Por Leonardo Venta
“En el mundo ha de haber cierta cantidad de decoro, así como ha de haber cierta cantidad de luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la dignidad humana".
José Martí
Simón Bolívar – a quien Miguel de Unamuno calificara como “el alma inmortal de la Hispania máxima, miembro espiritual sin el que la Humanidad quedaría incompleta” –, tras desarticular el influjo divisionista de los caudillos y ganar a los marginados para su causa, consolidó la emancipación sudamericana en el fervor del campo de batalla dentro de un marco ideológico delineado por sus propios escritos y discursos.
La sana obsesión de Bolívar fue hermanar a todas las antiguas colonias españolas del continente. Así el héroe de tantas batallas atravesó los empinados Andes para derrocar a las tropas españolas en Boyacá (1819), la primera ofensiva determinante para la independencia del Virreinato de la Nueva Granada (la actual Colombia). En el Congreso de Angostura (1819), donde fue nombrado presidente de la Gran Colombia – que comprendía los presentes territorios de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá –, ratificó la premura histórica de la integración latinoamericana en un discurso que tasa la solidez de su pensamiento.
Intrépido de esperanzas, en la Batalla de Carabobo (junio de 1821) rompió las cadenas de servidumbre que sujetaban a su suelo natal. Si bien, fue nombrado presidente de las dos provincias independizadas, encomendó el mandato de la Nueva Granada en manos del vicepresidente Francisco de Paula Santander y la de Venezuela a cargo del general José Antonio Páez para él poder extender el renacer libertario a otros confines americanos.
Junto al Mariscal Antonio José de Sucre, liberó con titánico arrojo la Audiencia de Quito (actual Ecuador), tras vencer en la batalla de Pichincha (1822). Poco después, comandó la insurrección del Perú, última fortificación española en Sudamérica. En 1824 obtuvo la resonada victoria de Ayacucho. Los últimos enclaves realistas del Alto Perú fueron disueltos en 1825, creándose allí la República de Bolívar (actual Bolivia). Este gigante, que no cabía en su diminuto cuerpo, fue Presidente de Colombia (1819-30), Perú (1824-26) y Bolivia (1825-26).
La grandeza de Bolívar se extendió por toda la Gran Colombia, vasto territorio que entonces abarcaba desde el Caribe hasta la frontera argentina. Sin embargo, ingratamente, su ideal de una Hispanoamérica unida fue prontamente lacerado. Las guerras civiles no se hicieron esperar, incitadas por las mezquindades personales de sus líderes y los intereses de cada zona en continúa pugna con las regiones colindantes. En el revelador texto Una mirada sobre la América española, Bolívar derrama con amargura su desilusión: “No hay buena fe en América, ni entre las naciones. Los tratados son papeles; las Constituciones libros; las elecciones combates; la libertad anarquía; y la vida un tormento”. ¿Un pensamiento visionario que aun hoy nos atañe?
En 1829 se agudizó irreversiblemente la crisis de la Gran Colombia, de la misma manera que se quebrantaba la salud del Libertador. El caudillo Páez encabezó un nuevo levantamiento que intentaba separar a Venezuela de la Gran Colombia y, al mismo tiempo, erigirse en jefe de gobierno. Se le prohibió a Bolívar la entrada a territorio venezolano. Decepcionado y muy enfermo, el gran héroe renuncia a la presidencia.
Se marchó desolado a Cartagena, no sin antes despedirse de su amada Manuela Sáenz, cuya intensa relación Neruda compendia en los siguientes versos: “Hasta hoy respiramos aquel amor herido, / aquella puñalada de sol en la distancia". Estando en Cartagena, el 1º de julio de 1830, la noticia del asesinato de su entrañable amigo Sucre, le inflige uno de esos golpes devastadores, “resaca de todo lo sufrido”, a los que se refiere Cesar Vallejo en “Los heraldos negros”.
En fatídico peregrinar por la costa atlántica colombiana, la ineludible, con sus pálidos labios de escarcha, finalmente mitiga la fiebre que literalmente consumía la frente de nuestro coloso de luz, un 17 de diciembre de 1830, a las doce del día, cuando contaba sólo 47 años de edad.
En el pasaje en Caracas, donde un fatigado viajero busca amparo a la sombra de la estatua “que parecía que se movía, como un padre cuando se le acerca un hijo”, el peregrino – José Martí – expresa: “Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal del cuerpo, en la casa de un español, en Santa Marta. Murió pobre, y dejó una familia de pueblos”. ¡Nosotros somos esa familia!
Concisa y poética esta recapitulación de los últimos días del Libertador
ResponderEliminarLos invito a que visiten mi sitio web www.hispanoamericaunida.com
ResponderEliminar