‘camote’, batata o boniato; ‘chayote’, planta enredadera cuyo fruto es comestible; ‘elote’, mazorca de maíz; ‘cuate’, gemelo o compañero; y ‘guacamole’, palabra que se ha popularizado con la internacionalización de la comida mexicana.

El quechua, hablado actualmente por unos siete millones de personas, era la lengua del imperio Inca y en la época precolombina se hablaba en una vasta región sudamericana que hoy incluye al Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Chile y parte de Argentina. Del quechua conservamos vocablos como ‘carpa’, toldo; ‘cancha’, terreno llano y yermo, lugar para jugar deportes; ‘pampa’, llanura, sabana; ‘papa’, tubérculo comestible; ‘choclo’, mazorca de maíz; y ‘coca’, planta de cuyas hojas se extrae la cocaína.

‘Quino’, árbol medicinal del cual se extrae la quinina; ‘chirimoyo’, anón, fruta tropical; ‘mate’, infusión de yerba rioplatense; ‘guano’, estiércol; y los nombres de animales andinos como ‘llama’, ‘vicuña’, ‘alpaca’, ‘pisco’ y ‘cóndor’, son otras voces quechuas que enriquecen nuestro idioma. Existen otros vocablos del mismo origen con menos difusión fuera de esa región, como ‘inca’, aborigen de noble linaje del Cuzco y de sus alrededores; ‘gaucho’, jinete trashumante y diestro en los trabajos ganaderos de las pampas del Río de la Plata; ‘china’, mujer indígena o mestiza; y ‘guagua’, palabra posiblemente onomatopéyica que significa niño. Pampa, llama, alpaca y china, son también parte del aimara, lengua que aún hablan más de medio millón de personas en Perú y Bolivia.

Otra lengua autóctona americana es la araucana o mapuche que todavía se habla en zonas de Chile y Argentina. Aunque los libros no recogen contribuciones de esta comunidad, la palabra ‘poncho’, capote sin mangas, es considerada araucana, a pesar de que Corominas y otros lingüistas lo niegan.

Por último nos referiremos al tupí-guaraní, a cuya familia pertenecen varios dialectos e idiomas que fueron llevados desde el Amazonas hasta la costa del Atlántico por agricultores guerreros que seguían las vastas redes fluviales de Sudamérica.

En el bilingüe Paraguay, cerca del 90% de la población habla español y un 40% también guaraní. Aunque pocos términos guaraníes han pasado a formar parte del español general, algunas palabras relacionadas con la fauna son parte no sólo de nuestro idioma, sino que se han extendido a otras lenguas como ‘jaguar’, tigre americano; y ‘piraña’, pez carnicero feroz oriundo de algunos ríos sudamericanos.

Aunque es imposible pormenorizarlos en este reducido espacio, son numerosos los términos amerindios que se arrellanan en los diccionarios y el habla popular castellana; incluso, se han imbuido en otros idiomas. El pasado cobra aliento en las huellas que han dejado las lenguas precolombinas en ese proceso evolutivo hacia nuestro presente. Reconocerlas, preservarlas y reverenciarlas es nuestro deber histórico.

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