sábado, 20 de agosto de 2011

Tagore, de la muerte a lo permanente

Por Leonardo Venta

Este 2011 está marcado literariamente por notables conmemoraciones, entre las que destaca el 70 aniversario de la muerte, el 7 de agosto de 1941, tras cumplir sus ochenta años, del poeta y filósofo Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura 1913, lauro que hasta entonces había sido concedido exclusivamente a escritores europeos.

De varonil empinada ternura, imaginativo y profundamente religioso, abogó siempre por un mayor contacto entre Oriente y Occidente. Arrulló con sus versos, más allá de las fronteras patrias, la naturaleza, la divinidad y el género humano. Veía en la educación una manera de solucionar la injusticia social.

Cultivó asimismo la cuentística, la novela y la dramaturgia, así como compuso un sinfín de canciones populares. Dos de sus composiciones son los himnos nacionales de Bangladesh e India: el Amar Shonar Bangla y el Jana Gana Pete Manana. Tradujo al bengalí obras sánscritas y el Macbeth de Shakespeare.

En 1902 muere su esposa. En 1903 fallece su hija, cuya memoria le inspira la colección de poemas de niño La luna nueva. “¿De dónde venía yo cuando me encontraste?, preguntó el niño a su madre. Ella, entre risas y lágrimas, apretó al niño contra su pecho y le respondió: Estabas oculto en mi corazón como un deseo, vida mía”, leemos en el poema que da título al libro.

En 1904 sufre la pérdida de su discípulo, el joven poeta Satish Chandra Roy. Al año siguiente, muere su padre, y dos años después su hijo mayor. Esta cadena de defunciones ensombreció su sonrisa pero no apagó su amor a Dios y a la vida. “Sin embargo, en el seno de aquel dolor intolerable, fugaces claridades lucían de tiempo en tiempo en mi espíritu”, dijo.

El poeta hindú fue testigo de los pavorosos efectos de la demonólatra guerra. “Acabo de visitar los campos de batalla de Francia, desvastados por la guerra. La calma terrible de esta desolación, que todavía exhibe las llagas del dolor reciente...suscitó en mi mente la visión de un demonio descomunal; un demonio sin forma, sin inteligencia, pero con un par de brazos capaces de golpear, de romper, de desgarrar; con un hocico ávido, siempre dispuesto a devorar”, confesó desgarradoramente.

En 1919 devuelve a la corona inglesa el título de “Sir” que recibiera, en protesta a la matanza de 400 manifestantes indios en Amritsar por tropas británicas. En sus últimos años, se dedicó a la pintura y a la música. En 1930 expuso por primera vez en la Galería Pigalle de París. Sobre su incursión en las artes plásticas, expresó con agudeza: “Mis imágenes son mis versos dibujados”.

Pocos días antes de su muerte, leyó a los niños de la escuela Santiniketan de filosofías orientales y occidentales fundada por él: “Es cierto que, como la luz del día de Dios, todas nuestras energías pueden estar ocultas bajo el sudario de la oscuridad de la noche, por algún tiempo; pero la luz vuelve a vivir de nuevo. Así son las relaciones verdaderas y así permanecerán hasta el fin de nuestras vidas, sin perderse jamás. Irán creciendo y entrarán entonces en un proceso de creación y en la realización permanente en lo que ha de venir y está siempre viniendo. Y yo le ofrezco a Dios mi oración para que Él nos lleve de lo vano a la verdad del amor: “¡llévanos de lo irreal a lo real, de la oscuridad a la luz, de la muerte a lo permanente!”.

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