martes, 6 de marzo de 2012

El Calibán (y II)

Djimon Hounsou en el papel del Calibán, adaptación fílmica de La Tempestad de William Shakespeare (2010), dirigida por Julie Taymor
Por Leonardo Venta

El ensayo Calibán, de Roberto Fernández Retamar, fue publicado por vez primera en el Nº 68 de la revista cubana Casa de las Américas, en septiembre-octubre de 1971, bajo la sombrilla “Sobre cultura y revolución en la América latina”. En ese número, ¿casualmente?, se abordaba el caso Heberto Padilla, desde el prisma del gobierno cubano.

Mientras el poeta Padilla – cuya morada la policía había allanado y fue detenido por divergir con la ideología oficial (¡Al poeta, despídanlo! / Ese no tiene aquí nada que hacer. / No entra en el juego…) – se hallaba ya en prisión, se le forzó a autoinculparse y a acusar públicamente a sus colegas, a la usanza de los infames juicios estalinistas.

Es justamente en este momento histórico que Retamar publica su Calibán. En éste, paradójicamente, no empuña la palabra contra las injusticias que pululaban en la isla roja, sino contra “la ideología del enemigo”, representada por los ocupadores de América en nombre de la falacia de la Modernidad y la prepotencia de un cosmos eurocéntrico, donde el amerindio y el  africano eran considerados bestias dignas de ser aniquiladas, por un lado; y esclavizadas, por el otro.

Pero, aun más, el Calibán expone la manera en que la ideología colonizadora se imbuye en la mentalidad del hombre americano: “Que nosotros mismos hayamos creído durante un tiempo en esa versión [la que establece la superioridad eurocéntrica] sólo prueba hasta que punto estamos inficionados con la ideología del enemigo”.

Retamar, en su explicación de la evolución del concepto de Calibán a través de la historia, identifica y denuncia al racismo que minimiza y desdeña todo lo que no sea europeo… puramente blanco. El ensayista señala nombres de  paladines de esa visión retrograda, como Octave Mannoni, que en su texto Psicología de la colonización (1950), hace referencia a un “racista cuya hija ha sido objeto de una tentativa de violación (imaginaria) por parte de un ser inferior”.

El erudito Fernando Ortiz, en su definición de “cubanidad”, establece claramente que la cultura está por encima de las razas: “Sería fútil y erróneo estudiar los factores humanos de Cuba por sus razas. Aparte de lo convencional e indefinible de muchas categorías raciales, hay que reconocer su real insignificancia para la cubanidad, que no es sino una categoría de cultura”.

José Martí, en Nuestra América, reprueba el servilismo racial, entre otros, a señoríos extranjeros: “Estos nacidos en América, que se avergüenzan porque llevan delantal indio, de la madre que los crió, y reniegan bribones, de la madre enferma, y la dejan sola en el lecho de las enfermedades…”.

Dando un salto inesperado en nuestra reflexión, nos preguntamos, ¿qué motivó a Retamar a escribir su célebre Calibán? No por casualidad fue publicado a la sazón del famoso discurso del máximo líder cubano, en abril de 1971, en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura celebrado en La Habana, y en el mismo mes en que Padilla fuera arrestado.

El Calibán retamariano se despereza en el período conocido como “el quinquenio duro”, cuando los literatos cubanos no tenían más opciones que compaginarse con los planteamientos ideológicos de una revolución de carácter ya marxista-leninista, replegarse en el insilio o desprenderse al exilio. Quizá la necesidad de conciliarse con el eslogan promulgado en el Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, "dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada", justifica la razón de ser del ensayo que aquí abordamos. Si bien, los motivos personales del autor para escribirlo, probablemente, nunca los desentrañaremos.

Compartamos o no la ideología que lo sustenta, en el Calibán de Retamar percibimos el palpitar de esa masa latinoamericana, heterogénea y multicultural, periférica, históricamente oprimida, que se ensancha para cuestionar los cacareados valores de la historia oficial, cuya blancura se nos ha venido siendo restregada sobre nuestra bronceada tez por milenios.

Sí, los azulados cristalinos ojos del Próspero shakespereano continúan mirando de soslayo al imaginario Calibán, personificado en el indio(a) cabizbajo(a) que le trae el desayuno a la cama a su señor(a) blanco(a) en ciertos filmes y telenovelas; por momentos se tuercen socarrones, conteniendo un disimulado impreciso resuello, al advertir el natural contoneo de unas sensuales caderas morenas, y asimismo denotan instintiva desconfianza, con curiosidad casi zoológica, ante el ancestral “exotismo” de nuestro oriental aplatanado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario