"El tragaluz", de Buero Vallejo, un duro dilema
de la libertad de
expresión bajo la dictadura de Franco
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Por Leonardo Venta
"Escribir teatro histórico
es reinventar la historia sin destruirla".
Antonio Buero Vallejo
Antonio
Buero Vallejo (1916-2000) fue un dramaturgo de ingeniosa valentía en un tiempo difícil. Iluminó
oscuridades con la penetrante intrepidez de la verdad y el ingenio artístico. “Escribo
de las pobres y grandes cosas del hombre; hombre yo también de un tiempo
oscuro, sujeto a las más graves pero esperanzadas interrogaciones”, afirmaba.
"El tragaluz" –una de las mejores
creaciones entre sus casi treinta obras teatrales– aborda la funesta experiencia
de una familia española en la etapa de la postguerra y que se extiende hasta
alrededor de tres decenios más tarde. Si bien, este infortunio familiar,
arquetipo de toda una sociedad, modula una crítica subrepticia al régimen de
Francisco Franco, así como devela, entre otros elementos, la distorsión de la
historia, el pasado colectivo, en el ámbito de uno de los más nefastos episodios
de la historia española.
La pieza teatral,
cuyo estreno se realizó en 1967, es presentada como un experimento conducido
por dos narradores en un tiempo futuro, Él y Ella, los cuales valoran y
seleccionan los eventos y pensamientos del pasado. Al levantarse el telón, ya
existe una trama preexistente, que será manifiesta a través del diálogo.
Un matrimonio y sus
tres niños –Vicente, Mario y Elvirita– esperan el tren a Madrid. El transporte,
difícil de abordar, llega repleto de soldados. El padre le entrega a Vicente –el
mayor de los chicos– un saco con las únicas provisiones de la familia para que
se adelantase a subir al ferrocarril. La bolsa contenía la leche de Elvirita, único
alimento de la pequeña de 2 años, viva imagen de los cientos de miles de españoles que
fueron víctimas en esa época de la impresionante privación de bienes básicos de
consumo.
Vicente consigue abordar
uno de los vagones, pero al resto de la familia se le imposibilita la operación debido al
apretujamiento y poca capacidad en el vehículo. El padre, al percatarse de esto,
le ordena apearse, pero Vicente no le obedece y sigue su curso solo. Unos días
después, la niña muere de hambre y el padre enloquece.
Al transcurrir los
años, el matrimonio, ya mayor, y su hijo Mario viven en un semisótano donde hay
un tragaluz, símbolo de una visión parcial de la realidad, intersticio de
comunicación y separación entre el sombrío recinto donde habitan (el mundo
interior de los personajes) y la realidad exterior. La familia no admite la
verdad sobre el suceso que le ocasionara la muerte a Elvirita. Se inventa otra
versión, la cual sugiere que Vicente no pudo bajarse del tren porque los
soldados se lo impidieron.
Mario se convierte
en un escritor sin éxito que evade el ambiente materialista y corrompido que le
rodea. Para él, el mundo está integrado por devoradores y devorados,
acercamiento análogo al pesimismo contemplativo de Schopenhauer, el cual le
inmoviliza. En contraste, su hermano, dueño de una exitosa editorial, exterioriza
un espíritu práctico. No le importan los medios para obtener sus propósitos. Vicente,
a lo largo de su vida, ha elegido el tren; Mario, el tragaluz.
El Padre, especie de dios temible, mata con unas tijeras
a su propio hijo
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Al final de la obra,
el hermano mayor, agobiado por la conciencia que nunca dejó de atormentarlo, confiesa
el haber asesinado a Elvirita mediante la acción deliberada de no bajarse del
tren. Desde su racional demencia, el Padre, especie de dios temible, mata con unas tijeras a su propio hijo,
símbolo del mal que hay que eliminar para consumar la justicia poética. Si bien, dentro de la complejidad temática de la obra, Vicente
es, al igual que el resto de los personajes, víctima de un sistema opresor. Él
procura el perdón paterno, y, a través de la confesión y su propia
muerte, exonera su hybris (transgresión). La verdad, aunque trágica, lo libera mediante
el consiguiente castigo catártico.
Para Buero Vallejo,
la tragedia –que desde la Grecia clásica ha tratado de mostrar los sufrimientos
como consecuencia de los errores– bien pudiera ofrecer una salida. Los
conflictos entre la libertad y la necesidad, el ser humano y la naturaleza, la
razón y los instintos pueden tener solución. La evolución de los personajes buerianos
ilustra la lucha por hallar un significado a la existencia. Para él, la trama
no puede ser considerada pesimista sólo por el hecho de mostrar sufrimiento y
angustia.
El recipiente del Premio
Cervantes 1986 –que aprovechó admirablemente todo resquicio que le confiriera
la censura franquista– desenmascara y acorrala con "El tragaluz" la
injusticia y la mentira. Ingresa en el aposento donde se resguardan y, con la prodigiosa
daga de Melpómene, las apuñala, de la misma manera que el Padre, en su papel de
divinidad justiciera, acuchilla a su hijo, para, con el sacrificio de su muerte, devolver
–afianzado en la verdad– el orden a la subyacente "tragedia esperanzada",
oxímoron con que el propio Buero Vallejo definiera la eterna lucha entre lo trágico
ineludible y el inmarcesible regalo de la esperanza.
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