sábado, 11 de agosto de 2012

El libertador (II)

El edificio que acoge al Ministerio de Relaciones Exteriores venezolano, en Caracas, abriga con celo el famoso retrato al óleo de Simón Bolívar, obra de Paul Guérin (1824).

Por Leonardo Venta

La promesa realizada por Simón Bolívar en el Monte Sacro, durante su viaje a Roma en 1805, lo circunscribe al sentir romántico del siglo XIX: “Juro por el Dios de mis padres; juro por ellos: juro por mi honor, y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.

Ya en Caracas, en junio de 1807, conspiró contra el régimen absolutista español.
El 9 de julio de 1810, zarpó en la corbeta inglesa Wellington rumbo a Londres. Entre sus objetivos, procuraba rescatar al también caraqueño Francisco de Miranda para la causa de la revolución, y conseguir el apoyo británico para dicha empresa. El joven Bolívar logra sus propósitos. Si bien, luego de la capitulación de Francisco de Miranda en San Mateo, el 25 de julio de 1812, se vio precisado a exiliarse.

Bolívar se desplazó a la isla antillana de Curaçao, desde donde se dirige a la capital del virreinato de Nueva Granada, la actual ciudad colombiana de Cartagena. Allí redactó su primer gran documento político, el “Manifiesto de Cartagena”, donde plasma la necesidad de crear una conciencia de nacionalidad americana y, sobre todo, la necesidad de unidad: “Nuestra división, y no las armas españolas, nos tornó a la esclavitud”, asevera.

En agosto de 1813, superando grandes conflictos dentro del marco de sus propias filas, entra victorioso en Caracas, en la que ha sido bautizada como “la campaña admirable”. La capital de la provincia de Venezuela, fundada en 1567, le coloca la aureola de Libertador. Sin embargo, los enfrentamientos de clases y de castas mellan los elevados propósitos libertarios de Bolívar.

Se inició una guerra social, marcada por el levantamiento de caudillos y los enfrentamientos entre llaneros y criollos. Las tropas de Bolívar fueron derrocadas por los llaneros. Desde Carúpano, el jefe patriota vuelve a reconocer la falta de unidad en el seno de la revolución, lo que, en su opinión, fue la causante de la guerra civil: “Así, parece que el cielo, para nuestra humillación y nuestra gloria, ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos”.

Cartagena se deshacía en una lucha acérrima entre partidarios y enemigos del Libertador. Las divisiones y conflictos entre los dirigentes de la revolución incidieron en la renuncia de Bolívar a su regreso a Santa Fe. Se marcha a Jamaica, en mayo de 1815. En la bronceada isla caribeña, el héroe ante cuya estatua llorara José Martí, no cesa de luchar por la libertad con la que se comprometiera en 1805 en el Monte Sacro. Desde Kingston, escribe numerosas misivas a políticos y personalidades influyentes en busca de apoyo.

Entre los textos redactados por Bolívar en esa etapa, resalta la “Carta de Jamaica”, texto que certifica su gran capacidad como visionario político. De Jamaica se dirige a Haití, la primera región emancipada en América, donde organizó junto a otros exiliados venezolanos la llamada expedición de Los Cayos con los buques y pertrechos facilitados por el presidente haitiano Alexandre Petion. A mando de dicha expedición, desembarcó en la isla Margarita, el 2 de mayo de 1816. El 1º de enero de 1817 pisa suelo venezolano. Cuenta ahora con el apoyo de las temidas fuerzas montoneras de los Llanos, una caballería que desmembró completamente al enemigo.

El gran reto para Bolívar continuó siendo integrar todos los estratos de la sociedad en la lucha por la independencia. Se hizo necesaria una reconsideración de la estrategia política inicial. Las clases protagonistas, la aristocracia criolla y la burguesía mercantil, y las pujantes masas populares chocaban. Había odios y recelos de ambas partes. Los peninsulares se aprovechaban de esas diferencias incitando a los grupos marginados contra los criollos partidarios de la emancipación. La división interna fue la peor enemiga de la independencia.

Con los decretos de Carúpano y Ocumare de la Costa, en 1816, ratificados ante el Congreso de Angostura de 1819,  Bolívar ofreció la libertad a los esclavos que tomasen las armas para luchar por la libertad.  Él mismo hizo efectiva esta disposición con los suyos. En 1817, se unieron a las filas bolivarianas los temidos llaneros. De esa manera, el genio del caraqueño acertó en unificar a las fuerzas patrióticas bajo su mando, desarticulando el influjo divisionista de los caudillos. La adhesión de los grupos tradicionalmente marginados constituyó un factor decisivo en las consiguientes victorias de las fuerzas emnacipadoras.

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