martes, 31 de enero de 2017

Bartolomé de las Casas, desde una perspectiva martiana

"Fray Bartolomé de las Casas" (1875), óleo sobre tela del artista mexicano Félix Parra
Leonardo Venta

“No se puede ver un lirio sin pensar en el Padre de las Casas, porque con la bondad se le fue poniendo de lirio el color…”, así describe al fraile dominico la poética prosa martiana en La Edad de Oro".
Fueron sólo cuatro las tiradas de esta revista para niños, publicada en Nueva York, desde julio hasta octubre de 1889.  Sobre el Padre de las Casas expresa Martí en dicha publicación, como quien se refiere a las virtudes que acompañan a su propio desamparo: "El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo, pero con alegría de obrar bien que se parece al cielo de la mañana en la claridad".
Expone a continuación que "parecía como si tuviera un gran dolor. Era que estaba escribiendo, en su libro famoso de la Destrucción de las Indias, los horrores que vio en las Américas cuando vino de España la gente a la conquista. Se le encendía los ojos, y se volvía a sentar, de codos en la mesa, con la cara llena de lágrimas. Así pasó la vida, defendiendo a los indios".
El noble fraile sevillano, sin ser todavía clérigo, tenía poco más de 20 años cuando se embarcó por primera vez para La Española en la flota del nuevo gobernador Nicolás de Ovando. "Decían los marineros que era grande su saber para un mozo de 24 años", expone Martí. Luego, iba y venía de Europa a América sin temerle a las encrespadas olas que desafían el oceánico abismo que separa los dos continentes. "Seis veces fue a España, con la fuerza de su virtud, aquel padre que 'no probaba carne'. Ni al rey le tenía miedo, ni a la tempestad. Se iba a cubierta cuando el tiempo era malo; y en la bonanza se estaba el día en el puente, apuntando sus razones en papel de hilo", refiere el texto martiano.
El Padre de los derechos humanos, como se le ha calificado, conservó la imagen de aquellos siete amerindios que acompañaron a Cristóbal Colón el 31 de marzo de 1493 en Sevilla, como humilladas piezas de estrenado museo de holocausto, "los cuales yo vide en Sevilla y posaban junto al arco que se dice de las imágenes, situado junto a la iglesia de San Nicolás. Llevó papagayos verdes, muy hermosos y coloreados y guaizas, que eran unas carátulas hechas de pedrería de huesos de pescado".
De las Casas experimentó la imperiosa necesidad de proteger a los aborígenes. Se dedicó a denunciar los abusos que perpetraban los conquistadores en América. “Y si el rey en persona le arrugaba las cejas, como para cortarle el discurso, crecía unas cuantas pulgadas a la vista del rey, se le ponía ronca y fuerte la voz, le temblaba en el puño el sombrero, y al rey le decía, cara a cara, que el que manda a los hombres ha de cuidar de ellos, y si no los sabe cuidar, no los puede mandar, y que lo había de oír en paz, porque él no venía con manchas de oro en el vestido blanco, ni traía más defensa que la cruz”, comenta el conmovedor texto de Martí.
“Era flaco, y de nariz muy larga –apunta el Apóstol cubano, refiriéndose al fraile español–, y la ropa se le caía del cuerpo, y no tenía más poder que el de su corazón; pero de casa en casa andaba echando en cara a los encomenderos la muerte de los indios de las encomiendas…”.
De las Casas conoció y amó al nativo de La Española; al oriundo cubano y puertorriqueño; al de la costa de Paria, en la parte oriental de Venezuela. Estuvo en Panamá, Nicaragua y Guatemala. Fue insigne obispo del Chiapas mexicano, donde se instaló "a llorar con los indios; pero no sólo a llorar, porque con lágrimas y quejas no se vence a los pícaros, sino a acusarlos sin miedo, a negarles la iglesia a los españoles que no cumplían con la ley nueva que mandaba poner libres a los indios, a hablar en los consejos del ayuntamiento, con discursos que eran a la vez tiernos y terribles, y dejaban a los encomenderos atrevidos como los árboles cuando ha pasado el vendabal".
Sintió la opresión del “otro” como suya propia, y no “bajó el tono, ni se cansó de acusar, ni de llamar crimen a lo que era, ni de contar en su 'Descripción' las 'crueldades', para que el rey mandara al menos que no fuesen tantas, por la vergüenza de que las supiera el mundo”, puntualiza el brillante representante del modernismo.
El pensador cubano hilvana razones que evidencian la forma en que hombre justos, como el religioso sevillano, son habitualmente percibidos, "porque los hombres suelen admirar al virtuoso mientras no los avergüenza con su virtud o les estorba las ganancias; pero en cuanto se les pone en su camino, bajan los ojos al verlo pasar, o dicen maldades de él, o dejan que otros las digan, o lo saludan a medio sombrero, y le van clavando la puñalada en la sombra".  
Fray Bartolomé de Las Casas vivió sus últimos años en Madrid. “Casi a escondidas tuvo que embarcarlo para España el virrey, porque los encomenderos lo querían matar”, añade el texto martiano. El 17 de julio de 1566 falleció en el convento de Nuestra Señora de Atocha en la capital española. “Él se fue a su convento, a pelear, a defender, a llorar, a escribir. Y murió, sin cansarse, a los noventa años”, concluye el hermoso y edificante texto.

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