domingo, 5 de junio de 2011

Faetón en declive


"Caída de Faetón", Rubens, 1636

Por Leonardo Venta

Me asió con aquella voz que amanecía en mi soledad. Transitamos, sigilosos, avenidas soleadas de menudeados edificios. Arribamos a nuestro descenso de estrenos. Le inventé una excusa; me marché.

Regresaba con ramilletes de esperanzas en los sentidos, para encontrarla siempre en indolente gesto acurrucado, aunque danzara en anegado océano de arterias de júbilo. Nos esfumamos en indistintos laberintos...

Transitada la prolongada afonía de la ausencia, he vuelto a verla. Sus ojos eran los mismos faroles que alumbraron mi tristeza de automóviles y pavimento. Pronunció mi nombre con cautela. La euforia de los recuerdos palpitaba sobre esta sigilosa frente. Eran aquellos que el riguroso tiempo había barrido de mi acera para depositarlos en cierto lánguido cráter de la luna.

Estreché su silueta con mi silencio. Repasé su sombra con vigilantes párpados, mientras mi pulso latía en sistáltico ritmo. Intercambiamos códigos con la avidez del azar; escuchaba detenidamente el dilatarse de su sangre confundirse con el mío.

Suspendida, en espera de ese sonido intermitente que acelerara mis delirios, llegó su voz. Después de tantear inalámbricos sigilos, en ese afán de arrebatarle un trecho al desatino, concertamos el reencuentro.

Nadé hacia su orilla disimulando la agitación y el cansancio. Allí me esperaba, con aquel gesto que reclamaba mi ternura antigua sobre la tez de un sueño. Asaltó el repetido espacio vacío de mi nívea carroza, como antes. Recorrimos ansioso destino.

Nuestro techo de estrellas se transformó en efusiva mesa, mientras espiaba sus pupilas, sus ademanes, sus desalientos, sus propósitos, con repasada timidez pueril. Untó una rebanada de pan con ambarina aceitosa agitada crema para extenderla hacia mi desamor ancestral en la entrañable ondulación de una promesa. La tomé con tembloroso estupor. Algo dije que no recuerdo…

Abandonamos aquel espacio de amplios ventanales, de rojas servilletas, de peces adormecidos sobre espaciosos platos, para navegar el océano dominical de nuestras irresoluciones. Llegamos a aquel paraje donde aura ajena aún ventila sus noches.

Se estancaron los ademanes. Se nublaron las palabras. Apagó el vídeo para perderse en el intransitable laberinto de su sino. Me quedé con la mirada fija en la estela que dejara al disiparse. Volví a mi carruaje, Faetón en declive, para proseguir este viaje de irresolutas galaxias en espera de otro encuentro.

1 comentario:

  1. Hermosa y triste historia! Ha despertado en mi la ternura. Le felicito.

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