"Prospero, Miranda, Caliban and Ariel plate four from The Boydell Shakespeare Gallery". Artista: Johann Henry Fuseli |
Por Leonardo Venta
Son numerosos los filmes basados en clásicos del teatro y la literatura. “La tempestad” (2010), producción de Walt Disney Pictures, dirigida por Julie Taymor, brindó nuevo aliento al célebre drama homónimo de William Shakespeare. En éste, el actor Djimon Hounsou, nominado al premio Óscar en más de una ocasión, interpretó magistralmente al personaje de Calibán. Pero no departiremos sobre Hounsou ni sobre esta película. Lo que nos ha llamado la atención es la permanencia del mensaje subrepticio de dicho personaje en pleno siglo XXI.
Roberto Fernández Retamar realiza un estudio de la identidad latinoamericana, y en especial de la cubana, a través de su ensayo Calibán, apuntes sobre la cultura en nuestra América (1971), a partir de la dilucidación compendiosa de la palabra que da título al mismo, la cual atribuye a un anagrama creado por Shakespeare a partir del término “caníbal”.
Este vocablo, "canibal", a su vez, ha sido relacionado con la palabra “caribe”, perpetuada sobre los pobladores de esa región geográfica por parte de los europeos. Retamar trae a colación el Diario de Cristóbal Colón, donde se leen anotaciones sobre hombres extraños y salvajes que degradan la visión del aborigen americano: “…había hombres de un ojo, y otros con hocicos de perro que comían a los hombres”.
Para titular su celebérrimo ensayo Ariel (1900), el uruguayo José Enrique Rodó toma el nombre del juguetón duende de "La tempestad" shakespereana. El Ariel shakesperiano es una especie de mediador entre los dioses y los hombres, fígura incorpórea que simboliza el aspecto noble y elevado del espíritu, el señorío de la razón, el cual contrapone los bajos instintos del irracional Calibán, prototipo de la sensualidad y la incapacidad.
Para Rodó, el arielismo se asocia con la espiritualidad y la intelectualidad provenientes de Europa, mientras Estados Unidos es ejemplar del reinado del materialismo o señorío de Calibán, el cual prevalece sobre todo valor espiritual y moral. Por su parte, el Facundo del argentino Domingo Faustino Sarmientos sostiene la tesis “civilización versus barbarie”. La civilización es representada nuevamente por lo europeo y la barbarie apunta hacia lo nativo americano que debe exterminarse a favor del progreso, juicio que se apoya en las ideas filosóficas positivistas del francés Auguste Comte. Asimismo, el uruguayo Juan Bautista Alberdi, en su libro Bases y punto de partida para la organización política de la Confederación Argentina (1852), pugna por la inmigración europea a territorio americano como parte del progreso para el mal llamado Nuevo Mundo: “gobernar es poblar”.
A estas ideas se opone José Martí en su célebre ensayo Nuestra América (1891), donde establece que no hay batalla entre la civilización y la barbarie sino entre la falsa erudición y la naturaleza. El idealismo martiano niega la existencia de razas: “No hay odio de razas porque no hay razas”. Mediante esta aseveraración, Martí procuraba limar las asperezas raciales existentes entre los cubanos para fortalecer la unidad a favor de la independencia de Cuba. Así lo legitima al expresar: “Hombre es más que blanco, más que mulato más que negro”.
Volviendo al ensayo de Retamar, en éste se resalta el contraste de las descripciones que Colón infiere sobre el indio araucano, a quien considera pacífico, al extremo de cobarde, y acerca del caribe, en calidad de caníbal. Para Retamar, ambos enfoques son erróneos: “Es característico que el término caníbal lo hayamos aplicado, por antonomasia, no al extinguido aborigen de nuestras islas, sino al negro de África que aparecía en aquellas avergonzantes películas de Tarzán”.
En su ensayo, Retamar genera una prolongada lista de referencias dirigidas a la problemática latinoamericana desde una perspectiva colectiva: “nuestro taino”, “Que nosotros mismo hayamos creído durante un tiempo en esa versión”, “Y el colonizador es quien nos unifica”, “que su isla es una mitificación de una de nuestras islas”, etc. Analógicamente, en Nuestra América, Martí perpetúa ese yo colectivo en una vasta y brillantemente poética similar elongación: “Y hemos de andar en cuadro apretado, como la Plata en las raíces de los Andes”, “Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra”, “Éramos una visión, con el pecho de atleta (…) una máscara, con los calzones de Inglaterra…”, hasta culminar con su poco repetida observación sobre el pueblo estadounidense: “porque no habla nuestro idioma, ni ve la casa como nosotros la vemos”. (continuará)
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