Fuente: Paris Match , N.º 326, 25 junio-2 de julio 1955
"...estoy en la peluquería, me ofrecen un
número de ParisMatch. En la portada, un
joven negro vestido con uniforme
francés hace la venia con los ojos levantados, fijos sin duda en los pliegues de
la bandera tricolor. Tal el sentido de la imagen. Sin embargo, ingenuo o no, percibo
correctamente lo que me significa:
que Francia es un gran imperio, que todos sus hijos, sin distinción de color, sirven
fielmente bajo su bandera y que no hay mejor respuesta a los detractores de un pretendido
colonialismo que el celo de ese negro en servir a sus pretendidos opresores".
Roland Barthes, Mitologías
Por Leonardo Venta
Si hay un libro que todos debiéramos leer es Mitologías (1957), del crítico
literario, sociólogo, semiólogo y filósofo francés Roland Barthes. En el
prólogo a su Primera Edición, el autor expresa: "Estos textos fueron
escritos mensualmente durante unos dos años, de 1954 a 1956, al calor de la
actualidad. Yo intentaba entonces reflexionar regularmente sobre algunos mitos
de la vida cotidiana francesa. El material de esa reflexión podía ser muy
variado (un artículo de prensa, una fotografía de semanario, un film, un espectáculo,
una exposición) y el tema absolutamente arbitrario: se trataba indudablemente
de mi propia actualidad".
A Barthes, uno de los intelectuales más relevantes del siglo XX, se le
confiere el haber aplicado a la crítica literaria las percepciones surgidas del
psicoanálisis, la lingüística y el estructuralismo. Estableció conceptos como
el "del placer del texto" y de éste como "un
cuerpo", así como el de la “muerte del autor”, entre otros. Se le reconoce también por
articular la teoría y la práctica del fenómeno de la transtextualidad,
trascendencia textual del texto, dado en la relación entre el texto analizado y
otros textos leídos o escuchados, así como promover el estudio de los signos
culturales, arbitrariamente seleccionados por un grupo social para establecer
determinadas ideas.
Sus estudios se destacan por desafiar las normas establecidas y, por
consiguiente, a las clases hegemónicas. Uno de sus aportes más notables al
pensamiento moderno es la nueva valoración que ofrece al concepto del mito.
Para Barthes, el mito impone que todo hombre y mujer convenga con la imagen que
se le asignó en un momento dado como si debiera perpetuarse.
La definición tradicional se refiere al origen de los elementos y supuestos
básicos de una cultura. Sin embargo, para el erudito francés, es un
tipo de discurso, un modo de significación que va más allá de su acepción
original. Barthes considera que cualquier cosa puede convertirse en un mito, ya
que todo objeto puede pasar de una forma cerrada o existencia silenciosa a otro
estado oral, disponible a la sociedad para su propia interpretación.
Según el estudioso galo, el mito es una especie de mensaje conferido a los
modos de la escritura y otras representaciones, como la fotografía, el cine, el
reportaje, los deportes, los
espectáculos y la publicidad en general. La fotografía, por ejemplo, es un
discurso visual de la cotidianeidad social entendida como lenguaje de signos.
"En Francia, no se es actor si uno no ha sido fotografiado por los Studios
d'Harcourt. El actor de d'Harcourt es un dios; nunca hace nada: se lo rapta en descanso",
afirma Barthes.
Todos los materiales que componen el mito presuponen una manera de
significación. Éste pertenece, según Barthes, a la ciencia de la semiología,
estudio de los signos en la vida social. Basándose en este postulado, establece
que el signo lingüístico es una unidad psíquica de dos caras, constituida por
el significante –los sonidos y las formas de las palabras– y el significado –lo
que esos sonidos y palabras significan intrínsecamente en el sistema constituido
por la lengua–.
Afirma
Barthes que el mito ejerce dos funciones fundamentales: la de apuntar o señalar
y la de notificar. Del mismo modo, nos hace entender algo y nos lo impone en un
constante juego de escondidos entre el sentido y la forma. No existe nada fijo
en éste. Puede ser alterado,
desintegrado, o desaparecer completamente. La verdad no está garantizada en el
mito, nada puede prevenirlo de ser víctima de una coartada,
su significante siempre tiene a disposición múltiples significados.
Por otra parte, el
mito es una clase de discurso definido por su intención. La historia,
adulterada por éste, es finalmente asimilada como un hecho natural y
aceptado. El lenguaje, por su carácter subjetivo,
es su presa más fácil. El mito puede corromperlo todo. Su trabajo es el de
justificar una intención histórica, una especie de manifestación natural,
aparentando lo eterno de su fortuna. Su función es la de vaciar la realidad,
como si la evaporase.
El autor de
Mitologías afirma que el mito está del lado de la derecha por su sentido
eminentemente burgués. Según este razonamiento, los burgueses no solamente lo instauran sino
lo manipulan y propagan para prevenir a las masas de una subversión general. Suprimen
al objeto de su historia, creando mitos que son universalizados en forma de proverbios. Por ejemplo, promulgan la hegemonía de
ciertos grupos étnicos sobre otros, de diversos valores falsos que las masas
llegan a asimilar como genuinos.
La mitología
armoniza con el mundo no como es en realidad sino como la clase en el poder lo ha
diseñado para justificar y arraigar su status
quo. Emplea un metalenguaje, utilizado para describir un sistema de expresión programado, estático, que no toma acción directa sobre la
historia sino que la amolda a un mundo irreal y utópico para ser insertado en
la mente del hombre.
El mitologista trata de evitar la realidad lo más
que puede en el proceso de crear el mito, indica los aspectos hermosos de un
contexto, pero ignora y adultera la esencia de otros. Roland
Barthes propone que la labor del intelectual es la de reconciliar al hombre con
la realidad, de revelar la correlación entre la descripción y la explicación, entre
el objeto y el conocimiento, desenmascarando y desenmantelando la función nociva de
aquello a lo que se le atribuyen falsas cualidades o excelencias.
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