Por Leonardo Venta
Célebre por su novela Paradiso, José Lezama Lima –uno de los más importantes escritores de la literatura hispanoamericana del siglo XX, por su genio literario, su personalidad imanadora y pujanza grupal, entre otras numerosas cualidades– ha influido sobre múltiples escritores de la lengua castellana en el panorama de una sorprendente multiplicidad controversial. Al mismo tiempo, ha atraído y embrollado, tanto a críticos literarios como a los más sagaces lectores en el desconcierto que ocasiona una obra y, ¿por qué no?, una vida incomprendidas y hasta cierto punto manipuladas por intereses políticos y arribistas.
Tras la muerte de Lezama Lima, en 1976, el mito se empina. Por ejemplo, el nada inhibido narrador, poeta y ensayista camagüeyano Severo Sarduy, desde su traza parisina estructuralista y neobarroca, le dedica en la revista "Vuelta" –fundada por Octavio Paz– el primer capítulo de su novela Maitreya (1978), con el título "En la muerte del Maestro". Por su parte, el poeta y ensayista Cintio Vitier, que mantuvo con Lezama un estrecho vínculo de discípula admiración por vida y dedicó gran parte de sus estudios a su obra, desde su receptáculo en la isla roja, con el propósito de integrarla, constreñidamente, en su carácter de valiosísima joya, a la corona que encasqueta en la testa nacionalista de la revolución cubana.
De padres cubanos, abuelo vasco por el linaje paterno y bisabuelo andaluz, por el materno, José María Andrés Fernando Lezama Lima, hijo de un Coronel del ejército, nace en el campamento militar de Columbia, en La Habana, el 19 de diciembre de 1910.
“Soy el producto de un encuentro placentero, en los primeros años de la República, entre familias de gran acentuación cubana y familias en las cuales predominaba lo español (y por eso refleja contornos tangenciales: el apasionamiento ibérico y la suavidad un tanto recelosa del indiano), confiesa Lezama en una entrevista.
Bolín, como llamaban a Lezama cuando pequeño, perdió a su padre de 33 años, el susodicho Coronel, cuando no había cumplido aún los nueve años de edad. El hablante narrativo reinventa conmovedoramente esa pérdida en Paradiso: “El ordenanza descorrió la sábana. Vio, de pronto a su padre muerto, ya con su uniforme de gala, los dos brazos cruzados sobre el pecho…Cerró los ojos, le pareció ver de nuevo la mano del ordenanza descorrer la sábana. Retuvo el rostro de su padre hasta que se lo fueron llevando las olas” (292-93). Confiesa Eloísa que ni su madre ni ninguno de sus hermanos vieron a su padre muerto, y que Lezama lamentó siempre no haber asistido a los funerales de su padre.
Para Eloísa, la menor de sus dos hermanas, –más profesora que escritora, fallecida el 25 de marzo de 2010 en Miami, ya nonagenaria–, la vida, vocación y creación de José Lezama Lima son inseparables (16). Apasionado lector, premisa necesaria para llegar a ser un buen escritor, Lezama confesaba, desde su adolescencia sólo leer libros difíciles que le retaran. “Sólo lo difícil es estimulante”, es una de sus frases célebres. Se crió en un seno donde las conversaciones femeniles iluminaban la sobremesa de destellos culturales, que el niño Lezama captaba, muchos de los cuales se hacen eco casi textualmente en Paradiso: “Hay que insistir en que todos eran maestros en el arte de la conversación, de la narración y de la paremiología [tratado de refranes]. Y que hasta una exhuberancia barroca se colaba entre los intersticios de aquella casa donde con frecuencia las escenas llegaban al paroxismo de una pasión exagerada” (20).
En 1929, Lezama ingresa en la Universidad de La Habana, a la que llama Upsalón, lugar de encuentro inicial de la triada que adereza el devenir intelectual de la tonalidad ensayística de la atípica novela Paradiso: Fronesis, Foción y Cemí, este último el trasunto de Lezama Lima, aunque lo niega el propio autor. Sobre su experiencia universitaria declaró Lezama: “Yo pensé siempre estudiar Derecho y Filosofía y Letras, pero como usted recordará la Universidad estuvo cerrada tres años por Machado y dos por Batista. Me hice abogado, pero tuve que empezar a trabajar. (…) Pero recuerde la estrofilla de San Juan de la Cruz que dice: ‘Religioso y estudiante, religioso por delante’. Ya, yo, en aquella época había preferido ser un estudioso y abandonarme como todo poeta incipiente a la voluptuosidad de la más variada lectura” (21). (continuará)
No hay comentarios:
Publicar un comentario