"Autoretrato a los 35", carboncillo sobre papel, 20x16 pulgadas, 2017 |
Por Leonardo Venta
La genialidad de César Santos, el nivel superior de eso que llamamos talento, viene fundida a su apasionada entrega a las artes plásticas. Es joven –tiene sólo 35 años–, acaricia el diestro pincel con el pulso resuelto, mientras nutre su hambre orgánica con los pigmentos que se suspenden, empinan y fusionan en su paleta.
Lo conocí en 2007, en Miami, a raíz de la presentación de un afiche suyo en un festival internacional de ballet. Hacía alrededor de doce meses que se había graduado en una florentina academia de arte, bajo la tutela de Michael John Angel, discípulo del maestro Pietro Annigoni, uno de los grandes de la pintura realista italiana del siglo XX.
Hemos conversado en varias oportunidades. En cada ocasión palpo cada vez mejor el horizonte que bosqueja su mirada creativa y emprendedora. Nuestra última charla telefónica, hace cuatro meses, duró 40 largos minutos. La grabé. Procedí luego a transcribirla, precisado a escucharla varias veces.
El esfuerzo, las palabras, el espacio y el tiempo son insuficientes para exponer –a través del mesurado encogimiento de una entrevista dividida en tres partes– la imaginación exuberante, la excelente técnica, la intemporalidad en equilibrio, la riqueza de detalles, el jadeo sincrético, las inquietudes por resolver, las afinidades e influencias significativas presentes en la obra de César Santos. El pasado 14 de abril amaneció la primera parte. Aspiración que reanuda la presente edición.
¿Sigues casado con la bella Valentina Santos,
modelo para muchas de tus obras y tu eterna musa italiana?
Sí, sigo casado
con ella.
Sabemos que eres un hombre renacentista, y dentro
de esa cosmovisión te has movido en diversos campos del conocimiento y el arte.
Por ejemplo, has tomado clases de teatro con la profesora María Teresa Rojas en
el Miami-Dade College y te vi representar a uno de los caballeros de la Corte
en la versión del “El lago de los cisnes” del Ballet Clásico Cubano de Miami,
en el Jackie Gleason. ¿Cómo equiparas las artes plásticas con la actuación?
¿Qué puedes decirnos sobre tu experiencia como actor?
Cuando comencé el teatro, me encantó. Creo que Teresa me supo sacar el artista que tenía adentro. Estaba llevando la pintura muy fríamente, muy lógicamente, muy técnicamente. Me quejaba porque no entendía el mundo introspectivo de los artistas. A veces, me decía: “Yo no soy artista”. Entonces, Teresa, a través del teatro, me obliga a profundizar en los sentimientos, a ser más humano. En las artes escénicas, uno tiene que ponerse en el lugar de los demás. Por ejemplo, ¿cómo un viejo se amarra los cordones de los zapatos?, ¿cómo camina una persona que tenga dolor? A través del teatro comencé a identificarme mejor con la gente y a ser más sensible artísticamente. Eso me llevó a expresar más emociones a través de la pintura.
Por otro lado, lo que menos me gustó de la actuación es la dependencia de que un director me escogiera, el proceso del ‘casting”, toda una serie de elementos que no dependían sólo de ser talentoso, sino de gustar, caer bien, lidiar con la gente. Yo prefiero pintar, ya que puedo controlar el resultado sin depender de nadie, y cuando la obra sale al público ya está filtrada por mí. Esto me resulta más atractivo que estar sujeto a un proceso subjetivo de selección para conseguir actuar en un espectáculo.
"Dancers", foto de César Santos,
primer
premio del concurso de fotografía "It's Time We Met",
organizado por
el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, 2010
|
En el año 2010, con la obra “Dancers” ganaste el
primer premio del concurso de fotografía “It's Time We Met”, organizado por el
Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. ¿Qué nos puedes decir sobre esa
experiencia? ¿Por qué fotografía y no pintura?
Estaba viviendo
en Nueva York con mi esposa. Íbamos todas las semanas, una o dos veces, al
Metropolitan para hacer copias de los grades maestros. Un día vimos que estaban
anunciando un concurso de fotografía. Nos inscribimos. Presentamos algunas
fotos que tomé y me dieron el premio. Fue una linda sorpresa. Yo no soy
fotógrafo. Siempre supe que la foto fue un juego visual y que por eso gané, no
por el nivel de la fotografía.
¿Por qué escogiste la temática del ballet para
concursar?
El tema era
abierto a lo que el artista quisiera representar. Mientras caminaba por el
Metropolitan, pensando qué hacer, me di cuenta de que la manera en que mi
esposa estaba vestida y la pose que adoptaba guardaban similitud con la
escultura de la bailarina de Edgard Degas que allí se exhibía. “Valentina,
párate aquí”, le dije. Le tomé una foto, casi improvisada. Y esa fue la foto
que ganó el concurso.
En 2013, obtuviste un premio otorgado por la
neoyorquina Grand Central Academy. ¿Cómo detallas tu participación en este
concurso?
Aunque estudié
pintura clásica, siempre traté de hacer obras contemporáneas, modernas. Sin
embargo, yo quería ser parte del movimiento del realismo que había en Nueva
York. Como yo estaba pintando obras irreverentes, que rompían con los
principios del purismo de los movimientos estéticos tradicionales, se me
ocurrió participar en un concurso que ellos tenían en el Grand Central de
dibujo al vivo, retrato. Al yo no reverenciar el arte clásico y la elegancia,
me dije: “Si compito y gano voy a granjearme el respeto de esa gente que está
criticando mi obra, conformada en parte por el sincretismo. Gané, lo que me
facilitó ser más aceptado y respetado por ese grupo más tradicional.
"Magra sobre grasa", César Santos, óleo
sobre lienzo, 40x30 pulgadas, 2017
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He podido entrever a través de tus comentarios que en algún momento de tu carrera experimentaste cierta
preocupación por encajar en el microcosmos artístico de Nueva York. ¿En qué sentido tu estancia en esa ciudad cambió tu perspectiva con respecto al arte y
por qué regresaste a Miami?
Menos mal que tú detectaste esa inquietud. Yo fui a Nueva York para conquistar ese microcosmos –al que te refieres– del llamado “arte realista”. Sin embargo, cuando conocí la mentalidad de ese grupo, comprendí que están perdidos en la mímica del arte clásico, oponiéndose al arte contemporáneo. Y se están perdiendo el arte que está en todos lados, ya sea clásico o contemporáneo. Es decir, están viviendo en una lucha constante. Eso no me interesó. Me separé. Volví para Miami porque aquí hay un espacio libre, un campo fresco, una especie de campo abierto donde tú puedes sembrar lo que quieras. Me dije: “Voy para Miami con esta mezcla clásica-contemporánea, aparte de que soy cubano y me gusta estar entre mi cultura, cerquita de mis padres". Regresé a ofrecerle al mundo, sobre todo a Miami, el oficio, la elegancia y lo positivo del arte clásico en correspondencia con el contemporáneo –más lúdico y asequible– a ver qué pasa con esa propuesta.
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